10 agosto, 2010

DÍAS EXTRAÑOS


Eran días arriesgados.

Sus noches discurrían por el camino iniciático del amargo sabor del Dry Martini.

Y, sus mañanas, sí, las de aquéllos días, enjuagadas en litros de cafeína que batallaban frente al cerrar de párpados ante las pantallas de ordenadores nunca apagados.

Abrazaron personalidades ajenas y anduvieron estableciendo códigos repletos de negaciones y repentinos encuentros furtivos.

Se miraban a los ojos, y enfrentaban verdades, escondiendo mentiras y suavizando complicadas y escarpadas pendientes construidas de hormigón e incomprensión.

Pero el cielo de la ciudad era la puerta de escape que daba entrada a un mundo soñado en tonos violetas y carmesí.

No obstante, eran días extraños.

Las almendras aún no habían florecido y las jóvenes guardaban sus sandalias en los armarios, ansiosas de poder lucirlas con altivez.

Las noches perdieron su primacía y brillantez ante la responsabilidad de las mañanas.

Incluso se regalaron los besos... y ése fue el comienzo del fin.

El quebranto de los días extraños, de su inspiración, de la magia de la improvisación y el miedo...

El inicio de la ruptura de esa sensación parecida al amor.

Luego fueron aquellos dolorosos ejercicios de esquivar las miradas. Y el relámpago que subía del estómago hasta los ojos, asomando en lágrimas irritadas.

Palabras encontradas en los diccionarios del rencor.

Y noches sin dormir... y sin el amargo Dry Martini.

Miedos al abandono y a las sentencias definitivas.

Días cubiertos de una pátina de indiferencia y traición.

Algunas noches de lluvia y de papeles rotos, vidrios rotos, lienzos rotos, voces rotas, futuros rotos...

Canciones rotas que hablaban de mundos rotos en los que todo se hallaba roto.

Y ésos, en definitiva, fueron los días más extraños.

Después, tras invitarse en los recodos del silencio, se encontraron, años más tarde...

Se vieron a los ojos y descubrieron el verdadero significado de su extrañeza.

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