27 diciembre, 2010

EL CONVOY


Un hombre camina los vagones que conforman la locomotora del tren que le devolverá a casa.

Su billete no está numerado...

Como un autómata, se coloca en el último asiento, pegado a cola de vagón y canturrea una vieja canción de rock.

Se siente más solo que habitualmente.

Mucho más.

Por primera vez en algún tiempo su inspiración no le alienta a escribir.

Abre el libro que lleva en su maleta y, sorprendido, descubre que lo adquirió en el verano de 2008.

Se pregunta acerca de la causa que le impide acabarlo.

Recuerda una ciudad.

Un escondido restaurante en ella.

Una escena creada en la mente.

Y se siente solo.

Su reloj le informa que lleva, apenas, quince horas sin comer.

Ve su imagen.

Iluminada por las velas.

Difuminada entre las sombras dibujadas por el baile de las llamas.

Tiembla.

Vuelve a recorrer todos los vagones de convoy.

Nadie espera.

Pero la desazón es punzante.

Abre su cuaderno.

Quiere escribir una historia sobre casas de madera en lo alto de árboles imaginarios.

Pero no adopta la decisión.

Comienza un dibujo, pero lo raya apenas iniciado.

Dibuja dos líneas.

Las adorna, flirteando con las curvas.

Llora ... y siente su propia soledad.

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