30 noviembre, 2009

LA VOZ


Les mintió.

Durante mucho tiempo.

Pero ellos no quisieron poner en duda sus palabras.

O, al menos, confiaron en esa aterciopelada voz que, noche tras noches, les acompañaba mientras conducían.

Todos, de un modo un otro, dudaban, pero mantenían su temor escondido, en lo más profundo, dejando que las charlas fluyeran sobre la bondad del espíritu de ese sonido que cada noche, irremediablemente, refería esas bellísimas historias por la emisora.

Les mintió.

Ahora, los reportajes construidos a posteriori hablarán de estafa, de engaño, de la creencia inusitada del ser humano en las historias de hadas, en aquellas confabulaciones que podrían servir para una película del sábado por la tarde (acompañada de la inevitable somnolencia y la manta de invierno).

Pero ellos, ésos que esconden su valentía en las iniciales del pie de firma, también mienten, porque, en su fuero interno, desconocen cómo pudieron dejar escapar la noticia antes de que estallara con estrépito. Y, en este momento, tan solo conocen el camino de la estrategia estilística, el manido recurso de vaticinar lo ya sucedido.

Ahora, las autopistas se han vaciado de camiones, porque sus conductores prefieren no recordar las interminables noches acompañados y, por el contrario, rumian la tristeza y el rencor del engaño en las literas de la cabina de su camión o entre las piernas de alguna meretriz previamente acordada.

Les mintió. Sí. Maldita sea.

Durante mucho tiempo, esa voz contaba, con prodigios cadencia, historias de tiempos pasados que concluían, inalterablemente, en un mensaje de apoyo y paz que hacía que la ruta nocturna se adivinara menos dura, más transitable, más humana.

El rigor de la soledad es insoportable cuando el único color es el de las luces que golpea en la frente.

Les mintió. No lo olviden. A todos.

Algunos pavonean, rodeados de botellines vacíos de cerveza, que no fueron engañados o, en su caso, que lo hicieron a sabiendas de que había gato encerrado.

Como siempre, todos mienten.

Ninguno dudó, aquella noche en la que la nieve pigmentaba de blanco las calzadas, que si la voz reclamaba una aportación económica para un viejo enfermo de Teherán, aquejado de la dolencia más insospechada y desconocida, era para un fin completamente legítimo y loable.

Nadie dudó. No les crean.

Ninguno sintió resquemor al comprobar la extraña numeración de la cuenta corriente facilitada.

Ninguno.

Ahora, todos mienten.

Como la voz.

29 noviembre, 2009

ÓRDAGOS


Esta noche, con el repentino reencuentro con el frío, he visto a las parejas pasear, abrazadas, sentado al velador de esta cafetería que conocí en mis años de Universidad.

No me pareció irracional buscar una luz al fondo de la calle y, sin embargo, las farolas estaban, todas, fundidas.

Un duende vestido de verde anunció la llegada del invierno y, sonriendo, mintió sobre el contenido de mis sentimientos.

Años antes, aguardé en la parada hasta que el autobús urbano se detuvo, empapando mis pantalones al pisar el charco lleno de barro.

Las primeras luces brillaban en las largas avenidas que repetían, descarnadamente, tu nombre entre las nubes.

Los niños tiraban de las mangas de sus padres ante los iluminados escaparates que ofrecían un cúmulo inabarcable de juguetes.

Madrid es una inhóspita habitación de hospital a la que no llegan las curas diarias.

Diez años atrás, en esta misma cafetería, arriesgué mi asignación semanal en una jugada de naipes que, de antemano, sabía que no iba a funcionar.

Hoy, diez años después, aún continúo manteniendo esa postura arrogante y desconfiada ante la realidad, esa pose de ganador del que, sin embargo, conoce que su mano será ampliamente vencida.

El mismo mendigo de una década atrás mantiene su caja de cartón en el suelo implorando caridad.

Y, como en la canción, deseo que no me llames cariño, porque la caridad es una actuación que, en el fondo, derrota al amor.

He dejado un billete en la mesa y he salido a caminar.

Sin rumbo fijo.

Esperando una palabra, una decisión que, sin lugar a dudas, no va a llegar.

Y, en todo caso, como en aquel órdago de la pretérita partida de cartas, mi rostro quiere denotar seguridad y confianza ante el horror de una posible negativa.

23 noviembre, 2009

EXTRACTOS


De las notas extraídas del diario de S.

La mancha en el empeine izquierdo parecía una gota de sangre que discurriera, lentamente, buscando el suelo.

Desde cerca, a escasos centímetros, podía observarse que era un tatuaje ínfimo, cortante, desgarrador... Aparentemente inofensivo.

Como ella.

En cualquier caso, B. conocía de sobra el efecto que aquel minúsculo borrón, ese estigma imaginario, causaba en esos instantes en los que el espacio desaparece ante el empuje de la pasión.


Del testimonio de JR.

Entiéndanme.

Yo no soy un hombre especialmente fetichista.

Bueno, hasta conocerla, no lo era.

Fue aquella visión...

Inesperada.

No sé... Nadie desnuda a una mujer y espera encontrar algo negro tan cerca de los dedos de sus pies.

El efecto fue inmediato... pero no sería capaz de explicárselo con palabras.

Desde entonces, he encontrado muchos tatuajes en el cuerpo de otras mujeres...

Y, quizá, eso sea lo importante.

En otras mujeres.


De la carta enviada por F. a M.

No parece una chica normal.

El resto nos desprendemos de nuestras chanclas y camisetas y nos tumbamos en las toallas, al sol, disfrutando del rumor de las olas en la playa.

Ella no...

Jamás se quitó sus zapatillas. Aunque todas le decíamos que en la arena era mucho más cómodo caminar descalza.

Se quedaba arrodillada, extendía su toalla, sacaba un libro y leía... ajena a todo.

Días después fue aquel horrible asesinato.


Noticia aparecida en el diario ***. Edición especial de la tarde (extracto)

El cuerpo de la joven apareció maniatado, arrodillado de cara al cabecero de la cama.

En las sábanas, se hallaron restos de semen.

Aunque no se ha podido conocer el texto íntegro, en la pared de la habitación se hallaba escrita una frase con caracteres cirílicos.

La Policía investiga los móviles del suceso, si bien las primeras pesquisas apuntan a un crimen pasional.


Letra de la canción **** del grupo **** (estribillo)

Ella era su reencarnación.

Su más fiel servidora.

Cantaba con la armonía de las sirenas.

Suspiraba con el aliento de los ángeles.

Me miró a los ojos.

Detuve mi visión en su pie.

Y todo sucedió.

Y todo sucedió...

De repente, todo sucedió...


Mensaje de texto enviado por *** a su hermano ***, a las 5 de la madrugada del día *** de noviembre de ***. De imposible recepción por un repentino error en el servicio de entrega.

No m kreers. La h vist. B. Es indudab. Tengo panik. M miró. Eso estb ayí. No era B. Xo tenía que ser B.


Informe de autopsia del Sr. ***. Páginas 4 a 5 (resumen).

Varón. Caucásico. 30 años de edad. Complexión fuerte.

Inexistencia de globo ocular derecho. Causa posible: Extirpación violenta.

Heridas inciso-contusas (en número de 29) en región dorso-lumbar.

Inexistencia del órgano reproductor masculino (pene y testículo derecho). Causa posible: Extirpación violenta.

Inexistencia de falanges segunda y tercera del dedo anular del pie izquierdo. Causa posible. Sección violenta.

No se advierten otras especialidades anatómicas.

Posible causa del deceso: Shock repentino. Aceleración del ritmo cardiovascular. Explosión del corazón (órgano) por motivo desconocido y científicamente inexplicable.


Susurros, en la noche, escuchados en el bosque de ***. Origen desconocido.

Yo ya no soy yo...

Crece.

He sentido el miedo.

Tu conjuro no funcionó.

Ellos han muerto.

Yo siento, ya, tu presencia.

Ven...

Ven a mí...

Yo ya no era yo...


Poema inconcluso. Encontrado en la habitación del Hotel ***, habitación número ***. Villa de ***.

Retornas.

Frágil, leve, sensual.

Siento la turgencia de tu efigie acercarse.

El aleve y vívido espíritu interior.

Violetas, ese perfume...

Y desnudas tus pies,

mientras me siento morir...

y matar...

22 noviembre, 2009

LAS OTRAS CREENCIAS


Conviene confiar en que *** esté viva... A pesar de las noticias de los diarios.

O, cuanto menos, conviene creer que lo está, que el agua no encharcó sus pulmones y que su corazón se sobrepuso a la falta de oxígeno.

Sea como fuere, ahora que los pájaros aletean entre las ramas nervudas de los árboles, el amargo sabor de la decepción mantiene su regusto en mis papilas (y en las pupilas).

Y sé, con el dolor de lo inevitable, que el sol de estos domingos que no compartimos no lucirá en futuros momentos.

Pero leo, como hace años, como aquellos atardeceres en los que desconocía el verdadero significado de "nosotros", al lado de la ventana, arrancando cierta luminiscencia a una tarde que acude con los primeros vientos racheados.

Conviene confiar en el futuro.

Acallar las palabras de ésos que avanzaron sin seguridad en sus pasos.

Conviene hacerlo...

O es irremediable, quizá.

En Beirut, una mujer escribe un poema diletante.

En Beijing, el asesino de las últimas noches engulle una hamburguesa pidiendo un sobre más de mostaza, con la mayor educación, a la camarera que le atiende.

En Lisboa, una anciana avanza de rodillas, intentando ascender la calle, mientras el tranvía pasa, obviándola, con su sonoro avance...

He sellado algunas cartas que no enviaré.

He roto cuatro poemas que escribí rememorando tu sonrisa.

He borrado de la memoria externa todos los archivos que contenían tu nombre y tus palabras.

He hecho todo eso... y he escuchado cinco veces la misma canción, hasta que el vecino golpeó en la puerta para quejarse del volumen.

Ahogué un grito en mitad de la noche y reprimí, con todas mis fuerzas, el aliento que me incitaba a escuchar tu voz.

He ojeado mis antiguas carpetas, intentando recuperar una frase de Panero sobre el inconveniente de haber nacido... y me sorprendí concluyendo que, a buen seguro, esa entrevista era de Cioran.

En la amalgama de padeceres, recibí tu envío... y, como en el resto de ocasiones pretéritas, formulé una súplica desatendida.

Sí, conviene confiar en que *** permanezca viva.

Continuar avivando la llama de la esperanza.

Protegerla del daño que podrían causarle los rayos de un sol inesperado de invierno que deja paso al cortante frío del viento de la tarde crepuscular.

Conviene confiar en que el agua continúe cayendo...


PROBABILIDADES


Puede que la lluvia que escuchas tras los cristales no sea para ti...

Puede que el viento que ulula en la noche no resulte de tu predicamento...

Puede que, entre las luces estroboscópicas, adivines rostros relevantes, que no son nada...

Puede que los mensajes que recibes en tu teléfono móvil no signifiquen lo más mínimo...

Puede que no entiendas su preocupaciones cuando habla, entrecortada, en el rumor de la noche...

Puede, incluso, que sus cuitas motiven tu desesperación e incomodad... Puede...

Puede que susurres su nombre, velado, mientras importunas tu sueño en continuas y ansiosas revueltas...

Puede que desesperes imaginando su cuerpo tendido junto a esa pesada losa que es la insalvable habitualidad...

Puede que odies el calor dejado entre las sábanas por ese bulto que, tiempo ha, dejó de ser acogedor...

Puede que escribas en la madrugada para ahogar tus fantasmas en un océano de literaturas...

Puede que, mañana, al despertar, preguntes sobre tu ataque de integridad en la oscuridad tumultuaria de la música...

Puede que solo mantengas una esperanza vana...

Pero esa esperanza, aún pudiendo habitar en el mundo de la mera expectativa, alienta tu desgastado aguante...

Puede, sí, puede, que hasta el amanecer futuro...

Puede que hasta que tus ojos enseñoreen la ceguera...

Puede que hasta el instante en el que tu corazón sea incapaz de bombear el incontrolable, y continuo, torrente de amor.

15 noviembre, 2009

LOS PUÑALES DE TATIANA


A los efectos relevantes, si es que los hubiere, referiré que los hechos que a continuación relato no pueden ser fijados de una manera certera en el tiempo.

Si mi intuición y memoria no yerra, conocí a Tatiana L. (perdonen que haya inventado su nombre y enmascarado su apellido en una inicial ficticia) unos días más tarde de la victoria en el Campeonato del Mundo de Ciclismo de cierto deportista que, años después, me confesó haber ganado aquella competición gracias al consumo de sustancias prohibidas.

Se preguntarán cómo recuerdo el evento deportivo y olvido la fecha del calendario. Aparte de cierta rareza que mis más allegadas no dejan de celebrar (y que por no abotargarles resumiré en conectar los hechos de la vida cotidiana con sus coetáneos deportivos), la aparición de Tatiana coincidió con un episodio de queja vecinal tras el griterío y celebración de la referida victoria (guardo, por insustancial, el lanzamiento de cierta señal de tráfico por la ventana del inmueble y los evidentes estragos y confusión que motivó tal coyuntura).

Cometí el gravísimo error de enamorarme de T.L., tras nuestra segunda cita.

Usted concederá que las razones del corazón campan con holgura e indisciplina por lares dejados de la rectitud y la cordura.

Quizá concluya, no exento de razón, que caer en los avatares de una dama recién conocida es conducta temeraria.

Le aplaudo.

Hace unos quince años me concedieron un accésit en un premio literario por un ensayo con título "Enamorarse debería estar prohibido". El acta del jurado manifestaba la riqueza de las imágenes en él contenidas, especialmente el juego de la brillantez y las sensaciones, justificando su imposibilidad de victoria en el tratamiento cuasi misógino (?) del amor.

De la experiencia con T.L., podría haberse redactado un apéndice a dicho ensayo que multiplicara por mil su extensión y profundidad.

Huelga decir que, con Tatiana, como con cualquier mujer, de nada sirve lo previamente aprendido.

La primera vez que besé a T., en el cálido recoveco de una calle iluminada con luces anaranjadas, adiviné un bulto o presencia en su cintura, y, concluyendo que no podía tratarse del hueso de la cadera, naufragué en la disquisición de la longitud de la hoja de la navaja cuya empuñadura me saludaba.

El resto de la historia con T. puede resumirse en palabras breves y nada exageradas: pasión, desazón, nostalgias, ausencias, miedo y desolación.

A las anteriores sensaciones, pero el ejercicio lo reservo para ustedes, han de unirse estas otras: insomnio, locura, apariciones, retraimiento, aspiraciones y derrumbe.

Aderécenlo, si gustan, con el efecto conjugado del cansancio, el alcohol, el pesar de sus desapariciones, el puñal que clavan los celos y las imágenes soñadas de su cuerpo en otros brazos.

T. se marchó una noche de invierno.

Hoy sus ojos me visitan de nuevo.

He tratado de recuperar aquel adolescente ensayo, pero la memoria del ordenador no responde a mis peticiones.

Nada aprendí con el tiempo, salvo a reconocer la presencia de los puñales que anuncian tu propio, pero inevitable, final.

POR TI

Puede que aún sigas sin creer mi grito en esta madrugada.
Y es que nada tiene sentido sin ti.
Ahora que reprimí mis deseos de lanzar este mensaje a tu teléfono móvil.
Todo pierde encuadre cuando estás lejos.
En esta noche en la que escuché tu voz compartida en el oceáno febril de gargantas enfervorecidas.
El universo se enceguece mientras permaneces lejos.
Y la cortina de agua, suave, leve, me reveló que estaba lagrimeando por tu ausencia.
Y que mi vida carecería de sentido sin ti...
Cuando quiera que leas esta parte de mi corazón que se retrató, blanco sobre negro, continuaré asegurando que viviré, moriré y mataré por ti.

14 noviembre, 2009

LA NOTA


"Hauser miente...Se escapó y...En la frontera de Baviera...sobre el río...Me llamo MLO".


Hace mucho tiempo encontré a Kaspar Hauser.

Quizá sería más correcto decir el espíritu de KH, pero la rectitud importará poco en esta breve confesión.

Desde ese momento, guardé las dos líneas inspiradas al halo de su presencia en el bolsillo interior de mi chaqueta, a la espera de un nuevo manantial creativo... que parecía esquilmado.

No existen enigmas que resistan el paso del tiempo... y la erosión de la credulidad.

Acaricio el delgado tallo de la copa de vino blanco que me sirvieron con generosidad, y mientras la conversación deambula por parajes que me resultan ajenos, mi mente solo evoca tu rostro, tu sonrisa, tus ojos mirando el miedo a sus ojos...

Varias horas antes, con la alegría de un explorador que descubre el tesoro que buscaba cuando ya había perdido toda fe en el encuentro, el secreto de un asesinato se me reveló de súbito. Y, con una mezcla de repentina clarividencia y sobresalto, recité, para mí, las rimas de un epitafio.

Anoche, cuando retumbaban en mi corazón las vertiginosas corrientes de tu tristeza, me revolví en la cama para revelar mi más profunda verdad... Y palpé hacia los lados, y el milagro se obró, haciendo que la materia tornara en silencio, en soledad, en nada...

Cuando las horas refieren ser de una noche (y no de un día determinado), continúo escudriñando los vocablos para que adoptes con seriedad mi más íntima revelación.

Hace muchos años, en la plaza de Unschlitt, los vecinos de Nüremberg desconfiaban del aspecto de Kaspar.

Alguien, pasado el tiempo, asesinó al hombre que pretendía desvelar la verdadera de identidad de KH.

Y, como en las más oscuras intrigas, los secretos campan libremente ante los ojos de esos ciegos que confabulan abiertamente mientras aceptan, sin remisión, una inexistente ceguera.

Pero, en el terror de la incertidumbre, tu mirada de miedo sigue hiriendo mi miedo a mirar.
"Yo no fui. Juro que yo no lo hice".

08 noviembre, 2009

EL RELOJ DE ARENA


He girado el reloj de arena y los primeros granos han comenzado a caer, depositándose, lentamente, configurando un leve suelo sobre el cristal.

El tiempo lucha contra mi convicción y el lugar que estrangula el discurrir de la arena se antoja como las manos que aprietan, con el vigor de lo cotidiano, de lo aceptado por pretérito, el halo mágico de las preferencias, el impulso fértil y grácil de la novedad.

Fue el viejo relojero, aquel andrajoso y decrépito que falleció entre los vapores del alcohol medicinal que ingería rebajado con apenas un dedo de agua y dejando tras de sí una leyenda de avaricia y opulencia desaprovechada, el que, cierta noche de verano, me regaló el reloj.

Con un guiño, y susurrando palabras casi incomprensibles, me espetó: "Reserva su condena para el momento de la elección suprema".

Y tendió el fardo que envolvía la simple pieza hacia mí, con una sonrisa que hubiese helado la sangre de cualquiera más precavido.

Ahora el reloj va desgranando una cuenta atrás, silente pero imparable, esperando que una brillante mano, enjoyada, detenga su letanía de medición.

Sobre la mesa, colocadas en guardia pretoriana, unas cuantas cuartillas que albergan reflexiones nocturnas y, quizá no por casualidad, desparramados por encima, otros trozos más pequeños y de tamaños disímiles que recogen signos de interrogación.

La luz artificial molesta mis castigados ojos y desvío la atención del reloj.

Sobre la estantería, una fotografía en la que una pareja sonríe, ajena al temporal que las nubes anuncian al fondo, cerniéndose sobre su confiada presencia.

El reloj continúa su avance.

Y las palabras del ebrio relojero no paran de repetirse en el oído de mi memoria.

Como si de un repentino golpe se tratara, mis ojos perciben el suave y límpido influjo de un delicado violeta adornado en blanco... subyugante.

Y el relojero sonríe desde el lugar que el Supremo le reservara, atendiendo la gravedad de la situación, y satisfecho, en definitiva, de que su mensaje haya sido respetado.

El resto cae fuera de su mano.

El resto pende de la mano de la brillantez.

DESMAYO


Ella ha servido las copas, con sumo cuidado, y, según dicta el protocolo, se ha alejado rápidamente, disipándose del preferente lugar que, en ese momento, concita todas las miradas.

Se siente encorsetada en la indumentaria de gala y maldice el dinero que ha gastado, continúa pensando que estúpidamente, en acudir a la peluquería esa misma mañana.

Las luces se apagan de repente...

Conoce perfectamente el ritual. A continuación, un chorro de fuerte luz blanca se disparará, en forma de círculo, sobre ellos, la música comenzará a atronar, levantarán sus copas, sonreirán, pedirán con una leve inclinación a los laterales el formal permiso paterno, beberán, lanzarán sus copas hacia atrás, el sonido del vidrio al hacerse pedazos, y se fundirán en un beso que desprenderá amor y que será jaleado por todos los invitados.

Se ha situado en uno de los rincones más apartados, al amparo de la oscuridad.

Está casi segura de que no ha sido capaz de atraer su atención.

Y recuerda aquellas noches, tan cercanas, en las que, al abrigo de algunas estrellas cómplices, permitían que sus cuerpos se descubrieran, con la rapidez y el temor que solo conocen los proscritos.

Y, luego, las palabras de imposibilidad y el pesado yugo de las responsabilidades contraídas. Esa maldita cantinela...

El fogonazo de luz y el terremoto melódico.

Quiere disimular una lágrima, pero no puede evitar que ruede de sus ojos hasta la barbilla y se precipite al suelo.

Ha cogido una copa sobrante, y justo cuando él reclama la anuencia paternal, se la lleva a la boca, destrozándola con los dientes y mezclando sangre y burbujas doradas.

Mientras, el resto levantan las copas y ella pelea por sostener el cortante dolor de sus labios ensangrentados.

Desea encontrar su mirada, el último secreto... pero él no recaba el recoveco de su visión.

Y tras escuchar el crujir del vidrio, ella rompe la copa en su frente...

Y se deja desmayar de dolor.

EL SUEÑO DE SÍSIFO (LA AGONÍA DE CELAN)


Como Celan, abandonado a su insalvable fin, en el arrullo de las aguas, voluntariamente acogidas del Sena.

Y, mañana, a las ocho, aunque no logres entenderlo, continuarán siendo las ocho.

Escucho tus "te quiero" y sostengo el impulso de imaginarlos en tu boca dirigidos a cierta, pero real, otredad.

Como Celan, mitigada, episódicamente, la consciencia por la pérdida de oxígeno, acunado en las corrientes del río.

Los maniquíes, desprovistos de ropa en el almacén, me retan con su mirada a una espiral de locura y desasosiego que firmaré sin reparar en las condiciones reguladas en letra pequeña.

El calendario futuro habla de deseos y restricciones... Con el viento, las vicisitudes del alejamiento convierten las noches en una impecable cárcel de lúgubres imaginaciones.

Como Celan, asumiendo un Destino inequívoco, perdiendo las referencias vitales de un existir adverso.

Soñé con postales que, sin embargo, habías resquebrajado sin piedad.

Evadí el tempus fugit hasta que la consciencia golpeó mi irrealidad, como un vendaval que barre la cotidianidad , el ilusionante empuje de la batalla.

Como Celan, sumiso ante el final.

Algunas norias continúan girando, acariciando el cielo y transmitiendo, en susurros entrecortados, los más bellos poemas que había imaginado recitarte mientras dormías al cobijo de mi pecho.

Mientras los animales corretean y cruzan, malhumorados y desorientados por las luces, las carreteras secundarias que transito sobrio (que es ebrio de recuerdo y nostalgia).

Como Celan, yerto, inane, a expensas del balanceo del agua.

Un leve movimiento me avisa de tu llegada.

Recuerdo el pasado, imagino el presente (en las postrimerías de mi última exhalación solo pediría perdón por lo no hecho).

Como Celan, convencido.

El viento entrecorta esta noche de noviembre en la que el calor de mis abrazos no encuentra el temblor de tu aterido cuerpo.

Y la paciencia comulga con el verbo persistir.

¿Dónde duerme Sísifo?

01 noviembre, 2009

PELDAÑOS


Hay pulseras olvidadas en los peldaños de escaleras públicas.

El eco de los amores escondidos rebota en las paredes de los subterráneos.

En los peldaños de la prisión en la que confinaron al poeta, existen gotas de sangre de una amante (aún) enamorada.

Las sábanas del último suicida cuelgan de los ventanales de una anónima lavandería de Wisconsin.

Y nadie, sin embargo, sospecha el secreto que esconden entre sus pliegues.

Un viejo caminante relata sus múltiples visiones en los variopintos lugares en los que sus pasos se detuvieron.

En el túnel que da acceso a la plaza escondida de Zagreb, sintió una punzada en su corazón y encomendó su futuro al deseo.

Esa tarde todavía no la conocía (aunque ella ya existía... porque siempre había existido, a pesar de desconocida).

Esa misma e indescriptible sensación le abordó, una noche, en la que pretendía llegar sano al puerto de Vigo.

Una presencia, inhumana, exhaló un fétido aliento en su cara y, desde entonces, no ha vuelto a conciliar el sueño con tranquilidad.

Aquella madrugada, ella reposaba, seguramente, en el infame abrazo que ahoga sin apretar.

Camino despacio, muy despacio, permitiendo que las suelas de mis zapatos resbalen en los peldaños, como si pudieran acariciarlos y tomar sentido de sus vivencias.

Descubro, entonces, en el hueco que corre perpendicular al suelo, una cinta negra que acogió su pelo.

Y mi mente recuerda la oscuridad y humedad de Zagreb, la sensación de infortunio y soledad de aquella nocturnidad gallega de brujas existentes.

Tropiezo...

Y los peldaños me asaetean, como si el deseo fuese un irremediable compañero, como si las pulseras no fueran más que simples, pero insalvables, esposas.