14 octubre, 2010

EL TEMBLOR


No voy a mentir.

No lo hice nunca... y ahora tampoco.

No voy a suscribrir esos contratos.

No supe encontrar un gris entre la tonalidad blanca y negra.

El extremismo es una bandera cruenta... pero honesta.

No voy a inundarme en nuevos momentos de naufragio.

Ya he perdido los arrestos suficientes para arriesgar a caballo perdedor.

Incluso debí comprobar la identidad antes de descolgar.

Pero la inmediatez... ay, esa cualidad defectuosa.

No voy a herirme... más.

No deseo involucrar mi sangre en venas que no bombean a idénticas pulsaciones a las mías.

No voy a pronunciar esa palabra.

No resguardaré las preguntas impertinentes.

No me interesaré por tus retornos.

No recaeré en lechos enfangados de atracción.

No buscaré la comprensión...

No lo hice jamás.

Pensé en escribir una frase afirmativa... pero negué (interior y exteriormente).

No debí dejar que mis sentencias fueron regadas por aquellos vinos tintos.

No contesté...

Tan solo redacté un diagnóstico en menos de ciento cincuenta caracteres.

No esperes una mentira que no seré capaz de actuar.

No voy a enfrentarme a un temblor que no sabría controlar.

No me busquen entre los asuntos pendientes.

No voy a dejarme apuntar.

No vayan a elucubrar sobre mi caída.

Ya me levanté... de rodillas.

No voy a volver a escribir sobre un cuerpo desnudo, apenas suspendido en el filo de una cama que abandonaría.

A punto de marcharse.

Para jamás volver.
No, claro... No voy a perdonar.
No me puedo perdonar.

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