21 enero, 2010

EL ESPEJO


Quiso creer que las palabras lanzadas no herirían.

Pretendió que, recubiertas de cristal, nadaran entre los procelosos océanos de bytes.

Imaginó reacciones... mas no halló motivo para las lágrimas.

Y, sin embargo, el viento le anunció tristezas y resentimientos.

Recurrió a la medida más objetiva...y, sin embargo, el tiempo resbalaba entre sus dedos y ante sus castigados ojos.

Maldijo.

Entrevió a un antiguo profesor, en la tarima, sumido en eternas diatribas sobre el tempus fugit.

El espejo le devolvió una imagen distorsionada que era la que comulgaba, en los más justos términos, con la realidad.

Releyó sus palabras, y adivinó una despedida recubierta de edulcorada educación.

Negó sobre el sentir de los silencios y las palabras no dichas.
Derrumbó sus pensamientos en la destartalada silla y el fogonazo de luz le envió al suelo.

Estudió todos sus antiguos libros de texto, pero no dio con el poema que anhelaba encontrar.

Volvió al espejo y supo que sería la última vez que vería su efigie reflejada.

Acertó a intuir las causas.

Y, tembloroso, dibujó su cuerpo yerto entre las frías paredes de la madera del ataúd.

No lagrimeó.

La compasión y la caridad, en cantidades abundantes, pueden ser el más letal de los venenos.

Intentó recuperar los mensajes enviados... pero ya era (demasiado) tarde.

Y, sin embargo, al igual que sucedía con la condena final, convenía asumirla con gallardía.

Quizá, solo quizá, el espejo estuviera equivocado.

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