15 diciembre, 2010

LA CARPA


No vas a atender ese mensaje.
La impostura intemporal resultó ser más caducifolia y antediluviana.
Las luces anunciaban noches de ilusiones, árboles repletos de deseos y una madrugada desviada y preñada de desazón.

No contestarás a esa declaración de principios.
Pudiera sorprenderme.
Aunque, para no quebrar ese compromiso con la honestidad, tengo que postularme del lado de la sumisión.
El taxista inquietó mi pensamiento con una pregunta envenenada.
Y me negué a contestar. Al menos en los términos de un hombre moderno… lúcido.
No tan sorprendentemente, el hombre adujo la imposibilidad, sobrevenida, de continuar el trayecto.

No expresarás tu reacción de vuelta.
Me conduciré en los inhóspitos terrores de la elucubración.
Refugiado, e indeciso, ante un mantel engalanado de brotes luminosos, de joyas ficticias.
Sonriendo sin verdad.
Actuando.
Extrayendo conclusiones de gestos y apariencias.
Dibujando mundos irreales.

No.
No albergo esperanza alguna.
Silencio.
Debajo de una amplia lona blanca en la que el tiempo tejió huecos para mayor gloria del efecto de las goteras.
Un hombre me susurra al oído.
Me revela un episodio perdido en su memoria.
Me habla de ti… y de su última actuación.
Me enseña el final… entre silencios.

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