25 octubre, 2010

EL PLAN


El mal endémico del hombre posmoderno es su eterna sensación de soledad.

La frase le pareció tan prefabricada que enrolló el papel donde la había escrito y lo lanzó, con certera puntería, a la papelera.

Después se tomó de un sorbo los tres dedos largos de whisky que servían de cobijo a un hielo en galopante proceso de descongelación.

Eructó y su cabeza golpeó con el almohadón del sofá.

En el exterior, las campanas de una cercana iglesia continuaban su repetitivo tañido.

Quiso levantarse demasiado rápido y el golpe de alcohol en sus sienes le devolvió, de súbito, al mullido sillón.

Se dijo que esperaba un cúmulo de llamadas que, a buen seguro, no se iban a producir.

Intentó abrir su agenda y se desesperó al apreciar que no había ninguna cita marcada en los próximos meses (afortunadamente, la mente humana no había sido tan perversa, aún, como para incluir dos años en un solo volumen).

Los minutos, reflejados en el viejo despertador que ocupaba el lugar más privilegiado del salón, transcurrían muy lentos.

El camión de la basura no recogió sus bolsas, las del último mes, que se apilaban, de modo insalubre, en el cuarto de invitados.

Algo menos que furioso, calculó la distancia entre las vigas del techo y el suelo.

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