11 abril, 2010

PARADA EN EL MUNDO


Alguien recita desde un lugar escondido y oscuro la historia del huracán.

En la agenda de direcciones, con un inolvidable sentimiento de desazón, la anotación de la agencia de viajes se ve suplantada por la de una sastrería a medida.

Un grupo de jóvenes pasa un hielo, que cada vez se hace más pequeño, de boca en boca, sonriendo y agotando con avidez, las reservas de alcohol del bar.

El camarero continúa ensimismado en la pantalla de la televisión, en la que conectaron, en directo, con la enviada especial a pie de guerra, en el campo de batalla.

Nada guarda relación entre sí.

Lejos de allí, un hombre es ayudado a vestirse con un traje de corte medieval. Ve su imagen en el espejo, siente responsabilidad y reza, oteando el tiempo por la ventana del hotel, para que el viento se calme a tiempo.

Ella examina con parsimonia el pétalo blanco de un ramo de rosas que había quedado escondido entre las páginas de su libro...

Imagina...

Y refrena un deseo, sintiendo como el humo de su cigarrillo acaricia tibiamente sus dedos y se cuela por el pequeño espacio entre sus anillos.

En el bar, algunas miradas inquisitivas se posan sobre el diabólico trazo de mis papeles.

Bueno.

Todos mis problemas femeninos no acabaron en la oscura mina.

Ni con la mina.

Pero dejaron un evidente recuerdo de sangre...

Y las hojas no dan testimonio de esa brecha.

Porque la mejor metáfora siempre se diluye entre los torrentes de palabras alambicadas.

Y se descubre cuando, en ella, no subyacía tal intención.

Mientras las bombas continúan arreciando y los hielos se derriten en un mundo sin ti.

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