29 agosto, 2010

EL AVISO


El viajero, escondido entre un maldito maremágnum de maletas y bolsas repetía sus palabras: "No te acerques demasiado a tus ídolos. El flamígero esplendor podrá abrasar tus sensaciones previas".

Como dos respetuosos desconocidos, nos miramos a los ojos de frente, sin atisbar mucho más que esa cercanía impersonal que propician los vagones de trenes.

¿Es la primera vez que llega a _____________? - me preguntó.

Dudé antes de contestar, sopesando la posibilidad de fingir un profundo desconocimiento del idioma y, sin embargo, me limité a asentir con la cabeza.

El hombre sonrió.

"Quizá el embrujo -comenzó a disertar- sea un sentimiento tan alzado y especial que resulte imposible definir con palabras".

Suspiró hondo y, sosteniendo en su mano derecha una pluma estilográfica, continuó su alocución: "Recordará, sería estúpido no hacerlo, los ojos de la primera mujer a la que besó. Pues bien, aunque le parezca irreal, esa mujer, su fragancia, los gestos que le enamoraron, están aquí, siempre residieron en este lugar".

Quise interrumpirle y disentir de sus razonamientos pero, rápidamente, y con mirada violenta, me apuntó con su pluma, sentenciando: "Usted mismo lo comprobará cuadno pasee por sus calles y adivine, en la sonrisa de cualquier mujer, los rasgos delicados y encantadores de aquella mujer".

Y, tras recoger su liviana bolsa de equipaje, se marchó.

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