14 agosto, 2010

EL PARAGUAS PERDIDO DE LISBOA


Todo fue un sueño... o parte de él.

Y, en el mismo, aparecía el paraguas que quedó colgado en una de las papeleras del aeropuerto Portela de Lisboa.

Al fondo, había una torre dorada, altísima, tanto que pudiera pensarse que consiguió su objetivo de acariciar las nubes del cielo.

A ella se llegaba por un camino empedrado con losetas de plata. Relucientes y escurridizas.

En el sueño, no llovía.

Sin embargo, recogí el paraguas que descansaba en los bancos que flanqueaban la avenida que conducía a la torre.

En el camino, sentí una picadura en mi brazo izquierdo, y cuando pretendí asustar a lo que debía ser un simple insecto, descubrí una perla clavada en mi piel que provocaba una hemorragia.

Continué caminando hasta que un leve mareo me hizo reposar en un banco de madera.

Miré mi brazo, y la picadura de la perla se había convertido en un estigma de lo que se antojaban colmillos... y dibujaban una radiante y ampulosa B mayúscula de carácter gótico.

Entonces, el sueño se internaba en una nueva ensoñación. Ésta mucho más débil, casi atemperada por el dolor.

Un barco naufragaba en medio de la nada, que era el centro del océano, y una bella mujer rubia se rendía a su suerte, dejando que el fuerte viento golpease sus cabellos.

Sospechosamente, en el suelo, casi al lado de sus pies, como testigo mudo de la debacle, el paraguas ocupaba una privilegiada posición a la hora de atisbar el desastre.

En el primero de los sueños, despertaba de súbito y una mujer, rubia y elegante (como la del segundo y evocador universo onírico), robaba el paraguas, corriendo como alma que lleva al diablo hacia la torre.

Instintivamente, miré mi brazo y encontré, con cierto desasosiego, la letra B en su mismo lugar.

Reinante, marcando sus dominios como dueña y señora del territorio.

Como por arte de magia, se inició la lluvia.

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