29 agosto, 2010

CUADERNOS DE VIAJE (DÍA 0)


Los aeropuertos huelen a sala de cadáveres.

Sí, posiblemente, muchos de ustedes no hayan estado en una sala de cadáveres.

Yo tampoco.

Pero el olor ha de ser similar.

Me refiero a las sensaciones creadas por el entorno.

Inquietud, incertidumbre, desasosiego, ajeneidad...

Son lugares de paso, trámites necesarios y dolorosos en los que, indefectiblemente, hay que esperar.

Si el juego de palabras no resultara especialmente macabro podría decirse que se alzan en antesalas de un futuro muy comprometido, en días cero.

Sin embargo, el día cero antes de un vuelo comienza, al menos así lo entiendo yo, unas cuantas jornadas antes (nunca menos de tres).

Son los instantes en los que la mente se retrotrae a otras experiencias previas y se sumerge en un océano oscuro de temor e incomprensión.

Momentos de ensimismamiento que alcanzan a alterar el normal comportamiento hasta subrayar las tendencias más extremas y marginales.

Un recogimiento de espíritu que congracia más con el silencioso sufrir.

Hay palabras que no se dicen en una sala de cadáveres. Son los silencios de las interminables esperas de los embarques de avión.

Curiosamente, suele comentarse sobre el tiempo.

Ya... ¿y qué es el tiempo? (como preguntó Borges una vez).

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