28 diciembre, 2010

LA ARENA DE LOS DESIERTOS Y DE LAS PLAYAS

Determinados elementos del universo se confabulan en aras a evitar nuestra mayor felicidad.
Se escuchó pronunciando la frase y, mentalmente, repitió pedante.

Caminaba lentamente, fijando sus ojos en los de la bella muchacha que esperaba en el portal de la iglesia que permanecía cerrada.
Buscaba deliberadamente su mirada, pero la mujer parecía completamente ajena a su presencia.

Como en tantas otras ocasiones anteriores, comenzó a crear futuras historias en las que los anónimos viandantes (las anónimas viandantes, sería más correcto) alcanzaban un protagonismo destacado.
Se imaginó tumbado, susurrándole su amor a esos ojos ante la playa de Lanikai, mientras el agua cristalina les bañaba de tranquilidad y sosiego.

Ella continuaba sin dirigir el más mínimo gesto de aprecio.
Él se paró a su altura, se retiró el pelo de la frente y encendió, con una parsimonia desmedida, un cigarrillo.
Ella, rápida como un rayo, se marchó corriendo calle arriba.
Él se volvió... y la siguió hasta donde sus miopes ojos le permitieron.

Entonces se recordó caminando.
Solo.
Bajo un sol abrasador que le golpeaba sin piedad.
Dudaba, aunque creía que era la arena del desierto de Atacama.
Recuperó una frase de aquellos días, repetida hasta la saciedad, como un eslogan publicitario que anima a continuar.
Recibió un impacto súbito, como de un tiesto arrojado desde varios metros.
Durmió.
Mucho tiempo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario