06 enero, 2010

VINO


Abrió la botella de vino que guardaba con celo en lo más profundo de su bodega.

Supo porqué brindar pero no encontró la copa con la que chocar.

Devolvió a la basura pensamientos que nunca debieron escapar de ella.

Rompió, con rapidez, palabras que ella había escrito en posavasos de lugares oscuros y con música.

Alteró el orden anterior y cubrió las paredes de escenas pretéritas que algunos considerarían trasnochadas.

Asumió los postulados de leyes antiguas que pretendió seguir a rajatabla.

Escuchó discos que acumulaban polvo en antiguas estanterías.

Desconectó el despertador.

Permitió que los ojos vaciaran su pesar entre la penumbra de una fría noche de edificios.

Advirtió que las cartas posiblemente anuncien un futuro que depare caminos inconexos y dolorosos.

Sospechó que las lágrimas que aparecieron en una esquina podrían ser de ella.

Visitó los antiguos tangos de Discépolo y maldijo su Confesión.

Escudriñó entre los restos de aquel maremoto y descubrió sombreros y plumas que antes le hubieran hecho sonreír.

Dejó que la noche se cerrara sobre la ciudad.

Se colocó sus gafas de sol aunque el sol se había perdido en el horizonte muchas horas antes.

Sorprendentemente, se vio caminando las calles abrazado al cuello de una botella... de vino, en busca del puente que cruzaba el río.

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