28 febrero, 2010

TARDE


Ni siquiera escuché sus palabras.

Obvié que, posiblemente, su voz no fuera suya.

Estimé adecuado entender que sus ojos habían de resultar los que me obnubilaron previamente.

El hombre de levita negra me susurró un poema que no supe entender.

El vendaval se escapó sin musitar un simple adiós.

Supe que ciertos sonidos no me avisarían de tu retorno.

Descubrí que el término no acaba con el cierre momentáneo.

Y me persuadí de que no sabía, ni siquiera, si eras mujer.

Deposité unos arrugados billetes en un mano que, poco después, avanzó por mi interior.

El temblor puede mezclarse con el frío entre las sábanas compartidas.

Las reservas, chilló la recepcionista, no se inventaron para ser quebradas.

El vacío...

El silencio...

El miedo...

Las lágrimas... y el viento.

La estrella de rock apuntó en su agenda una expresión desafortunada mía sobre el desamor...

Decidí que no cortaría mi pelo hasta que descubriera el significado del terror.

Todo se entromete en el terreno del mal cuando niegas, sonriendo con delicadeza.

Los violines hablan de la cercanía del calor de otros cuerpos...

La música no olvida, sin embargo, que la letra habla del primor de tus cabellos.

La loba reposaba mientras sus cachorros se amamantaban.

Y es demasiado tarde para meditar.

Siempre parecer ser excesivamente tarde.

Siempre...

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