27 diciembre, 2010

LA CUNA


Hay muy poca luz.

Parece una habitación vacía.

Un tenue y delgado rayo de luz gris se cuela pro el agujero de las tablas de la ventana.

Huele a humedad.

A vacío, a sucio, a historias que aún no han sido reveladas.


De fondo, muy suave, casi como si proviniera de otro lugar, la música de un violín.

Triste, desmayado en su melancolía.

Los dedos de la mano hacen girar el pomo de una puerta y arrastran el polvo que las generaciones fueron acumulando.

El gozne chirría, lamentándose en un quejido amargo y quedo.

Una corriente de aire frío se presenta de súbito.

La palanca del interruptor se acciona, pero la luz no se enciende.

Crepúsculo. Miedo interior.

A la derecha, al fondo, una torre de libros apilados en más que precario equilibrio.

A la izquierda, un balancín arañado por un gato que se coloca en guardia ante la inesperada presencia.


En el centro, construida de nogal, una cuna vacía.

Con las sábanas perfectamente colocadas y levemente abiertas, preparadas para acoger un cuerpecito entre ellas.

Vacía.

Bajo la almohada, un sobre.

Dentro una carta manuscrita.

Al pie, firmada, una dedicatoria que lo explica casi todo.

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