27 noviembre, 2011

VELOCIDAD


Fogonazo blanco.
Un pelo moreno que camina y se desliza, con precaución, hasta acariciar el medio de la espalda.
Semáforo en verde.
Un cuarto oscuro en el que una mujer arrodillada balancea su boca con un bello movimiento.
Chispas que saltan al rozar una mediana.
Aquella mano bajando, lentamente, hacia la cremallera de unos pantalones.
Fogonazo blanco.
Una mirada al cielo de Madrid desde un ático… con las palabras justas, con las frases perdidas.
Semáforo, otra vez, en verde.
¿En serio has tirado tus calzoncillos? Tres segundos más tarde. Hablabas en serio.
Un choque frontal e inesperado.
Un punto negro que se amplía.
Esos cuatro segundos de indefinición antes de que tu bajo vientre parezca que vaya a romperse… y, después, una sacudida eléctrica que se apodera de tu integridad.
Un pitido, largo y monótono… que parece perderse en la velocidad de la ciudad.

22 noviembre, 2011

EL RESCATE

El discurso del niño comenzó con un lenguaje impropio de su edad.
"Nunca he conocido realmente a mi padre".
Dudó.
"Bueno, hay otros niños a lo que les sucede lo que a mí. Sí. Sus padres solo pueden ir a algunos partidos, y no siempre... Ya, quizá si todos fueran en fin de semana... igual, bueno... la verdad es que tampoco lo tengo muy claro".
Perdió su mirada en un lugar lejano, terriblemente distante.
"A mí ya no me gusta presumir de que mi padre haya vuelto a cambiar de coche. De hecho, a mí, los coches nunca me han gustado... Ahora tampoco. Es más, de pequeños envidiaba a los padres de mis amigos que podían jugar con bicicletas en el parque, con ellos. Pero nunca se lo dije a mi padre... estaba ocupado, en un ordenador o hablando por teléfono".
Sonó un pitido.
"Uff. Este aparato es un aburrimiento. Al principio pensé que sería la envidia de todos, pero luego me di cuenta de que ni tan siquiera servía para que Papá, como me prometió, hablara conmigo más a menudo. Y eso que yo le veía cómo utilizaba su teléfono a todas horas, conversando y conversando con otras personas".
La voz tembló, por primera vez.
"Una vez, Mamá lo cogió cuando yo hablaba. Era muy tarde... Y se marchó de la habitación. Escuché un ruido muy raro... y fuerte. Luego, vi cómo todos los pedazos del teléfono volaban por todos sitios. Papá me trajo uno nuevo apenas dos días después... y me dijo que tenía un juego de fútbol... Yo jamás lo utilicé".
Otro destello de terror en su mirada.
"Anoche mojé la cama. Me avergüenza mucho reconocerlo, pero fue por su culpa... El monstruo vino a por mí y yo sabía que no podía gritar Papá... o que de hacerlo nadie acudiría en mi rescate".

18 noviembre, 2011

LOS RECUERDOS

Y, a pesar de que ahora ya nada importa, siento inquietud al desconocer el lugar donde tus párpados descansan su ajetreado devenir.
La lágrima recorre mi rostro hasta alcanzar la comisura de mis labios, trasladando el amargo sabor de la distancia y la indiferencia.
¿Cuándo se quebrarán los cristales de esta gigantesca pecera?
¿En qué momento el oxígeno va a dejar de acceder a mi cerebro?
Algunos libros van a narrar esta decepción sin reparar en el antiguo carácter devastador de los silencios nocturnos.
Las flores se marchitaron en el alféizar de mi ventana, en el que la nieve habitó con desmesura.
¿Qué significa expiar?
Recuperando archivos que debían de residir en un lugar menos accesible, principiamos el sendero sin vuelta atrás.
¿Dónde se hospedan las viejas damas que relataban el futuro de un porvenir ya vivido?
¿Quién nos mintió?
He marcado en el mapa una cruz roja en aquellos lugares en los que dibujamos nuestra estrella sin luz.
Me gustaría olvidar los acordes de aquella canción... que dispara, impasible, como un frío y calculador francotirador.
Algún viejo trastornado arranca, en el parque de al lado, los sellos de las postales que decidimos arrastar a la basura.
¿Por qué no supimos viajar sin preguntarnos el horario de llegada del pasaje de retorno?
¿Dónde guardo tus recuerdos?
Trasládale saludos de mis miedos.

13 noviembre, 2011

LA IMAGEN PERDIDA

Le reconfortaba descubrir ese olor añejo que desprendían los tapices.
Después, caminaba con parsimonia, elegía una botella de vino y la descorchaba, permitiendo que el aroma ascendiera hasta embriagarle levemente.
Llenaba apenas dos dedos de la copa, mojaba sus labios, perdía la mirada en un infinito que sobrepasaba la estrechez de las cuatro paredes de la estancia y, con ira desbordada, estrellaba el recipiente en el suelo, apreciando cómo el líquido conformaba un charco que asemejaba sangre.
Solo entonces, en el descenso de esa cima de desesperación, el verde intenso de aquellos ojos se le aparecía como una visión inquietante.
Y aquel eco suave de voz que, al igual que las sirenas, susurraba en un cántico que entonaba, metafóricamente, el inicio del fin.
Entonces enloquecía. Preso de un ataque de extrema velocidad rebotaba, una y otra vez, con las paredes, hasta derrumbarse en el suelo, puños apretados, dientes tensos, un grito ahogado pugnando por brotar de su pecho, desehecho...
Sacando fuerzas de flaqueza, golpeaba con los puños en el suelo, percibiendo la frialdad y la dureza de las baldosas, hasta que ésta dejaba paso a una sensación de húmedo calor... y dolor palpitante.
Recomponía su compostura... recogía los vidrios del piso y los colocaba, sin orden ni concierto, en el bolsillo derecho de su chaqueta.
Escapaba, con los ojos cansados, de la sala de tapices, enmudecido y temeroso de esa mañana...
Sí, también de esa mañana... y de cualquier otro mañana... en el que la imagen perdida volviese a aparecer.

11 noviembre, 2011

ALIENTO

El quería contar, en una sola palabra, un sentimiento inusitado.
El relámpago veloz e incontrolable que, súbitamente, le recorrió el cuerpo cuando adivinó aquellos caramelos.
Con interés distraido observó cómo su pantalla se llenaba de ventanas y recuperó una palabra que, siempre, le había parecido inadecuado para tal realidad... troyano.
Recordó la última vez que había saboreado la insípida frialdad de la nieve... y sus labios musitaran el comienzo de una oración de la que había olvidado su continuación.
Y, por un momento, maldijo el descuido de la mujer que limpiaba la mesa de su oficina.
El viento también ojeaba los retazos de una vida que transcurría a una velocidad despiadadamente irreal.
En la habitación de al lado dos cuerpos se compartían por primera (y última) ocasión y referían historias que ni siquiera podían haber acontecido sobre las tablas del más antiguo teatro.
Ascendió varios pisos y se relajó cuando el viento le azotaba la cara con una mezcla de inmisericorde pasión y evocadora traición.
Desde la altura, los coches se antojaban minúsculas cajas de hojalata, aceleradas y luminosas.
De repente, percibió una mano que se posaba en su hombro.
Tiritó.. pero no dijo nada.
En su lengua apareció un sabor parecido al ginseng...
No quiso volver su rostro...
Y, cerrando los ojos, sonrió.

06 noviembre, 2011

ELECTROCUCIÓN


Electrocutar: Matar por medio de una corriente o descarga eléctrica.

Diez hertzios pueden provocar unas percibibles contracciones musculares.
Y la habitación, en penumbra.

El sonido sibilante de una serpiente que saluda a su presa, antes de acabar con ella.

Las corrientes que envían mensajes contrariados.

La lluvia, en el exterior, que golpea con fiereza los cristales de una habitación abandonada.
El otoño cantando una ópera de la que ha olvidado el título.
Los relojes marcando horas urgentes.
La ciudad gritando agobios en un escenario salpicado de paraguas abiertos.

Los niños saltando en los charcos, destrozando sus nuevas botas de agua.
La bajada de tensión.
La tensión de la subida.

Aquellos sueños rotos...
Respuestas obviadas.
Preguntas canallas.

El planeta girando mientras las palabras ya no significan nada.

Electrocución...
Una palabra abandonada en la página en blanco, huérfana de compañía y de imaginación.

Los retratos de antiguos héroes que la Historia no deseó honrar.

Madrid, bajo la lluvia, en la oscuridad de una tarde de horario cambiado.
Y las fotocopias que habían de conformar la nueva edición de un fanzine perdiendo tinta, indefensas ante los golpes de las gotas de la lluvia.

Electrocución...
Un poema de una sola palabra.

31 octubre, 2011

LA MEMORIA DE LA MARIPOSA

¿No te ocurre como a mí?
¿O es que, acaso, has olvidado, tan rápido, el sabor de las sorpresas inesperados que comulgan de la complicidad literaria?
¿Quieres decirme, con honestidad, que no añoras, entre las gotas de la fina lluvia de hoy, salir a pasear de madrugada por las calles malolientes de Madrid? Robando horas al sueño, sustrayéndoselas al más incierto porvenir.
Quizá, ahora que nuestros relojes señalan la misma hora pero su significado es distinto, no adviertas la ausencia del sonido de un teléfono al que ya no deseas responder.
Sí, lo asumo, has olvidado tu punto de lectura en alguna página dura y descarnada, brutal, de ese libro que se cierra con una pregunta (que es la llave de otras y que, jamás, me vas a formular).
Ahora, entre los huecos mínimos que crea el agua en su caída libre, me pierdo en evocaciones... y maldigo mi mala memoria cuando el alcohol trasiega a sus anchas por mi sangre.
No te ocurre como a mí, ¿verdad?
Aún no has sentido el pavor de revisitar aquellos lugares y permanecer esquivo y ajeno a la realidad de este siglo, de cualquier siglo (sin ti).
Entre el filo de esos blanquecinos cojines habitan los miedos de una estancia que nos permitió atisbar un precipicio en el que, de un modo cauto, decidimos no adentrarnos.
Ya... ahora que las gotas de agua surcan el frío cristal en el que reposa mi perdida mirada, me miento e invento nombres para un perfil oriental que descubrí en el anonimato de las letras y que, hoy, en la pesada soledad de la noche, revolotea como una tenebrosa mariposa.
Alada y pícara... inalcanzable.

30 octubre, 2011

EL CAMPO DE LAS FLORES

Parecía un campo de flores, salpicado de los más puros y evocadores colores en una auténtica e irrefrenable tormenta de arcoiris en buena amistad.
Las parejas de enamorados paseaban, con parsimonia, embeleso y sonrisas cómplices, al amparo de los rayos de un sol plácidamente cálido para lo avanzado de la estación.
El hombre de la esquina lo observaba todo con detenimiento, permitiendo que su vista enfocase los detalles, para abrir a un plano más general en el que el escenario se introducía hasta las calles que, como ramificaciones, confluían en la bulliciosa plaza.
Y apuntaba, con el trazo hábil de su lapicero afilado, bocetos que, luego, abandonaba para iniciar, frenéticamente, alguna nueva creación.
De repente, todo se quebró a la velocidad inesperada de un rayo que cae, desde el cielo, en el medio de ningún lugar, sembrando, a iguales partes, de luz y miedo su alrededor.
Una sombra negra, fugaz y ágil, se encaramó a la fuente, concretamente a la estatua ecuestre que la coronaba, rindiendo homenaje a alguna victoria, en campo de batalla, que, a buen seguro, se cobró vidas olvidadas por el escultor... y por la Historia.
La confusión se hizo dueña de la escena y, por doquier, algunos huían, otros lloraban y, los más, permanecían absortos, observando las bombas que rodeaban el cuerpo del hombre que gritaba desde lo alto de la fuente.
Solo el hombre de la esquina mantenía la tranquilidad, terminando los detalles de una pistola que se asomaba por la ventana.
Justo cuando se oyó el sonido de un único disparo.

29 octubre, 2011

MUERTE MODERNA



Puede que fuéramos más felices cuando desconocíamos el significado de la palabra implementar.


Sí.


Cuando nuestro discurso no se hallaba salpicado de términos anglosajones que adoptan los más variopintos significados.


En aquellos instantes en los que la urgencia se personificaba en una tétrica llamada telefónica a altas horas de la madrugada y no, como ahora, en el intermitente parpadeo de una luz roja en nuestro dispositivo electrónico. Esa hospedería en la que cohabita la correspondencia pendiente de ser tramitada con las fotografías de nuestro últimos viaje transoceánico.


Sí.


Igual nos equivocamos al acceder a este expreso, veloz e inmisericorde, en el que, ni tan siquiera, nos han ofertado un billete de vuelta.


Miramos por la ventana y las estaciones en las que debieran de acometerse paradas han sido asoladas por el terror.


Es curioso, sonreíamos más cuando nuestra cartera pesaba menos y concedíamos una importancia muy liminal al hecho de que la tarjeta de visita estuviera impresa en ambas caras, en distintos idiomas.


Anoche, cuando las estrellas simpatizaban con la canción desafinada del otrora brillante vocalista, calculaste el precio satisfecho a este gigante que no dudaría en aplastarnos sin deparar una fugaz y última mirada a los ojos.


Maldita sea, perdimos la incertidumbre y la ilusión de introducir la llave en nuestro buzón, a la búsqueda de algo más que facturas.


Quiero creer que nuestros dedos aún sentirán dolor al sentirse exigidos por el mantenimiento de posiciones que, no hace tanto, se erigían en ejercicios propios del más avezado contorsionista.


Despedimos a nuestros sueños, conforme el número de guarismos que poblaban nuestro recibo de salarios crecía (en un acto coetáneo a nuestra posición de genuflexión).


Ya no sonríes cuando escuchas el timbre de aviso de tu teléfono móvil.


Habitamos indumentarias a medida que esconden el resquemor de nuestros castigados cuerpos y nos miramos a espejos sin reconocer la imagen que nos resulta devuelta.


Estudiamos las innovaciones cosméticas para no descubrir, al exterior, los impactos que las noches sin dormir dibujaron en el contorno de nuestros ojos.


Nos especializamos en extensas cartas de comida oriental y preterimos el suave y sutil amor con que se trabajaron los platos cocinados en la estrecha cocina de un apartamento casi inhabitado.


Quizá ya ni el delicado sabor de este malteado que pacifica nuestras sienes nos repare como la primera vez.


Nuestra muerte no dejará rastro, decidimos que nuestra vida tampoco lo hiciera.


Ni siquiera alguien se encargará de guardar nuestras cartas de amor en una vieja caja de hojalata.

25 octubre, 2011

NIHONRYORI


A D. José Aróstegui, por la certera (y sutil) precisión. Suyo. Siempre.

Se adivinó siguiendo el recorrido del plato de niguiri de salmón, en su camino mecánico por la cinta transportadora.
Recordó el agrio sabor del tequila.
Se antojó ebrio, recorriendo las callejuelas oscuras de esa ciudad desconocida, golpeando su cuerpo en cada recoveco.
Antes había acaecido aquel dudoso episodio de whisky y vidrios rotos, y un duelo a muerte, con palabras malsonantes, aderezado con la música de fondo de Johny Cash.

Ahora, absorto en la procesión de platos orientales sobre el camino construido, temía que no existía más opción que continuar huyendo.

Desde la quietud de la insana intoxicación etílica, con la vista suspendida en un ayer elocuente y no necesariamente evocador.

Enfrente, una joven pareja se dedicaba carantoñas y él construía, con la servilleta, un ramo de flores...
Papiroflexia - se dijo.

Nadie colocará flores en mi tumba... porque no llegaré a caer tan bajo -y la frase adoptó la forma de estrofa en su cabeza.
Necesitaba algo más de alcohol.
Pidió una cerveza, y la camarera le ofertó dos marcas inexplicables.
Contrariado, se levantó de la incómoda silla de plástico y derrumbó la arquitectura gastronómica en movimiento.

La sala quedó en silencio.

Él tiró unos billetes arrugados... y se marchó.

22 octubre, 2011

LAS NOTICIAS


Atesoraba aquellos papeles entumecidos por el tiempo como una joya de incalculable valor.
Mantenía una rutina estricta.
Cada sábado por la mañana, una vez que había disfrutado de un frugal desayuno, las más de las veces un café recalentado apenas cortado con un hilo de leche fría, abría la caja de madera y, con sumo cuidado, los extraía.
Los desplegaba, uno a uno, hasta que cubrían la mesa del salón y, solo entonces, descorría con, parsimonia y ritual, la cortina, para que la luz penetrara en la habitación, inundándola de luminosidad.

Entonces, se sentaba y permitía que su mirada los analizara, primero de un modo global y, después, deteniéndose en cada uno de ellos, siguiendo una mecánica cronológica, recuperando cada evento según fue narrado en aquel corto espacio temporal.
Y los recuerdos se apretaban en su mente, como el gas de una bebida que ha sido agitada empuja el tapón con presunción y fiereza.
Al acabar, indefectiblemente, cuando volvía a recoger los papeles y anudarlos en una goma elástica, las lágrimas bañaban su rostro.

Recuperaba la última imagen de ella, tranquila y confiada, justo antes de coger su bolso y marcharse.

Para no volver... jamás.

16 octubre, 2011

LA INCERTIDUMBRE DE LA ETERNIDAD

Ya solo la sombra de tu fantasma habita en los recovecos de las habitaciones transparentes.
El texto del adiós quedó olvidado entre un legajo de documentos mucho menos perentorios.
El alguacil visitó todas las estancias, apagando las luces olvidadas, pero descubrió notas manuscritas que revelaban más de lo que podía asumir.
Incluso los relojes se detuvieron cuando escucharon aquel taconeo firme e indubitado.
La madera crujía de dolor al sentir esa postrimería en forma de despedida artística.
La luna se balanceó en el lecho de estrellas que la esperaban para acunar un sueño interrumpido.
Los coches se pararon aunque los semáforos estaban en verde.
La Gran Vía escupía fuego a la estatua de la diosa Cibeles.
Madrid escribía un epitafio desaforado de dolor resquebrajado.
Los niños lanzaban sus sonajeros al suelo, pidiendo un segundo más de comprensión.
El vigilante arrancó aquellos papeles, los depositó en el buzón más próximo...
Desconocía la dirección en la que los esperaban... pero era de ley que no fueron custodiados por el olvido.
Y reposaron en la incertidumbre de la eternidad.

07 octubre, 2011

CUANDO YA NO QUEDE NADA


No sé si hoy o en cinco años...
Desconozco el instante preciso en el que, sin temor, pueda pregonar la locura de amor que nos abraza.
No importa.

Puede que, como las olas del mar con las rocas, intenten erosionar nuestra integridad y uniformidad.

Erraran... y apenas será el golpe de un púgil que, ya noqueado, pretende lanzar un último guante hacia el título.

En el febril espejo de mi puerta, el reflejo ha decidido apostar por la lucha... como años atrás, cuando las esquinas eran las estrechas vías por donde se huía de la clandestinidad a un paraíso encontrado de besos y abrazos robados sin previo aviso.

No busquen en los mapas... no hallarán la huella de nuestros pasos en ellos... ni tan siquiera un atisbo de su presencia.
Hoy, en tu figura que descansa con elegancia al lado de mi pecho, recupero la fe de una creencia infinita, mientras las nubes se quiebran en un horizonte teñido de color magenta.
Deslavazo palabras robadas a mi sentimiento y cuento los minutos que restan para que tus ojos, adormecidos, saluden, sin excesivo vigor, la luz del nuevo día.

Nadie va a entender mi canto... mi sentido deletrear los bombeos de sangre de un corazón atado a tu respirar.

Puede que el cielo, el eterno testigo del escondite, de este juego equívoco y maltratador, cierna sobre esta mañana una repentina y elocuente oscuridad.

En el fondo de mi pecho, retumba una voz que proclama, sin miedo a ser escuchada, que no me faltarás cuando ya no quede nada...

Nada...

02 octubre, 2011

EL RUMOR DE LA DESPEDIDA

Nadie lo va a entender.
Es un susurro débil, y apenas perceptible, que acaricia el cúmulo de hojas caídas por el otoño.
Un gemido sutil y acompasado.
El pellizco tétrico y sibilino del viento cuando dices adiós.
Los edificios enmudecen desde su ingente soledad.
Las luces de los semáforos detienen su colorido movimiento.
Las palomas se refugian bajo el calor abotargado de los motores de coches mal estacionados.
Las chicas que escapan de sus clases de universidad no sueñan con un mañana mejor, ni siquiera ansían ese mañana.
Las hojas del diario relatan un curioso asesinato serial todavía sin resolver.
Las flores han tornado mustias.
Todos los ascensores quedaron trabados en el hueco de la planta que debía de numerarse con un revelador trece.
Las azafatas no saludan a los miembros del décimo congreso de enfermedades incurables.
Mi habitual proveedor de sustancias ha abrazado la fe católica.
La señal de televisión codificada solo emite programas de cocina.
En el reproductor musical, desde que tu anuncio resquebrajó los sentidos y las orientaciones de la rosa de los vientos, Dylan ya no sabe rimar.
En la pared donde alguien inscribió aquella historia, levantaron un mastodóntico centro comercial.
El cuerpo de los correos electrónicos que pensaba enviarte quedó bañado de monotonía.
Adiós es un cuchillo ensangrentado, silencioso y ágil como el rumor de la despedida.

25 septiembre, 2011

LO IMPOSIBLE




Desde las últimas semanas se apostaba en la valla y, tranquilo, se enfrentaba al constante aterrizar y despegar de los aviones en las pistas del aeropuerto.



Todo surgió como una costumbre relajante, como el que acude al mar a descifrar el sentido oculto del dispersarse de la espuma de las olas.



Apenas amanecía el domingo, conducía su vehículo hasta el parking del aeródromo, sacaba la silla de tijera y una pequeña bolsa con varias bolsas de snacks y una viejísima cantimplora con la que ascendió, por primera y única vez, el Monte Igueldo.



Se disipaba en el rugido de los motores de las aeronaves al despegar y se admiraba por la belleza en movimiento de los pájaros de hierro en descenso sostenido.



Allí, solo allí, olvidaba el resto.



Esa voz que se le había grabado a fuego en su mente.




El timbre inquieto y nervioso de un amor perdido... de un amor esquivado... desatendido y cansado.



Por eso, incluso los días de lluvia, se agenciaba su paraguas y se mantenía impertérrito, bajo el aguacero, en su actividad contemplativa.



Una tarde, un niño se le acercó y, con mirada intranquila, le preguntó ¿Qué hace?



El hombre le observó, interrogándose sobre el paradero de los padres del pequeño, y, con gesto contrariado, le respondió en tono frío "Olvidarla".



El niño, asustado, se dio media vuelta y corrió a la velocidad que sus cortas piernas le permitían.



Con el hilo de voz que escapaba de su cansado resuello le gritó "No lo conseguirá. Es imposible".



Y el hombre, resignado, se giró hacia la pista de aterrizaje, esperando que un nuevo avión se encaminara hacia su fin.

24 septiembre, 2011

LA ESCAPADA

Era un hombre complicado, de contornos difusos y arduos e intrincados razonamientos, incluso, para las cuestiones más banales y sencillas.
Era, también, un caballero a la antigua usanza; esperaba a que las mujeres atravesaran primero las puertas, aguardaba hasta el final para tomar su ración en los platos comunes, nunca olvidaba su pañuelo de tela y, además, gustaba de elaborar interminables parlamentos para celebrar la oportunidad de compartir mesa y mantel con los más allegados.
Una antigua compañera de las que se descolgaron en medio del exigente y tortuoso ejercicio que suponía asumir sus rarezas, le comunicó, la misma noche en la que le transmitía su adiós definitivo, que jamás había podido soportar su afectación, ni su incontrolable gusto por escuchar las conversaciones ajenas, para luego elucubrar los más variopintos motivos y futuros para las mismas.
Cierta noche, tras haber notificado su deseo de causar, irremediablemente, baja voluntaria en su trabajo, una vieja perfumería tradicional, introdujo todos sus billetes en la cartera y se encaminó a la estación de autobuses.
Con extrema cortesía y una voz impostada pidió un pasaje para el siguiente trayecto.
Esperó en la dársena y ascendió al vehículo con parsimonia.
Pidió al conductor que le despertaran al alcanzar el destino.
Cuando, una vez concluido el viaje, el empleado de la línea de autobuses se encaminó hacia su asiento, le encontró pálido, abrazando un libro de poemas de Rilke.
En vano, procuró despertar al cliente sin provocarle un efecto sorpresivo.
Inquieto, solicitó la ayuda de los servicios médicos de emergencia de la estación.
Varias horas después, el Juez levantó el cadáver y pidió, a los efectos que fueran oportunos, que no violentaran el abrazo pétreo que el rigor mortis había causado.
Sorprendentemente, fue la única ocasión en la que el hombre no agradeció un bello gesto o deferencia.

21 septiembre, 2011

AVENIDA DEL DESENGAÑO

Hay rostros que mienten.
Bueno, quizá lo anterior sea incorrecto.
Puede que solo sean las miradas las encargadas de delatar esos espacios sustraídos a la verdad.
Aunque, en puridad, posiblemente lo más revelador sean esos tres segundos de silencio en los que la conversación permanecen suspendida de un invisible hilo todopoderoso...
Sí, al menos podría intuirse la presencia de esa sensación...
En su mirada, en sus silencios, en el impostado modo en que recobró la frase, mientras sus ojos se perdían en la lectura del nombre escrito en la placa de la calle.
Avenida del Desengaño.
Y algo pretextaba que esa misma Avenida denominaba un pasado concienzudamente cubierto del más impenetrable tenebrismo.
Su mirada mentía... en aquella otoñal tarde de Madrid.

18 septiembre, 2011

LA TRAGEDIA CÓSMICA



Él se lo susurró al oído (adoro saber que no llevas nada debajo) y ella sintió como una descarga eléctrica le recorría lentamente la espalda.

Apenas le sonrió... y entrecruzó las piernas.

Se miraron a los ojos y él la besó apasionadamente.

Los relojes, como antaño, importaban.

Él perdió sus manos bajo los pliegues del vestido y se alegró al saber qué ella lo recibía con un suave camino perlado de humedad y calidez.

No se detuvo.

Venció el peso de su cuerpo sobre los brazos y los flexionó hasta llegar a besar sus entrañas.

Ella le recibió con un grato y suave estremecimiento.

Él la besaba con tranquilidad y permitía que su lengua se adentrase con sigilo y despaciosamente por sus profundidades.

Ambos sabían que esa era su única verdad... y que, de un modo inexplicable, era la mayor de las mentiras.

Ella le oprimía con una firme presión que transmitía el recorrido de la tensión y el placer.

Él no deseaba más que sobre el planeta impactase un enorme meteorito que iniciase la tragedia cósmica.

Y que todo se interrumpiera antes de finalizar...

Ella descargó tres espasmos.

Y la alarma les devolvió a la cruda realidad de anotaciones rojas en páginas de agenda...

De nombres en clave.

De esquinas escondidas.

De amores novelados.

A una realidad que se emborrachaba de la tragedia en un universo amenazado de muerte.

15 septiembre, 2011

LIBERTAD INVOLUNTARIA

- ¿Pretende que me crea su historia?
El policía caminaba con pasos cortos, rodeando al hombre esposado y, en cada circunferencia, acortaba el radio, haciéndole sentir su proximidad.
El hombre no contestó.
- ¡Maldita sea! -acompañado de un sonoro y efectista puñetazo en la mesa. ¿Me quiere explicar, entonces, cómo demonios justifica que encontrásemos rastros de su semen en la boca de la difunta?
El reo construyó una sencilla explicación mental, acompañada de cierta ironía para con el desconocimiento del Comisario, una ocurrencia que, al relacionar a la esposa del investigador, prefirió guardar en algún recóndito paraje de su memoria.
- Ya le he confirmado que mantuvimos relaciones sexuales esa noche.
El policía entró en cólera.
- ¿Y aspira a que sea creíble que la chica se fuese de su casa, tomase un taxi y apareciera en la puerta de su casa muerta, cuando no se han encontrado más huellas dactilares que las suyas sobre su cuerpo?
Silencio.
- Maldito bastardo... ¿me desea engañar?
El hombre se contrajo.
- Puede creerme o no, pero yo no la maté.
- ¿Y las heridas que la desangraron?
- No sé de qué me habla.
El Comisario encendió un reproductor y, sobre la pared, se proyectó la imagen de una mujer yacente, aún con los ojos abiertos, vacía... inerte.
- Vamos, cabrón, dígaselo a ella.
El reo entrecerró los ojos.
- No la conozco. Bueno, ahí, ¿sabe lo que quiero decir?, en esa foto... no la reconozco...

El informe psiquiátrico que lo salvó de la cárcel concluía con la palabra parasomnia.

12 septiembre, 2011

LA CAÍDA EN LAS SOMBRAS


La pesadilla, al menos el recuerdo que quedó de ella, transcurría del siguiente modo. Él salía una mañana de su piso y, en la puerta del edificio, un taxista le esperaba con la ventanilla bajada. Desde su interior, atronadora, la melodía de "Born in the USA" de Bruce Springsteen. Algo, en el interior de su cuerpo, le decía que no debía de subir en ese automóvil. Pagaba al taxista y le pedía que continuara su camino. Avanzaba por la calle y accedía al Metro. En las paredes, escritas con rotulador permanente, las primeras estrofas de la canción ("Born down in a dead man's town, the first kick I took was when I hit the ground"). Aceleraba el paso, escapando, y conseguía acceder en el vagón en el segundo previo a que sus puertas se cerraran. Y, de nuevo, la misma música se escuchaba por los auriculares de un joven que, despreocupado, leía el diario gratuito de la mañana. Aterrado, descendía en la primera parada, se encerraba en el ascensor y, tras una escalofriante subida, se internaba en lo que se antojaba una lujosa discoteca al aire libre. Al fondo, majestuoso, un escenario perfectamente preparado. De repente, una mano fuerte le atenazaba por detrás, impidiéndole girarse para comprobar su identidad. Le situaba en primera fila, ubicado en un lugar privilegiado, justo cuando las luces del recinto se apagaban y los focos proyectaban chorros luminosos hacia el taburete que ocupaba el centro de las tablas. Entonces aparecía Bruce. Solo, con su guitarra, y comenzaba a cantar esa canción. Y, a su lado, una mujer la tarareaba mientras le mantenía sujeto. Y él lo comprendía todo... Y rompía a llorar.

07 septiembre, 2011

LLAMADAS



Él envió un correo electrónico que contenía una invitación directa y sorpresiva para una cena esa misma noche.


Sabía que ella comprobaba su buzón de entrada a tiempo real, por lo que cada segundo sin contestación le acercaba un poco más a la negativa.


Descubrió, con cierta sorpresa, que sus manos sudaban.


Y, de súbito, en la esquina inferior derecha de la pantalla, apareció un aviso de la respuesta que estaba esperando.


La abrió con celeridad y leyó con rapidez.


Sonrió.


Descolgó el auricular del teléfono mientras confirmaba el número del restaurante.


"Sí, por favor. Le ruego que la ubicación de la mesa sea lo suficientemente apartada".


Silencio.


"Por supuesto. Dos personas, a nombre de..." y pronunció dos palabras que denominaban a la figura literaria femenina más esquiva y susceptible de provocar, a iguales partes, embeleso y perdición.


Desgranó, con lentitud, su número de teléfono, primero tres cifras y, las seis restantes, agrupadas de dos en dos.


Se despidió con una impostada corrección.


Apretó el botón de inicio del reproductor del ordenador y la voz desgarrada del intérprete le recordó algo.


Se deshizo de los auriculares y tomó, nuevamente, el teléfono.


"Puede que hoy llegue un poco más tarde...".


Silencio.


"Claro. No te preocupes. Ve a esa cena. Te hará bien salir y despejarte un poco".


Y, con mimo, situó el auricular en su espacio.


Sonrió... y desconectó su teléfono móvil.

27 agosto, 2011

LAST VERSION 1.0

Sé que moriré vacío...
Intuyo, que si el azar juega con parsimonia, caeré en la ceguera total tras un fogonazo que apague la estrecha apertura que la galopante miopía construyó en mis ojos.
Me gusta imaginar que, a los pies de mi último lecho, se concentrarán diversos volúmenes abiertos por páginas ya releídas... y que Bolaño, Amis y Palahniuk me ofrecerán compartir, a su lado, sentados en hamacas de madera, la privilegiada y tranquila visión de los universos ficticios, cuando ya ni siquiera importe el real...
Quiero creer que el día en el que todo acabe habré podido pronunciar las palabras importantes, haber saldado las deudas pendientes más acuciantes, transmitir dulcemente mi amor a las personas que lo merecen y olvidar los pequeños desvelos que aterraban mis insomnios.
Me tranquiliza pensar que todos los fantasmas se despedirán de mí siguiendo un respetuoso orden... y que estrecharán mis cansadas manos con un gesto de caridad y compasión imposible de describir.
Me vacía mirar este cielo preñado de estrellas, escuchar la sinfónica canción de las ranas que escaparon de sus charcas y sentir la suave y fresca brisa que se levantó tras una tarde de lluvia torrencial... lo hace porque me traslada, como un guía avezado y firme, a esa imagen que se desdibuja a lo lejos, en la línea del horizonte, y que evoca de modo patente el adiós definitivo.
Me intimida descifrar el significado del vuelo de las mariposas que, ahora, coquetas, aletean sobre el cuaderno de tapas negras en el que escribí algún apunte al dictado de la sensibilidad más inmediata.
Apartado de la dictatorial arenga de las agendas y los teléfonos móviles, he caído en un oscuro pozo de ensimismamiento y sosiego...
Una leve luz me condujo hacia el teatro del futuro y reveló las imprecisiones de un pasado equívoco e insano.
Me alegra pensar que cuando todo concluya, ya nunca jamás será demasiado tarde.

26 agosto, 2011

LA FUENTE DEL PATIO



Nunca vas a visitar aquel patio.

Las ventanas se encuentran todas rotas.

Los muros no contuvieron el pasar del tiempo.

Los postigos de madera también están carcomidos.

Incluso la pintura de las barras de hierro que sujetaban los aros de baloncesto ya se ha descubierto.

Al fondo, ¿recuerdas?, existía una pequeña puerta marrón, metálica, donde descubriste la diferencia entre el juego y la verdad... nunca volvió a entrecerrarse jamás.

Hoy, lo que queda de ella descansa en el cúmulo de basuras y desperdicios que un camión abandona en el lodazal.



Nunca vas a visitar aquel patio.

Aún sientes miedo al adentrarte, en la oscuridad, en el fino cemento coloreado con líneas que delimitaban los diferentes campos de juego.

Y, como siempre, la única que permanece fiel a su destino, es la antigua fuente de piedra.

Hierática.

Confusa.

Enseñando y escondiendo sus sospechosas formas que recordaban a las colas de dragones fieros y sin escrúpulos.

No te acercarás.

Sentirás la incertidumbre derivada de constatar que el tiempo transcurrió demasiado deprisa y, súbitamente, te asaltarán los miedos y las dudas de haber errado en las encrucijadas ya pasadas.



No, nunca vas a visitar aquel patio.

En lo alto de sus paredes, salvo que el viento las haya arrancado, permanecerán, escritas en hojas que envolvimos en láminas de papel de aluminio, confesiones que hoy no desearías leer.



Nunca vas a visitar aquel patio.

Sin mí no lo harías.

Y yo, ya, habito en la lejanía.

MADRID. TRES TOMAS



1.

Dióxido de carbono... y tu pelo.

El mortífero abrazo de la gran ciudad... y tu largo cabello acariciando tus hombros mientras huyo en un taxi.

El juego de luces de los semáforos... y una disculpa artificiosa que pretende responder a interrogantes que nos asaltan desde el primer día.

Las cajas individuales de comida que compartimos en los parques... y el despiadado grito de los conductores que comprueban la llegada del enésimo embotellamiento circulatorio.

Dióxido de carbono... y tus labios.

El seco y certero puñetazo con el que el alcohol nos noqueó durante aquella madrugada... y el pestilente olor que nacía de la encrucijada en la que los coches viraban a la velocidad de las despedidas.

Dióxido de carbono...y mi cerrar de ojos.



2.

"Esto no va a volver a pasar".

Y traduzco interiormente.

"Nada tiene importancia. Esto no tiene importancia".

Y desconecto mi asidero a la realidad en los términos reglados en los que compadecimos nuestro actuar.

"Mejor no subas".

Y una luz verde que, de súbito, se apaga.



3.

Las estatuas de los áticos eran mis únicos testigos.

También el cuerpo que flotaba en la piscina del hotel... pero se hallaba sin vida.

Bueno... y las estrellas, pero prefirieron olvidar para no verse obligadas a relatar todo su cruel testimonio.

Madrid dictó su veredicto... Y resultar inocente fue, únicamente, el pasaporte para la desolación.

22 agosto, 2011

LOS MUEBLES



El ruido, en la madrugada, era ensordecedor.


En el piso de arriba, con una fuerza y continuidad inusitada, alguien acarreaba los muebles de su estancia.


El peso de los mismos, en su arrastre, conformaba una sinfonía de insoportable tenacidad para los vecinos.


Primero debió de ser la mesa del salón, que se antojaba de madera muy pesada y cuya ubicación, al menos por el sentir de los ruidos, pasó del centro al extremo izquierdo de la sala.


Luego, con igual fuerza y crudeza, fue el turno del armario.


El retumbar del vaivén de los muebles propiciaba que de las propiedades colindantes se escucharan los más variados improperios, reclamando el derecho a un descanso no importunado.


Las noches pasaban y el espectáculo se repetía sin cesar.


Cada vez, los vecinos le increpaban hasta que la Policía hizo acto de presencia una lluviosa madrugada.


El hombre les abrió la puerta y saludó con parsimonia a los agentes.


Éstos le informaron de las diferentes denuncias presentadas por varios de los ocupantes de los edificios cercanos.


El hombre asintió con la cabeza, disculpándose por su actitud.


El más joven de los agentes, una vez concluida la confección de la denuncia le preguntó: "Pero, ¿y por qué mueve todas las noches los muebles de su casa?".


El hombre le miró lentamente, suspiró y dejó transcurrir casi una decena de segundos antes de responderle.


"¿Acaso queda alguna otra opción?".

21 agosto, 2011

LA BATALLA DE LAS FECHAS



Llevas el pelo mojado... y aún recuerdo que odiabas la forma de los paraguas al abrirse.


¿Sabes? Puede que leas este poema, este pedazo de sangre que brota libre por la blancura del papel, cuando todo haya acabado, cuando sea estúpido buscar el cálculo del cambio de las monedas, el del ajuste de los husos horarios que ganamos y perdimos en esta ignorante batalla de las fechas.


El sol rebota en los capiteles de la pagoda y sus cristales hacen que rebote hasta alcanzar mis maltrechos ojos.


Me pregunto cuándo permitiste que la lluvia vulneraba tu integridad... y principio el recuerdo de una tarde de justificaciones entrecortadas... y un impropio maridaje para el plato que elegiste sin mirar la carta.


He descendido de una canoa en el punto más remoto de un plano que había señalado con rotuladores de colores.


Las advertencias y precauciones que me detallan me resultan ajenas y extrañas.


Sonrío al hombre que se empeña en recordarme que he de devolver mi chaleco salvavidas.


El ahogamiento -le grito en un inglés excesivamente académico- me inquieta más en tierra firme.


Arranca a llover.


Repito dos frases y recuerdo tu pelo mojado.


El guía me devuelve mi cartera y yo susurro una despedida.


En el panel informativo, todos los vuelos aparecen retrasados.

LA DÉBIL MEMORIA DE LOS COCODRILOS



El viejo sonrió y acertó a pronunciar un nombre que se ahogaba en su mismo grito descarnado.


Sobre la ciudad, los rayos de sol golpeaban a sus viandantes, azotándolos sin mediar la más mínima piedad.


El viajero extrajo de su mochila un gastado cuaderno y anotó, lo mejor que pudo, la transcripción del sonido gutural emitido por el anciano.


El hombre lo volvió a mirar y, en una mezcla de idiomas variopintos, inició una inacabable perorata.


De toda la divagación, en las hojas blancas de la libreta solo quedó reflejada una línea: "la débil memoria del cocodrilo":


Ambos se despidieron con un gestos cortés y delicado.


Cargado con su mochila y con la mente en un lugar a miles de kilómetros del que se encontraba transitando, el hombre sintió la imperiosa necesidad de que el aguardiente recorriera su cuerpo... y olvidar... o intentarlo, al menos.


Accedió a una sucia taberna compuesta por apenas tres taburetes de madera y dos viejas mesas.


Ordenó una botella de alcohol.


La bebió pausada y firmemente, permitiendo que los recuerdos se fueran difuminando por entre los cálidos efluvios del licor.


Desandaba vivencias... y sufría en el silencio más doloroso.


Dejó varios billetes en la mesa.


Se incorporó y cayó al suelo de súbito.


Boqueó y, a duras penas, se arrodilló.


Saboreó su propia sangre... y envidió la débil memoria de los cocodrilos.

EL DESTINO DE MAGA

"Ya no es, en ningún plano, la misma pareja; aquel París, aquel yo, no están ya, ni está la Maga que era como su síntesis (...) ¿Por qué, entonces, escribir de nuevo si todo fue dicho en una primera esperanza de belleza, de verdad? (París, último primer encuentro. Julio Cortázar).


No vas a entender que en la ciudad de las lluvias torrenciales los ángeles custodien las puertas inequívocas de lo sagrado.
He paseado aceras encharcadas, temiendo, a iguales partes, que el agua estropee mis zapatos de ante y que devaste el precario equilibrio en el que suspendo mi caminar.
La madrugada me descubrió con un párrafo acertado y cruel, como suelen ser las certeras puñaladas que nos regala el Destino.
Y aún pretendo acompasar la respiración.
Los vehículos ruedan raudos por una circunvalación urbana llena de polución y letreros de neón.
Leo a mi alrededor pero no descifro los significados de este intrincado alfabeto.
He regateado en un idioma ajeno por la artesanía que hube pensado regalarte... Y, sin embargo, como en aquel cuento infantil, percibí que la ciudad estaba siendo presa de una invasión de ángeles.
El viejo me lanzó la estatuilla tallada y se marchó corriendo, calle arriba, mientras el huracán se cernía sobre las calles.
He paseado tranquilo, algunos podrían pensar que valeroso, pero qué ha de temer quien dio todo por perdido.
Volvieron a mi cabeza las palabras reveladas en aquella colección de cuentos.
Y, como por casualidad, deseé que todo concluyera... en inspirado silencio.

EL AGUACERO



La luz difumina las siluetas.


Los contornos llegan, cada vez más, a los escenarios tenues.


Escucho el sonido de un pájaro que pretende endulzar la tarde.


Unas manos recorren mi espalda y permito que todo escape, en el sentido contrario de las agujas del reloj, por el sumidero más cruento de la memoria.


Los relojes marcan horas muy diferentes.


Las palabras susurradas no responden a ningún idioma conocido.


Sé que el agua, torrencial, lleva mis meditaciones hacia la desembocadura de las cloacas.


No conozco la efigie que corona la carta que puede que jamás te remita.


Siento un golpe seco y certero en mi espalda.


Las sábanas donde hundo la nariz exhalan un suave aroma floral... demasiado específico para una sensibilidad poco entrenada como la mía en tales menesteres.


Recuerdo un rostro juvenil, ni tan siquiera adolescente.... y unas canciones infantiles que huían y avergonzaban... un balón que se estrelló en el aro, rebotando fuera... y un grupo de moscas, a las que alguien había quitado sus alas, pugnando por escapar de las páginas de mi libro de Ciencias, subrayado a lápiz.


He dejado un fajo de alargados billetes en un mostrador de mármol, despreciando una fruslería ofrecida como obsequio.


Camino bajo la lluvia apretada y fría... como aquellas lágrimas.

14 agosto, 2011

LA INVITACIÓN


Recibió un sobre lacrado.
El envío no había sido realizado por el cauce ordinario.

Apareció, de repente, tras las persianas metálicas que cubrían la única ventana de la fachada del edificio.
Rasgó el lacre con un abrecartas con forma de daga.
La tarjeta era de papel de gran calidad y la impresión, asimismo, cuidada y magnífica.

Reparó, no sin cierta inquietud, en que en la cubierta del sobre tan solo aparecían sus iniciales.

El texto interior le convocaba a una secreta reunión de la que se le advertía no debía dar parte a nadie.

Del mismo modo, le informaban que habría que atender el más esmerado rigor indumentario, cubrir su rostro con un antifaz y concurrir con la más exquisita puntualidad.

El mensaje concluía con una información equívoca:
"Es usted el octavo de los siete invitados para los que preparé asiento. Solo los más precavidos podrán acompañarme a mi mesa".
Llegado el día y la hora indicada acudió al lugar previsto, y, tras atravesar varios pasillos oscuros, fue dirigido a una minúscula sala, iluminada por antorchas.
Se animó al comprobar que era el único de los convocados que había hecho acto de presencia.
Al fondo, un hombre embozado le invitaba a pasar y tomar asiento.
Minutos después la estancia se llenó y el hombre ordenó cerrar la puerta.
Cuando quiso comenzar su disertación, cayó fulminado al suelo.
Y nadie se decidió a socorrerle, ni a desembarazarse de sus antifaces.

12 agosto, 2011

X-11

La voz, al otro lado de la línea, se adivinaba nerviosa.
"No contamos con demasiado tiempo...".
Con cadencia repetitiva se escuchaban unos inquietantes y terriblemente insoportables pitidos.
Respiración agitada... jadeos... y, más al fondo, varias sirenas que ululaban con violencia.
"El fin está llegando... La comunicación va a...".
Y un sonido seco, brusco, como el de un madero que se quiebra, por su mitad, al derrumbarse ante el inesperado avance de la Naturaleza en movimiento.
El silencio al otro lado...
No, el rumor del silencio que introduce sonidos que propagan el terror gracias a su sutil confusión.
Las palabras que rebotan en una mente que ya no piensa en términos de futuro.
"El fin está llegando...".
Las estructuras que sostienen la cotidianidad siendo pasto de las llamas.
Los rayo de sol atenazados por la negra bruma del caos.
"No contamos con demasiado tiempo...", cuando el porvenir está escrito en pasado, cuando las fotografías del ayer solo evocan eras pretéritas y desconocidas.
Las voces que nos acompañan a la firma de un final imprevisto.
Las luces de los aviones que no aterrizarán.
Las portadas de periódicos que no verán la luz.
La insospechada noticia que nadie podrá relatar... que jamás será noticia.
Y, en la memoria, mientras todo acaba, su voz: "El fin está llegando...".

NANA



Esos ojos no son tuyos... pero hieren igual (pero igual hieren).



He bebido más alcohol del que mi cuerpo puede tolerar... y su ardua digestión me recuerda muchos momentos pretendidamente perdidos.



Hoy, esta madrugada cruel de lunas llenas que iluminan mi quejido, el viento (que ya no es aire) me habla de ti.



Acudo a mis estanterías atestadas de libros... y, en todos los pasajes, encuentro unas líneas que golpean mi integridad con un relato ajado de lo que puede ser felicidad.



Descifro caligrafías en dedicatorias de volúmenes que no me atreví a abrir... y todas serpentean en el océano de mi debilidad.



He sopesado defenestrar mis recuerdos desde el veraniego balcón de una terraza olvidada... pero mis miedos volverán a ganar... esos fantasmas continuarán alzándose victoriosos en medio de mis humillantes derrotas.



En la almohada reposa la mancha de carmín que se disfrazó con el dulzón perfume de las fresas.



Sé que no voy a dormir.



He vuelto a mirar esos ojos que no son tuyos pero que, malignamente, me transportan a universos regados en Dry Martini y palpitantes dolores de sienes.



Espacios difusos de blancos cegadores y perspectivas imposibles.



Alguien escupe esperma en copas que guardan caro champagne aún burbujeante.



Miro a esos ojos... y no pretendo conciliar el sueño.



Si recuerdas alguna bella canción, al menos, susúrrala desde donde yazcas...



Puede que opere como dulce nana para mis oídos... y como postrera despedida.

08 agosto, 2011

EL GRITO EN LA MUDANZA

Siempre escribo con el ánimo de detener el tiempo en la exigua hoja en blanco garabateada.
Detener algún tiempo... quizá mi tiempo, o lo que percibo como tal.
Por ello, posiblemente, no me inquieta que las palabras resulten complicadas e, incluso, los mensajes puedan estimarse incomprensibles para el resto.
Incluso para mí...
Porque la verdadera honestidad del texto reside, en exclusiva, en esa pincelada sensitiva que la mente pretende verbalizar del modo que considera más oportuno, sin que ello asegure que sea el más adecuado e inteligible.
En la imagen.
A buen seguro, cuando cometa el error de repasar mis antiguas notas, descubriré, con estupor, que las palabras vertidas antaño me resultan ajenas y que los episodios se pierden en una nebulosa que los haría más propios de un ficticio personaje cuyo único propósito es burlarse del universo.
De esta cruel confesión prefiero quedarme con la imagen que alteró mi sueño esta madrugada.
Era el perfil imperial de una mujer cuya nariz aparecía moteada por suaves pecas que presagiaban un canto evocador y sugerente como el de las sirenas.
Mientras continuaba subyugado en la observación e interpretaba mi letárgica visión, por el ventanal abierto se coló un chillido seco y crudo.
Anunciaba el lanzamiento, desde la cornisa del inmueble vecino, de un mueble... posiblemente en el transcurso de una madrugadora mudanza.
Y todo, de repente, pareció cobrar sentido.
Al menos, en ese momento, en esa imagen...

05 agosto, 2011

EL LIBRERO



El librero colocó un nuevo volumen en la estantería.



Ya no se sentía extrañado.



Por algún motivo, francamente explicable, según había concluido, los ladrones decidieron hacer presa de aquel tomo encuadernado en rústica y con cubierta roja.



Había perdido la cuenta de las ocasiones en las que tuvo que reponerlo.



Incluso, en algún instante de revolución interior, valoró no volver a incluirlo entre los ofertados.



Pero su honestidad y compromiso con la Literatura, con su peculiar modo de entenderla y propagarla, le obligaba, en un ejercicio de nobleza desmedido, a dirigir sus pasos hacia el hueco creado por las hábiles y rápidas manos de los ladrones.



Y sonreía.



Recordaba la primera ocasión en la que acabó el libro, en la canícula de una madrugada donde reinaba el canto de los grillos escondidos.



Y aquella pregunta.



El interrogante que surgía ante ese último dibujo... y la terrible sensación de poder haber errado en las conclusiones derivadas por la lectura.



Y la insoportable inquietud de fallar al idolatrado escritor... a su percepción y a su mensaje.



Después, tras varios encuentros, más pausados, descubrió detalles escondidos, imágenes valiosas entre lo que, antes, asemejaba mera conducción, reflejos de joyas entre la nebulosa de una prosa que principiaba el terror.



Y sosegó la necesaria paz por el descubrimiento de la respuesta, valorando, única y exclusivamente, su búsqueda.



Por eso volvía a dejar el libro, incitando a su robo, para que las preguntas jamás acabasen.

29 julio, 2011

EL NAUFRAGIO




Un cuerpo que se adentra lentamente en el mar.

El viento de la playa es suave.
No ha llovido en el tiempo pasado, quizá en los últimos años.
La madrugada sucumbe ante un amanecer que, perezoso pero impasible, principia su reinado.
Algunos papeles abandonados circulan aleatoriamente por entre los vericuetos invisibles que forma el aire en su tránsito.
El mar, en su movimiento de abrazos, besa al cielo furtivamente.
La arena mantiene una temperatura que, al contacto con la piel plantar de los pies, provoca un mínimo aterimiento.
Él lo percibe, pero su voluntad se encuentre férrea y pétreamente asentada en un frontispicio innacesible al miedo o al desánimo.
Inquebrantable, avanza por el surco de otros pasos, dirigiendo su mirada a un infinito que no se halla confeccionado con tiempo... ni, probablemente, con espacio, ni sensibilidad.
Va arrojando, en su avance, las ropas que cubren su cuerpo, y su destino, como en una línea recta imperturbable, se antoja de insospechada pasión.
Cuando las primeras gotas de agua mojan sus pies, un recuerdo fugaz sobrevuela su mente y, por un segundo, quizá algo menos, un tiempo no mensurable y solo percibido por organismos aventajados, duda...
Sin embargo, el combate no llega a celebrarse, porque el enemigo rehusa luchar y huye del peligro, como los niños (y los viejos) de sus fantasmas.
Y camina en el agua, con paso firme, sendero abierto, hundiéndose.
Y respira fuerte. Primero aire, luego agua.
Y se hunde.

25 julio, 2011

FX-375



Salió de la consulta con los papeles garabateados (incomprensibles para cualquier lector medio que no hubiera cursado estudios relacionados con la Medicina o la Farmacia) y una sensación de inquieta tranquilidad.
El farmacéutico le envolvió la caja y le recomendó que comenzase las tomas un par de horas antes de ir a dormir.
El hombre sentía que su prolongada pasión por el tabaco no iba a concluir por un revolucionario tratamiento médico con nombre de prototipo de vehículo, FX-375, probado con éxito en ratas.
Maldita sea, ¿cómo que FX-375? Y, por Dios, ¿desde cuándo los roedores fumaban?
Continuando una más que asentada tradición, sacó las pastillas de sus envoltorios individuales, las depositó en un frasco transparente y condujo la primera hacia su interior con un trago de cerveza helada.
A la hora y media comenzó a sentir un repentino cosquilleo en la zona del bajo vientre que le recordaba el inicio de una erección.
Apenas ocho minutos más tarde, la consumación de sus presagios era más que patente, y, en una broma interior, se sonrió al felicitarse por superar en medida horizontal a la propia vertical.
Además de eso, y quizá más importante, había perdido sus antes inevitables deseos de fumar antes de acudir a la cama... Ese ritual.
Su mujer cuando le adivinó entre las sábanas, abrazó su presencia con alegría, hasta que, pasados unos veinte minutos, y tras su negativa a aceptarle el cigarrillo del post, le espetase: "¿esas pastillas son siempre así?".
La noche siguiente continuó por los mismos derroteros que la previa y el yermo terreno en el que se había convertido el lecho conyugal era, ahora, noche tras noches, una fiesta que no culminaba hasta bien entrada la mañana.
Fue una madrugada, mientras él buscaba despertar a su esposa, con calculadas caricias y besos furtivos, cuando las alarmas se encendieron.
La voz que escapaba por su boca no se compadecía con las órdenes que su cerebro dictaba.
Y cundió el pánico.
La mujer le miró extrañada.
Él era incapaz de coordinar su léxico y la perorata parecía construida por un joven mocoso que apenas ha descubierto los sonidos de las sílabas conjuntadas.
Abrió su ordenador y descubrió que se estaba investigando una sospechosa ola de suicidios en todo el mundo.
Las primeras autopsias revelaban la presencia, en los cuerpos de los finados, de los componentes de un revolucionario medicamento de ataque contra la adicción al tabaco.
Trató de hablar... pero no pudo.