11 diciembre, 2010

LOS ESTADOS DE SITIO


Hasta los estados de sitio son recurribles.

Lo escribió de un solo trazo, con firmeza... y algo de desilusión.

Incluso, unos días después, modificó el final por un más propicio "atacables".

Imaginó un valle en el que se alzaban cuatro torres, de desiguales proporciones.

Recordó ese mismo valle, años atrás, quizá tan solo un tiempo atrás (qué importaba), y dedujo que no siempre la visión humana alcanza a abarcar todas las perspectivas posibles.

Levantó su mirada y deseó articular una frase que resquebrajara la tensión del momento, pero solo pronunció silencios... entrecortados y discontinuos.

Jamás había vivido en un derrumbe permanente, en las ruinas de las calamidades provocadas por el paso del tiempo en los debacles.

Quiso recordar la letra de algunas canciones... pero solo escuchaba el silencio que su locuacidad era incapaz de romper.

Se lamentó de haber devuelto el bolígrafo.

Se lamentó de otros episodios que había relatado.

Recordó la primera guerra... el sentimiento de culpa al saquear los cadáveres de los soldados enemigos caídos en acto de servicio.

Parecían anónimos, sin rostro.

En su mente, sin embargo, la rememoración del segundo crimen era más grave aún... incluso aunque pudiera estimarse más episódico y menos influido por la voracidad asesina.

Leyó de nuevo el papel y adivinó que la declaración del estado de sitio sonaba rimbombante y artificiosamente vacía en un entorno en el que se presagiaba el más estrepitoso de los finales.

Pidió un espejo y se miró a los ojos.

Quería comprobar que en ellos tan solo habitaba el deseo de escapatoria.

En el fondo, deseaba mentirse y, enceguecido, acrecentar su fe en la existencia de los días de un futuro sin mariposas.

Escribió, ansioso por asentar su creencia en la evolución de los estados.

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