18 marzo, 2010

TELARAÑA


Ella se recuesta sobre la vieja puerta de madera.

Un hombre, ensimismado, afana en resolver una complicada integral.

Al mismo tiempo, en otro lugar, apartado, de esa misma ciudad, una mujer estudia el vuelo de un vestido en varias fotografías de estudio.

Mientras, el lápiz afilado contornea la silueta, bien trabajada, de las piernas de una mujer.
El canto de sirenas nadaba entre las olas que batían extramuros del estudio del viejo novelista.

Ella sonríe... Y el mundo parece temblar.

Las incógnitas de la fórmula se antojan, por momentos, obstáculos insalvables que demuestra la finitud del conocimiento humano.

Los álbumes son recorridos, con ardorosa rapidez, por la mano enjoyada y sutil de la diseñadora.

Los colores explotan en la paleta del pintor que, al amparo de las sustancias, permite que su imaginación tropiece con la inspiración.

En la memoria del escritor entrechocan recuerdos e invenciones y conviene, incluso a pesar de su propia honestidad, que mezclará unos y otras.

Ella es la dueña del tiempo y juguetea con él, como hace con su pelo, a su más indescifrable antojo.

El enunciado del problema resultaba más intrincado de lo que, a priori, se alzaba.

La premonición tornó en realidad cuando adivinó que los diseños escondían algo más que pasión artística.

Colocó un punto final que, en línea de principio, era solo el comienzo.

Y ella lanzaba los dados, despreocupada por un resultado que, de antemano, conocía ganador.

Los efectivos de la Policía recorrían la ciudad.

Y ella, solo ella... guiaba los hilos de la telaraña por la que se entretejía el futuro.

Un futuro que adivinó en una retórica pregunta sin responder.

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