28 abril, 2010

EL RÍO


Abatido.

Como en aquellas noches de Dry Martini que acaban... mal.

Despiadado.

Como el escritor que arranca todas las hojas de sus cuadernos... y quema sus tapas.

Desilusionado.

Como el hincha que enjuaga su derrota y las lágrimas en la bufanda de su club... de su antiguo club.

Atribulado.

Como los personajes de los años que escuchan su sentencia cuando el despertador suena... y les asesina.


Hay restos de botellas rotas en la biblioteca... y no recuerdo haberlas quebrado.

Hay manchas de color rosa en la tapicería blanca del sofá... pero mi cuerpo no presenta heridas de consideración.

Hay pétalos de flores que he pretendido despedazar y, sin embargo, me he topado con la dureza de la tela.


Recuerdo voces...


He conocido, y no fue Grenouille, personas que encomendaron parte de su vida a la búsqueda del perfume.

He parlamentado, y no era el Capitán Ahab mi interlocutor, con hombres que confiaron su azar a la captura de una ballena.

Me he emborrachado, y no fue con un diestro, al lado de héroes que han visitado los terrenos de la muerte, con desprecio, para exprimir la esencia de la belleza.

He llorado, y gritado a los vientos, con hermanos que odiaron la pelea por descubrir el rostro que merecería la más linda palabra. Y les puedo asegurar que no fue Franz.


Recuerdo cada una de esas sensaciones e instantes... pero no afirmaría que todos participan de la realidad.


Hoy, en este río metropolitano, veo la suciedad de una ciudad despreocupada... y acelerada.


Oigo esas voces, las mismas voces.

Pero estoy solo.

Quizá igual que antaño.


Reconozco sus perfiles, sus miedos, sus deseos, sus desventuras.. fueron míos.

También a sus ballenas, sus perfumes, sus ejercicios de belleza y sus palabras... las adoptamos conjuntamente.

Pero no los veo.


Tan solo el agua del río.

Ensuciada por copas rotas, hojas de cuaderno arrugadas, bufandas raídas y un cúmulo insospechado de sueños rotos.

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