16 enero, 2010

LA MIRADA


Tú aún no lo sabes, pero yo ya te observo.

Y, sin embargo, me miras.

Acomodada, en un sillón de damero, rojo y beige, sobre el que extiendes tus brazos y cruzas tus piernas.

Recupero tus últimas palabras escritas y advierto una más que importante dosis de sagacidad y perspicacia.

Sonrío.

Le pregunté al pavo real azul de pico rojo (que posiblemente pudiera ser un faisán) sobre tus inquietudes y desvelos.

Y el animal me observó con cierta incredulidad.

Dio media vuelta y se zafó de mi presencia.

Me gusta creer que detuviste el tiempo en tu reloj de pulsera.

Desearía pensar que sigues siendo la misma chiquilla que sonreía mientras giraba en el patio de columpios. Que la cruel realidad del devenir no hirió tu inocencia. Ésa que evoca tu porte oriental cuando anudas tu pelo.

Y tiemblo al pensar que he visitado lugares comunes a los tuyos, y he detenido mi cámara fotográfica para plasmar idénticas realidades a las que adornan tus paredes.

Incluso creo que F. nos invitaría a su mesa de mármol de A.B.

Adivino ese temor que regala el tiempo que hemos dejado atrás sin conocer la verdad.

Maldigo todos esos vientos que han acariciado tu suave melena en esas orillas de los ríos en cuyas aguas espejeó tu delicada figura.

Disparo al sol que acarició tus curvas en las playas frente a las que dormiste, junto a otros cuerpos, que no eran el mío, mientras el amanecer os regalaba una estampa turbadora.

Yo te miro. Lo hice durante toda esta tarde.

Y, sin embargo, tú, aún, no lo sabes.

Aunque algo me hace pensar que lo intuyes.

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