29 agosto, 2010



Todo instante mágico puede ser poesía en movimiento.


El gigante de hielo, que se alza magnífico y glorioso, guerrero y señorial, está surcado por delgadas y finas capas de color que, como venas, bombean en su interior y son capaces de provocar el más repentino (y fulgurante) desprendimiento.


Solo los más viejos y aventajados recuerdan que el diamante es carbón.


Los rayos dorados más fuertes y luminiscentes pueden acabar con tu compostura (forzada pero resultadista) apenas con un no... empero, también, y con igual gallardía, con un sí.


El hielo, al atacar el agua, puede ocasionar una explosión de tal magnitud que las astillas se disparen como mortíferas lanzas a tu alrededor.


Las lenguas siempre son el más peligroso arma asesina.


El viento no cura heridas, tan solo las aleja, pero no lo suficiente como para mitigar las virtudes del recuerdo.


No acertarían cuál es color del asesinato...


No podrían hacerlo porque es su propio asesinato.


El gigante blanco... El gigante blanco pone pie a tierra y avanza por la fuera de la presión... devastando, a su paso, a los confiados y a los aventureros.


Las olas no llevarán ninguna botella al destino que previó el iluso que envió el mensaje...


El sol nunca sale a las horas adecuadas.


Pero el gigante escuchó su pregunta.


Y yo dije sí.

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