19 abril, 2010

LA PRISIÓN


El "Chino" Río llegó a prisión por un robo, con escalamiento, en el que las joyas del botín resultaron de bastante menos valor del esperado.

Las muñecas de sus manos aparecieron cortadas, en perfecta sucesión de líneas verticales.

Juan Sebastián "El Inca" Gutiérrez había sido un prometedor boxeador que vio truncada su carrera cuando un más que turbio asunto de apuestas se cruzó en su camino antes del combate que, en caso de victoria, le hubiese abierto las puertas de la disputa del título mundial.

De ser cierto el contenido del informe médico, falleció por insuficiencia respiratoria, provocada por la retención continuada de bolitas de algodón en la tráquea.

Porfirio Manuel Blanco fue condenado a quince años por haber asesinado, con arma blanca, al amante de su esposa.

Fue descubierto, ahorcado, con la camiseta que concedía la penitenciaria a todos los reclusos perfectamente desgarrada y calculada con su longitud como lo hubiese hecho un auténtico maestro aritmético (cinco centímetros para tocar el suelo).

Percy "Chocolate" Álamos fue arrestado cuando su coche deportivo, repleto de sustancias, intentaba abandonar, a gran velocidad, el país

Su corazón se paró por la mezcla explosiva de alquitrán, el material que componía, primordialmente, la pista deportiva de la cárcel, y paracetamol (en dosis suficiente como para mitigar sus últimas treinta y cinco cefaleas).

Ferrán "el Calvo" Lucendo recibió una sentencia de pena de prisión de cincuenta años cuando, ante la visión en acto de juicio del vídeo que reconstruía los hechos, confesó ser el asesino de la joven que había desaparecido mientras caminaba en bicicleta junto al río.

El bedel del segundo turno de la noche apreció algo extraño en su celda, como un fardo caído en el suelo, y comprobó como el bueno de Ferrán se había estrangulado, con sus propias manos, dejando la marca de sus dedos en torno al cuello.

El Alcaide, horas antes, había descolgado el teléfono.

La voz de mujer, sensual, coqueta, le contestó con sumo agrado al otro lado de la línea.

"Cuerda de putas -pensó al colgar- no suena tan diferente a cuerda de presos".

Y sonrió.

Aquella noche, de las celdas de esa pequeña y recóndita prisión, asentada en un perdido acantilado, escaparon más gemidos que chillidos enloquecidos.

Cuando el encargado de los servicios de pompas fúnebres preguntó porqué habían sido solicitados seis ataúdes, el Alcaide en funciones hizo con él un aparte y, con gesto confiado y frío, susurró algo en voz casi imperceptible.

Horas antes, escasas horas antes, seis mujeres, embozadas, habían abandonado cinco celdas y un despacho de la prisión.

No hay comentarios:

Publicar un comentario