08 abril, 2010

EL RATÓN


Se me ha quedado mirando.

Entre sorprendido y temeroso.

O, al menos, así lo percibo yo.

El sol se comienza a colar por entre los visillos que adornan las ventanas.

Calculando, rápidamente, concluyo que ésta es mi quinta noche consecutiva sin dormir.

Bueno, quizá, sin dormir de un modo que permita descansar, reposar... un modo humano.

Creo que podrían adivinar a qué me refiero.

No se mueve.

Apenas se eleva, mínimamente, y coloca sus tibias manecillas sobre el pecho blanquecino.

Creo que sonríe.

Pero podría estar pensando en el modo más oportuno de morder algún lugar de mi cuerpo.

Los brazos, posiblemente.

A mi alrededor, en un espacio de caos aparente, en el interregno del desorden pausado, hay múltiples cajas de discos compactos abiertas... los libretos interiores campan, a sus anchas, por la mesa, el sillón y el suelo.

Huele profundamente a cerrado.

Entre los cojines, excesivamente duros, o menos mullidos de lo que debieran para una sensibilidad alterada (y agitada), se esconden varias pelotas de papel que vislumbran composiciones inacabadas.

Retazos de inspiración entrecortados.

Esos versos que sienten pavor a ser leídos por los ojos que derriten... y congelan.

Sus ojos.

Por debajo de la nuca, corolario indubitado de la ausencia de descanso, aviso precipitado de la cercanía de un súbito desmayo, dos punzadas terribles...

Frías, desgarradoras, punzantes...

Él quizá lo sepa... puede que lo haya adivinado.

Tuerzo mi cuello buscando una postura que relaje el atronador traqueteo que castiga mi columna.

Inútil.

Un esfuerzo estéril... otro más.

Por el patio interior al que da la ventana, se escapa una música que se ve acompañada por una letra en idioma que no puedo entender.

Mi padre siempre quiso que aprendiera a tocar la guitarra.

Mi mayor empeño, durante un tiempo, fue no complacerle.

Siempre hay motivos para nuestras decisiones.

Quizá no siempre.

Él lo ha conocido todo, desde antiguo.

Por eso ahora me mira.

Apuesto a que debería temerme. Pero no lo hace.

Ha salido de la oscuridad...

Se ha quedado observando...

Lo ha adivinado todo, con prontitud y calma...

Se siente superior.

Porque ha advertido el horror.

Por eso, avanza tranquilo, buscando mi presencia. El ascenso cómodo por mi espalda para colocarse en mi hombro, a una distancia alcanzable de mi oído.

Entonces lo susurra.

Y yo caigo en la cuenta.

Una leve mancha de vino tinto sobre el blanco del cojín.

Y descubro que no dormiré.

Y descubro que ninguna palabra me complacerá... jamás.

Y él, el pequeño ratón, se marcha... sin decir adiós.

No hay comentarios:

Publicar un comentario