29 agosto, 2010

EL LAGO Y LA HISTORIA




¿Has pensado, alguna vez, en el tiempo?

Olvídalo, quizá sea una de esas historias estúpidas (y atrayentes) que uno escucha, de fondo, en algún programa radiofónico mientras dormita en un kilométrico recorrido de autocar.

Quizá.

¿Has pensado, alguna vez, en la casualidad de la apertura de las puertas de los ascensores?

Es un episodio que me relataron anoche, degustando una fría bebida de sabor amargo y compacto (si es que el sentido gustativo no me engañó y mi lírica no quedó trastocada por los avatares).

Siempre esperas encontrar un rostro que, a buen seguro, no aparecerá cuando se corran las hojas metálicas.

¿Has pensado, alguna vez, en la posible existencia de una línea que delimite el final de las historias?

Sí.

No estoy hablando del fin al uso.

Puede que sea una especie de lugar imperceptible a partir del cual las narraciones (y la vida) pueden continuar, pero ya carecen de sentido o de relevancia.

Son esos quince kilómetros en bajada que recorre el escapado de una prueba ciclista, tras coronar el último puerto, con suficiente ventaja como para saludar en cada casa que encuentre en su descenso.

Todo había sido dicho antes.

Puede que mis palabras de hoy, ante un lago que me ha revelado la fugacidad, tornen oscuras y pretendidamente esquivas.

Sus aguas se abrieron, como puertas, deteniendo el tiempo y anunciado el final de la historia (de alguna historia).

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