04 abril, 2010

MISTERIO


Misterio.

De fotos tomadas pero cuya imagen aún no se ha hecho palpable.

Misterio.

De los silencios que acentúan mientras devuelves tu sonrisa, acunada en el hueco de mi antebrazo.

Misterio.

De los pensamientos que recorren tu cabeza cuando me deleito al verte reflejada en el cristal de los trenes.

Misterio.

Del lugar al que las aguas llevarán las medallas olímpicas arrojadas por el campeón desde el puente, tenuemente iluminado, de la ciudad.

Misterio.

Del sentido de los colores que pigmentan los huecos de tu rostro sereno antes de golpear con el rigor del adiós.

Misterio.

De anotaciones minúsculas junto a ensalzadas capitulares. De números y direcciones, de teléfonos que, quizá, no vayan a sonar jamás.

Misterio.

De mapas señalados con antelación a la realización de viajes imposibles. De precisiones marginales abocadas a permanecer en el anonimato de la desolación.

Misterio.

De las entrecortadas conversaciones insomnes que atraviesan los débiles muros de las pensiones concedidas sin reserva previa.

Misterio.

Del íntimo color de tu flor escondida. Del suave jugo que regala tu más interno claustro.

Misterio.

Del errante peregrino que importuna al viento con repetidas preguntas que éste jamás responderá.

Misterio.

Relegado en los posos del café que compartiremos en un viejo parque de Beirut.

Misterio.

De las iniciales que enseñorean las esquelas de la edición dominical del rotativo local.

Misterio.

De las confidencias reveladas sotto voce en los crepusculares atardeceres de una medieval villa asediada.

Misterio.

Del ritmo de tu respiración cuando encoges tu vigor para entregarte a los brazos de un Morfeo esquivo.

Misterio.

De la sustancialidad del veneno que me enamora y de su capacidad para pervivir en mi descreído organismo.

Misterio.

De soñar un amanecer en París, mientras desperezas, entre arrullos, en mi pecho.

Misterio.

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