15 diciembre, 2010

EL VASO DE METAL


El hombre tenía miedo a decir las palabras que pasaban por su mente.
Se despistó siguiendo la escueta falda de una joven que salía del colegio.
Y volvió a su mundo.
Una mujer se paró enfrente…
Le miró con la lejanía de la incomprensión.
Leyó el cartel que reposaba a sus pies.
Buscó en el bolsillo de sus pantalones vaqueros de marca… y arrojó unas monedas.
El hombre repitió la misma cantinela: “Dios la bendiga”.
Hacía frío y parecía que hubiese comenzado a nevar.
Del centro comercial salían unos niños ilusionados, inquietando a sus padres y pidiéndoles miles de juguetes.
Hizo sonar el vaso de metal en el que recogía las monedas.
La mujer le miró con angustia y su marido tiró leve, pero perceptiblemente, de su brazo, alejándola del mendigo.
Las luces de Navidad se iluminaron de repente.
El hombre recordó una imagen no tan antigua.
Una chimenea encendida. Una mesa repleta de comida y adornada con todo tipo de aderezos navideños.
Musitó una maldición.
El reloj de la iglesia anunció la entrada de la noche.
Se introdujo en el mínimo espacio de la caja de cartón que ocupaba.
Bebió un trago seco y duro del alcohol que guardaba en su petaca.
El líquido le golpeó en las entrañas.
Cerró los ojos.
Introdujo el vaso metálico en sus calzoncillos.
Y desvaneció.

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