09 octubre, 2010

LA RESERVA


He bebido...

He dejado que el alcohol se apodere del constante palpitar de mis sienes.

He conversado sobre circunstancias banales... francamente estúpidas, irrelevantes, con la mirada perdida (ganada por los recuerdos).

He bebido...

En altos taburetes de madera...

Frente a velas parpadeantes que se consumía, como lo hacen las ilusiones, aquéllas que existían mientras los sentidos esperaban, en una sucia y maloliente calle, el descenso de tus pies enclaustrados en rojas zapatillas de tela.

He bebido... menos de lo previsto, pero demasiado.

He permitido que mis sienes reboten en evocaciones irreales, en escenarios pasajeros, en párrafos que perfuman su literalidad con olor de camas recién hechas, con los rostros cariacontencidos de los responsables de hoteles que, desconcertados, refieren actuaciones impropias en el transcurso de la noche.

He bebido...

Apuré el Dry Martini que no deseaba.

Mordisqueé, exaltado y aterido, su aceituna, hasta encontrarme con la dureza del hueso.

Dibujé, en el rostro de la dama que servía de posavasos, una sonrisa vertical... y demoníaca.

Llegué alterado, contaminado, francamente estimulado.


He bebido.

Quizá fuese ese Dry Martini.

Presioné aceptar.

Y solo entonces adiviné que reservaba una habitación de hotel en la Vía Genova de esa ciudad.

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