12 enero, 2010

SOLEDAD


Nadie espera encontrar a una mujer de ojos verdes, a la mesa de una cafetería, a las ocho de la mañana.

Menos aún, si viste medias negras altas y un liguero de encaje a juego, y hojea, distraída, las páginas de la edición del periódico gratuito de hace tres días.

Pronto, la atención se dirige al rosario azabache que reposa en el mármol de la mesa y cuyas cuentas ella acaricia como en un gesto de repetida convicción.

El resto de sillas están vacías. Solo el camarero, que quizá sea, también, el propietario del local, rompe la tranquilidad con una frase tan vacía como cargada de sentimiento: "no me gusta el invierno".

La mujer no hace el menor aprecio al aserto, continuando en su pose de femme-fatale.

Nadie espera que el Destino dibuje imágenes literarias en las mañanas soñolientas de una ciudad como Madrid.

Nadie espera que las mañanas traigan nuevos anocheceres que den cabida a los sueños violentados por los rayos de luz.

Nadie espera en esa cafetería... tan solo ella lo hace.

Con esa mirada íntima y desconcertante que provoca torrentes de palabras y ensoñaciones.

Nadie espera que esa mujer sola pueda invitarle a su mesa, que es la antesala del mundo del horror.

Nadie adivina que la palabra soledad es polisémica cuando esos ojos verdes andan detrás.

Nadie sabe si, realmente, su nombre es Soledad y era sobrina de aquella anciana a la que amortajaron como había vivido, con tres relojes (dos en la muñeca izquierda y uno en la derecha).

Nadie osó preguntarle... por una suerte de temor reverencial y pánico alzado.

Hasta ese día, nunca nadie había pedido dry martini para desayunar.

Y puedo decirles que su sabor me reconfortó el temblor de verla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario