25 enero, 2010

LAS PREGUNTAS


Se dijo que existían determinadas cuestiones para las que no deseaba obtener respuesta.

Al menos aquella noche.

La luz iluminaba tenuemente la habitación y el silencio predicaba en la madrugada.

Comenzó besando sus cabellos, suaves, con ese olor característico que le visitaba durante el resto del día, por muy lejos que su melena se encontrara.

Entonces, recordó el primer, y timorato, beso en la boca.

Adolescente, casi pecaminoso...

Regalado. Como tantos y tantos otros.

Descendió hasta llegar a sus labios y los mantuvo entre los propios durante apenas dos segundos, señalando con su lengua en las comisuras de ella, marcando los límites de un deseo pasional e irrefrenable.

Pensó que mataría por esa sonrisa, que no era suya... ni de nadie.

Solo del tiempo.

Visitó sus pechos con la delicadeza y el detenimiento que permiten las noches en las que los relojes obvian las alarmas.

Los grillos del jardín entonaron una sonata clásica que atendía el rítmico vaivén de los suspiros.

La distancia más corta entre dos puntos es la línea recta, pero, únicamente, para los que no ganaron su excomunión en las calles de tortuoso trazado.

Profundizó en su conocimiento y derrotó en el limpio y fresco sexo que se abría ante él.

Inescrutable.

Mantuvo la separación con sus labios y dejó que su lengua se adentrara, como sagaz detective, en los más procelosos y recónditos lugares.

Olvidó la sucesión de los segundos.

Mantuvo su mente vacía.

Las preguntas no requieren ser respondidas.

Llovía cuando todo acabó.

Volvió a su hogar dejando que sus pasos se perdieran entre las callejuelas de una ciudad castigada.

Los jóvenes vomitaban sus borracheras en las esquinas.

Los ancianos compraban su periódico del día.

Los relojes digitales, colocados en asépticas marquesinas, avanzaban sin piedad.

Notó sus labios agrietados.

Su lengua aún caliente.

El interior de su boca débilmente pegajoso.

Y su mente llena de preguntas sin responder.

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