25 octubre, 2010

RECUERDOS SOÑADOS

Cierro los ojos.
Relámpagos de luz blanca.... y cegadora.
Abro los ojos.
Fría y cruel oscuridad... inquietante.

Cierro los ojos.
Un cuerpo suave y desnudo de mujer se encuentra lánguidamente reposando sobre las sábanas carmesí.
Sus piernas abiertas en un leve compás que alienta un sexo fresco y sonrosado, perfilado con líneas curvas entrelazadas.
Accedo a él y mi boca se llena del salvaje torrente líquido de su interior.
Minutos después, el cuerpo huye de la jaula de telas removidas, dejando una estela de lunares serpenteantes en mis castigados ojos.
Abro los ojos.
Esa oscuridad está siendo violada por el parpadeo de un neón que chirría en el silencio de la madrugada.

Cierro los ojos.
Dos jóvenes sonríen sentados en un banco de piedra de un parque urbano, cobijados entre el impersonal hormigón armado y el asfalto.
Comparten bocadillos pequeños de una caja de cartón rojo y adornada con motivos dorados.
El mundo real transcurre, flanqueándoles, en una vorágine de claxones, luces y teléfonos móviles que no cesan de sonar.
Se besan furtiva y rápidamente.
Y vuelve a sonreír.
Abro los ojos.
Esa negritud acompañada de un tic-tac monótono y persistente.

Cierro los ojos.
Mi cuello está cubierto con un foulard oscuro.
Presagio que, la noche siguiente, todo será diferente.
La música es de otra década... pasada, pero existente.
Mi teléfono, olvidado en una sucia habitación de hotel, perpetúa sonido de alarmas y quebranta la paz mundial.
Siento el calor del abrazo de un impulso arrollador y mis labios ya no saben responder con idéntica galantería y prestanza.
La humedad... compartida.
Besos.
Abro los ojos.
Ha pasado el tiempo.
Las luces estroboscópicas dañan mis ojos.
Releo el mensaje de texto (por primera vez en mi vida), pero no acierto a comprender su contenido (ni su intención).
Pulso "enviar".
El camarero, sin ningún tipo de pudor ni reparo, me chilla, sonriente, que no preparará ningún Dry Martini más para mí.

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