11 abril, 2010

LA VIEJA LIBRERÍA


Ahora paseas por avenidas milenarias, mientras él se envuelve en fantasmagóricas digresiones sobre el futuro y la sensibilidad.

Tomada del brazo, o entrelazando tus dedos (mi visión es lejana y, por lo tanto, equívoca), en el instante en el que sus manos se funden en la primera plegaria del día.

Ambos conocéis que los vampiros siempre mantienen un dulzón sabor a sangre en sus bocas... En los días y en las noches.

Varios días antes, él había deslizado una nota manuscrita en tu habitación, señalando cierta hora del día de hoy, en una librería de antigüedades a la que decidiste no acudir.

Ni el consuelo de la primera edición en castellano del Moby Dick de Melville, en la espera, le permite olvidar tu ausencia... Esa ansiedad.

Caminas, haciendo que tu brillo vuelva las miradas de los viandantes, apurando los primeros helados de la temporada.

Y él arranca notas de un piano que decidió lanzar por el patio interior de su inmueble.

Incluso el librero hubiera deseado que llegases a aquel encuentro.

Hoy, el sol ilumina los rincones más escondidos.

Él se refugia en su atalaya de música y libros.

Tú encomiendas tu presteza a los deseos de las nubles blancas que gimotean con pesar.

Él ha utilizado la última página de su libreta para dedicarte un verso que nunca leerás.

Tú ni siquiera lo imaginas.

Él tan solo imagina.

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