29 agosto, 2010

EL FIN DEL MUNDO



Las líneas se curvan en el fin del mundo.


Aferrado a un presentimiento, aguado en burbujas dulces y amarillas, recuerdas los sutiles silencios del caballo que relinchará, con fuerza y vigor, antes de sellar su despedida.


El agua se licua cuando alcanza puntos térmicos insospechados y el ojo humano alegra su finitud ante espectáculos de orden mayor.


Estarás leyendo una novela con dedicatoria en algún apartado café del mundo, cuyo mapa enseñoreabas con banderitas de colores, mientras tus sueños siempre pedían un destino mucho más oriental.


La luz se esconde en las tinieblas del fin del mundo.


He rociado con salsas una pieza de marisco recién sacada del mar y cocinada al vapor.


He instado el vino más caro de la carta y, una vez abierto, fingí golpearlo accidentalmente con el codo, para que cayese, en poderoso estruendo, contra el suelo.


En el confín de mi mundo, no existen hojas de reclamaciones y el manual de operaciones no conoce de la necesaria y salubre sucesión de días y noches.


Me he asomado a la ventana de rejas y, en este fin del mundo, el viento (si es que es apropiada la definición) sopla con fiereza.


He querido fugarme, como Radowitzky, pero ninguno de los funcionarios de prisiones aplaudieron mi idea.


Mi idea de fuga del fin del mundo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario