09 marzo, 2010

CREPÚSCULO INTERIOR


Alguien espera en un portal.

La lluvia cae, malignamente, inmisericorde, sobre el suelo de la ciudad.

Los neumáticos aceleran y atropellan, con virulencia, un guante olvidado en el suelo.

Los vendedores ambulantes recogen, con torpeza y prontitud, su mercancía.


Narro desde el crepúsculo interior que establece los recovecos del horror:


Cuando despertó los muebles no estaban en la misma posición del día anterior.

Con sigilo, la madrugada aún apuraba sus últimos vaivenes, tanteó la mesilla de noche, y encontró la pequeña bandeja de alpaca.

En las más trémula oscuridad, aspiró con fuerza.

Se vistió sin mirar su imagen en el espejó y torció el gesto con indisimulada resignación.

El calendario colgado de la pared hablaba de tiempos lejanamente pasados.

Cerró la puerta y encaminó sus pasos a la madrugada de calles encharcadas.


Nadie esperaba en la quietud del recibidor.

Dirigió una muy rápida mirada a la publicidad que sus vecinos habían depositado, desde los buzones, a la repisa del armario de los contadores de la luz.

Salió a la calle, respirando un perfume imposible de catalogar.

El asfalto de la carretera relucía, rebotando la luz de las farolas.

Quiso recordar la melodía de cabecera de una antigua serie de televisión, pero no acertó.

En el suelo, huérfana y desmayada, una bufanda raída imploraba atención.


Evitaba, con parsimonia, los charcos.

Se cubría con un gigantesco paraguas.

Una pareja se entregaba con frenesí al ritual del amor buscando cobijo en el habitáculo donde la entidad bancaria había incrustado el cajero automático.

Recitó, de memoria, el comienzo de poema de Rilke.

La imagen se le antojaba imposible, pero era la presencia era real...


Narro desde el crepúsculo interior que establece los recovecos del horror.

Una patria de sueños y de vigilias, de escenarios reales para ficciones increíbles.

Narro desde allí, mientras las voces se apagan por la lluvia.

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