12 abril, 2010

EL PORTEADOR


K. es un viejo empleado de transportes cuya melena encanecida continúa bailando con el viento.

Se deja ver por detrás de la horrible gorra naranja que, con el anagrama de la empresa, su superior jerárquico le obliga a lucir.

K. tiene unas manos encallecidas, del rigor y el peso de las cargas, de dedos muy largos y finos.

Desoyendo todas las recomendaciones que le fueron impartidas, jamás utiliza guantes.

Conduce con tranquilidad, respetando todas las señales y sin superar la velocidad máxima establecida... ajeno al frenesí del tránsito circulatorio de este lunes inmundo que anuncia el final de la existencia.

Lleva la ventanilla izquierda ligeramente bajada, permitiendo que el viento de la mañana le refresque su cara.

En el lateral derecho de su camioneta, serigrafiado en negro sobre un blanco manchado de polución e insectos, se lee: F. Compañía. Transporte de Pianos.

Y, coronando la leyenda, un pentagrama unido, en su mitad, con las cuerdas de un arpa.

Jamás apreció el distintivo, le parecía patético.

K. sabe que hoy es su último día... Y, aunque odia profundamente su trabajo, se encuentra triste.

Varios compañeros, con los que apenas mantiene un trato que exceda del saludo cuando se cruzan en las taquillas, le avisaron que iba a ser despedido.

Varios encargos que no llegaron a tiempo. Pianos que parecían no estar tan poco usados como sus papeles acreditativos aseguraban. Trato inadecuado, por poco cordial, de la clientela.

Y K. conoce que todo es cierto.

Por eso, hoy, en el que se alza como su última oportunidad, ha señalado una ruta muy distinta, buscando atravesar un bosque.

Allí aparcará su camioneta y, como en tantas otras ocasiones, al cobijo del anonimato, se encerrará en el vagón de carga, desanudará las mantas que protegen al piano, levantará su tapa, dejará que el olor le penetre y, sublimado, comenzará a tocar, de memoria, permitiendo que sus dedos acaricien las teclas blancas y negras.

Sin que el tiempo importe...

Sin que nada le inquiete...

Su último éxtasis.

Será su pieza de despedida.

Luego encontrará algún lugar adecuado para que su liquidación se convierta en alcohol y olvido.

De repente, K. siente un impacto lateral.

Brutal. Seco.

Y ya no siente nada.

Ni sentirá nada.

El piano, perfectamente embalado y protegido, llegará a su destino. En tiempo y forma.

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