24 enero, 2010

EL CUERVO


Quizá no fuera tan mala la idea.

Desaparecer...

Pero no de un modo temporal. Más bien con vocación perpetua, eterna.

Como el agua que cae desde el nacimiento del manantial.

Ya había visto en su rostro (el de ella), a los catorce, que andaba más pendiente del brillo de los diamantes que de las incongruencias producidas por el alcohol y las sustancias.

Ahora, a los treinta y dos, ella había concluido los episodios más inhumanos en los maratones politóxicos.

Y los brillos de las joyas resplandecían, continuaban haciéndolo, en los escaparates de las joyerías de moda.

Por eso, cuando golpeó con saña en la estimación del tiempo; mejor, en la del paso del tiempo, él decidió evadirse, huir, hacia delante, una fuga en el vacío, en el muy limitado espacio terrenal...

Porque, como todos saben, el rostro de las mujeres amadas y terceras no es susceptible de olvido, ni de alejamiento... ni tan siquiera forzoso. Tan solo forzado... y ése duele... tanto.

Quizá por ello, cuando redactaba una breve nota de información sobre el cambio de domicilio para la Administración Tributaria, se contuvo antes de volver a intentar establecer comunicación con ella.

Conviene no felicitar al contrincante que acaba de derrumbarte, al menos hasta que tus heridas hayan restañado por completo.

Pero hay sangre que se empeña en persistir brotando.

Cerró los ojos, se vio completamente vestido de negro, de la cabeza a los pies, con las violáceas manchas que circundaban sus ojos... y la mirada inmisericorde ella.

Sus gestos.

Su desaprobación.

Pensó en desaparecer, en la realidad, de nuevo...

Una ciudad lejana, de idioma extranjero, de costumbres extrañas, de secretos escondidos...

Y el cuervo le visitó.

De poco valía intentarlo.

Los daños no se abandonan.

Siempre consiguen un billete contiguo al que ocupamos.

Peregrinar era una opción tan miserable como el olvido.

Ahuyentar los fantasmas podría ser un camino... para seguir.

Para seguir, recordándolos.

Y el cuervo no se marchó.

Jamás.

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