05 octubre, 2010

¿QUIÉN ORDENÓ EL AUTO?


Aquella mañana, aunque aún no hacía frío, sintió cómo el aire le inquietaba en la nuca.

Pensó, sorprendentemente, en una peluquería, en una conversación antigua y repetida, y un gato que paseaba entre las piernas de las personas que aguardaban su turno para ser atendidos.

Le sorprendió ver un cúmulo de maletas desordenadas en el portal y, entredientes, maldijo por no haberse olvidado, como acostumbraba, sus gafas en casa.

Solo los observadores entienden que las excusas pierden su credibilidad entre los rumores de su repetición.

Apretó el paso y se encomendó a alguna providencia (menor) para evitar un saludo madrugador que no deseaba proferir.

Por alguna extraña e ilógica razón, su mente pensaba en la imagen de una fuente en la que un niño trataba de abalanzarse para recoger las monedas que la gente lanzaba al fondo del agua.

Un taxi se detuvo en la puerta del edificio, encendiendo las intermitencias delanteras y traseras en señal de precaución.

Ciertas despedidas se edulcoran con sonrisas... y parabienes.

Otras, no.

Se descubrió escuchando una canción en inglés, reiterando ese principio asentado de que adoramos letras que casi ni entendemos, y se inclinó hacia el lado opuesto de la acera, para ceder el paso a una mujer que caminaba ayudada por un bastón.

Abrió un radio estúpido para acceder por el lado más extremo de la puerta.

El más alejado.

Apenas dibujó un saludo.

Mientras deseaba una despedida.

Y el taxi, arrancó...

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