03 abril, 2010

EL JINETE


"Yo erraba solo, paseando mi huida -junto del estanque, entre la sauceda- donde la bruma vaga evocaba un gran fantasma lechoso y desesperante". Paseo sentimental. Poemas Saturnianos. Paul Verlaine.


El jinete galopa furioso, eléctrico, sintiendo cada irregularidad del camino en el trote exigido de su entregado caballo.

Piensa y recuerda imágenes que le derribaron y subyugaron, que consiguieron derrumbar esa férrea y fría coraza que cubría su impostura.

Pretende, acelerando aún más el paso de su montura, que los árboles que se sitúan en los bordes del camino conforman un todo cerrado, de negritud, que impide que la luz de la luna llena penetre entre ellos y, de este modo, en íntima comunión con la oscuridad, la soledad y el silencio (mínimamente roto por el acompasado ruido de las herraduras en la piedra y los suspiros de su caballo), recitar, en voz baja, una mundana plegaria que llegue a su lejano corazón.

Advierte, a lo lejos, el lago.

Tranquilo, pausado, cristalino y paradisiaco en el medio de la madrugada y del bosque.

El Jinete la recuerda. Sonriente. Bella. Esculpida entre los rayos madrugadores de un sol perezoso que olvidó calentar el final del invierno.

Instintivamente cede en su presión de las bridas y el animal agradece el gesto deferencial, ajustando su velocidad al escarpado terreno que conduce hasta el lago.

Pausado y tranquilo... como la noche del Jinete... cuando lo fue.

Mira al cielo y contempla la perfección de la luna.

Henchida en su más completa redondez. Luminosa y señora, altanera, dominante, segura de sí misma, perfilando una sonrisa pespunteada en las comisuras de sus labios.

Decide desmontar, dejando descansar a su fiel compañero, y encaminarse, con la lasitud generada por el inconformismo y la búsqueda a la orilla.

Recuerda el pasaje de un libro en el que la asesina, avezada, buscaba señales y designios en los informes del genial detective que la perseguía.

Y ese doble vinculo de la perseguida que, a su vez, rastrea a su perseguidor la reconforta en esta noche frente al lago.

Avisando que el viento responde a sus preguntas o, al menos, le traiga esa brizna del olor de ella que le permita reposar.

Y el Jinete espera... absorto... con la mirada felina e inquieta.

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