19 marzo, 2010

LOS GALLOS AZULES EN LA PLAZA DE EUROPA


Quiero creer que no compusiste esa canción celebrando el dudoso honor de sentirse vencido por el desamor de esa sirena, hierática, que había recitado bellas sonadas lisonjeras en tu castigado oído.

Pero los acordes suenan desgarradoras y sinceros, comunicando el devastador influjo de las olas que asolaron tus orillas.

Escucho esas rimas y me recuerdan a la piel blanca y tersa, al pelo lacio y rubio de una mujer capaz de desaparecer...

Y adivino que, en las cuerdas de tu guitarra, hay temblor y rencor, por la entrega que dejaste en sus tardes de otoño por las plazas de esa ciudad sin alma que es la capital.

Quizá, incluso, en ese cuaderno de notas que extraviaste en uno de tus viajes hubiera un poema en el que tachaste palabras que deseabas gritar al viento de la incomprensión.

He caminado esos mismos senderos.

He permitido que mis pies, débiles, se hundieron en estos mis fangos...

Quiero creer que tu inspiración no era el dolor.

Maldita sea, quiero hacerlo.

Escucho el hielo de tus palabras, de las referencias cruzadas en las estrofas que demuestran la clarividencia de la derrota y el vigor de la soledad.

Imagino que habitas en la mazmorra del dolor y la desesperación.

Ese círculo de hielo que afila sus cuchillos ante sus prisioneros.

Quiero creer que, al menos, habrás adivinado que, en la sonrisa de la luna en cuarto menguante, existe un mensaje cifrado.

En la lluvia de esos días en los que los climas divergen y se suceden... en la lluvia, seguro que tú también pudiste percibirlo, el amor rebeló los sinuosos caminos que nos deparará el Destino.

Y, en su curvilíneo avance, estimo que se perfila una luna en retroceso.

Puede que, incluso, en Gijón, desde un ático de la Plaza de Europa, la imagen que se visualice sea la misma que desde este trampolín suicida de Madrid.

Incluso, la luna parezca dibujarte su sonrisa, esa misma que te abandonó haciendo pedazos tu corazón.

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