30 octubre, 2010

EL VÓMITO


Estoy de rodillas.

Mi barbilla roza con la porcelana del baño.

Mi estómago se estruja y abre... vomito.

De repente, un fétido olor sube hasta mi nariz.

Pero no puedo contener una nueva arcada.

El sonido es como el del agua que cae, precipitadamente lanzada desde lo alto de un balcón, al suelo.

Mis ojos se llenan de lágrimas.

Intento incorporarme... y siento como un repentino mareo.

Me enfrento a mi imagen ante el espejo.

Pero un repentino aviso me hace encorvarme otra vez.

Me abstengo de echar una ojeada abajo.

Siento miedo... y un fuerte dolor de sienes.

Son, aproximadamente, las cuatro de la madrugada... siempre que mi reloj interno no me haya jugado una mala pasada.

Salgo a la terraza.

En Madrid, llueve con cierta fuerza.

Quiero beber algo muy frío, pero mi garganta está cerrada.

Vuelvo a sufrir un relámpago en mi interior, pero sostengo las náuseas.

En el cielo, la intermitente luz de un avión se abre paso entre las nubes.

Voy a pronunciar tu nombre.

Las lágrimas, antes de hacerlo, ya han llegado a mis labios.

Por alguna extraña razón, una mujer sale al voladizo del piso de enfrente, se sitúa con sus larguísimas piernas colgando y columpia las mismas en el vacío.

La imagen evoca en mí sensaciones confusas... y desgarradoras.

Intento entrar y llamar a la Policía... pero su figura me atrae de un modo incomprensible... inexplicable.

Continúa su balanceo.

La luz del avión desaparece, absorbida entre la oscuridad.

Recuerdo haber bebido, al menos, tres combinados.

Ella mantiene su postura.

El agotamiento comienza a vencerme.

Posiblemente, en sueños, veo como un grupo de jugadores lanza piedras a un balón colocado en el punto de penalti.

Yo soy el portero frente al que van a disparar.

Y no entiendo nada.

Como durante esta noche.

En la que solo deseo que todo acabe.

Que, como en el sueño, el delantero lance con ímpetu y un sonido me revele qué sucedió.

Mientras, me limito a observar.

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