07 enero, 2010

LA ANCIANA


Primero fue el disparo de la anciana en el Metro.

Cuando el vagón quiso reaccionar, la vieja corría despavorida, por las escaleras mecánicas, hacia el exterior.

Los periódicos no otorgaron demasiado relevancia al suceso.

Luego, unos días después, el empleado del horno encontró, en el callejón de acceso al establecimiento, el cadáver de un hombre decapitado.

La policía científica no halló ninguna huella dactilar en el lugar de los hechos.

Las hipótesis de investigación no creyeron oportuno relacionar ambos crímenes.

Pasados unos quince días, cuando ya apenas nadie recordaba lo anterior, un joven de veinticinco años fue encontrado muerto en la bañera de su casa.

Nadie concedió mayor relevancia al hecho de que todos los orificios de su cuerpo se encontrasen sellados con silicona.

Era la primera vez que la ciudad cerraba las puertas con pestillos de seguridad.

El Alcalde convocó una rueda de prensa en la que no admitió preguntas de los medios presentes.

Unos cuantos meses después, la anciana abrió su bolso de piel cuarteada y extrajo una cuchilla de afeitar, con la que degolló al portero del edificio.

El charco de sangre ensució la alfombra recién estrenada por la comunidad de propietarios tras las fiestas navideñas.

El comisario de la Policía Local reveló a su esposa, justo después de hacerle el amor, que temía por la seguridad de la ciudadanía.

La hija de ambos palideció al encontrar, en el cubo de basura, una peluca canosa, restos de tubos de maquillaje y una bolsa cerrada que desprendía un insoportable hedor a sangre corrompida.

El hombre dio la espalda a su esposa, que remoloneaba entre las sábanas tras la cópula.
Después sintió un frío inusitado... y dolor, mucho dolor, hasta que desvaneció.

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