30 junio, 2011

EL CAMPEÓN



En recuerdo de Franz Vandenbroucke.






Recibió una carta de despedida y su moral se minó hasta besar el más frío de los suelos.



Se miró al espejo y la imagen devuelta no concordaba con su apreciación personal.



De las paredes colgaban fotografías de épocas no tan lejanas, pero mucho más gloriosas.



Las vitrinas estaban repletas de trofeos que aún relucían.



Pero el laurel de los campeones se encontraba podrido.



Solo, escapando de una realidad que se le antojaba oscura y estrecha, recuperó su vieja licencia profesional.



Arrancó su fotografía, en la que aparecía mucho más delgado y convencido de sus posibilidades, y la cambió por otra de un prometedor joven con visos de estrella en el circuito.



Raspó con la punta de un cuchillo la tinta que señalaba su nombre y lo modificó por una traducción aproximada del mismo al italiano.



El resultado era suficiente y serviría para pasar el filtro de los ojos de unos jueces poco avezados.



Se ajustó sus pantalones vaqueros, cogió su mochila y se dirigió al estadio.



Las dieciséis cuerdas le esperaban.



La presentación no recaudó ningún aplauso.



Pero con el continuo pasar del tiempo de pelea, se percibía un notable interés del público por ese anónimo luchador que tapaba su rostro con una máscara y cuya técnica alardeaba con suficiencia como para vencer al campeón.



Llegado el momento decisivo, y cuando un sencillo movimiento de caída le hubiese proporcionado la victoria, sorpresivamente, escapó del ring ante el asombro del público.



Retiró la máscara de su cara y quiso saludar a una multitud enfervorecida que, solo tres segundos antes, se había roto las manos aplaudiéndole.



Nadie entendió su gesto.



Y, sin embargo, el enfiló el camino de los vestuarios.



Redimido.



Pero igual de triste que ante el espejo.



Viendo que la imagen que reflejaba no se correspondía con la propia.



Después... bueno, todos saben qué sucedió después.

25 junio, 2011

EL GATO



Ellos no lo vieron.



El gato, con mirada asesina, asestó un fiero mordisco a su presa.



Algunos continuaban tecleando.



Absortos.



En una vorágine de informaciones urgentes y de cabeceras y primeras planas.



El felino permanecía feliz.



Satisfecho de sus dotes de elegancia cazador.



En algunas pantallas aparecían las fotografías de un conjunto de jugadores que festejaban un ascenso en un monumento público.



En otras, las columnas de opinión se maquetaban, equivocando letras capitulares que iniciaban párrafos de farragosa disertación.



En su mundo, victorioso, el animal mantenía entre sus fauces el cuerpo aún vivo, pero inmóvil, del pequeño pájaro.



Las papeleras estaban repletas de vasos de papel con restos de café, cuyos posos dibujaban enrevesadas siluetas de ininteligible significado.



Agosto ascendía el mercurio de los termómetros hasta límites insospechados.



Entonces, magnífico y sublime, el gato se personó, lentamente, en el centro de la habitación.



Apretó sus mandíbulas y el piar de su presa despertó a todos de su monótono teclear.



Alguien pretendió inmortalizar el momento en una cámara digital.



Fue tarde.



Tras principiar una sonrisa, el gato soltó al pájaro y lo vapuleó con sus garras, hasta hacerlo unos añicos dignos para ser digeridos sin dificultad.



Y, pasados veinte segundos, en la redacción alguien pidió una fregona.



Mientras el murmullo monótono de los teclados de ordenador interpretaba una sinfonía de indiferencia.

21 junio, 2011

EL PRESO DE LOS LIBROS


Caminaba muy despacio por los pasillos de su biblioteca.
Repasaba, sin apenas girar la cabeza, los títulos inscritos en los lomos de sus miles de volúmenes.
Los miraba con cariño y desesperación.
Trataba de recordar, aunque fuese mínimamente, las historias contenidas en cada uno de ellos y su frágil memoria le devolvía, apenas y en el mejor de los casos, un rayo eléctrico de recuerdo, un fragmento traído por los pelos...

Entonces se desconcertaba.

Pensaba en el tiempo que había dedicado a la lectura de la práctica integridad de su biblioteca, su más valioso tesoro... y temblaba.

Pero, mientras paseaba entre las novelas, una brisa fresca afloraba en su mente y, con la fuerza del torrente de un río, le traía a su paso las historias más bellas, los pensamientos más elaborados, los pasajes aterradores e inspirados de los imprescindibles relatos que parecían olvidados.
Se sentía como el dueño de un inmenso mar de viñedos, pretendiendo traer a su paladar el aroma y el sabor de todos los caldos cosechados durante toda la vida.
Y sonreía.

Elegía un número al azar, contaba desde la balda más lejana a su posición, y extraía el volumen señalado por el Destino.
Lo abría por la mitad, leía tres párrafos y lo colocaba en su lugar.

Corría hacia su escritorio y definía un final imaginado para ese inicio
in media res, sin preocuparse de su coherencia o su rectitud.
Lo leía, rápidamente, y le prendía fuego... y volvía a caminar, meditabundo, por entre los pasillos de su cárcel de letras, espacios en blanco y grafías en negro.
Se sentía libre y prisionero... pero feliz y reposado.

Miraba el mundo a su alrededor y descubría, con parsimonia y quietud, que, incluso su muerte, ya había sido narrada en los libros.

19 junio, 2011

LA MARIPOSA


Los pájaros no han vuelto a pisar el alféizar de esta ventana que ofrece una panorámica desoladora de la ciudad en llamas. Supongo que se cansaron de picotear en las páginas del libro de Palahniuk, cuya lectura dejé a medias, esperando que las campanadas de la torre del reloj me durmieran... o me hicieran desmayar. Es curioso. Su presencia me agradaba y creía, firmemente, que si volvían a este recóndito agujero era por el abundante cuenco de miguitas de pan mojadas en leche. Erraba... otra vez más.
Madrid sigue siendo esa dama que te obliga a cerrar tu agenda para una cita a la que no tiene el más minimo interés en concurrir. Las paredes del cuarto han sido vueltas a pintar, siguiendo las instrucciones de un honorable noble, de un riguroso negro. El espesor de las capas de pintura permite que mis gritos se amortiguen y que ninguno de los vecinos manifieste su incomodidad. Es alguna hora indeterminada de la madrugada. Los termómetros se hallan cercanos al límite que separa la vida del infierno. No albergo esperanza alguna en poder reposar. En mi mesilla de noche se amontonan, sin piedad, restos del agua que exudan los vasos de alcohol cuyos pedazos se abrazan en el suelo. Recuerdo que un traslado me impidió recuperar la mariposa a la que, en el colegio, había clavado un minúsculo alfiler en su cuerpo y que, noche tras noche, se me aparece en sueños... preguntando algo para lo que no concibo una respuesta lógica y racional. He desandado mis pasos y he recogido el libro de la terraza. Las migas de pan mantienen su sabor dulzón. El amanecer acaricia los cimientos de los edificios más altos de la ciudad. De repente, un revoloteo se planta en el cuenco. Y todo parece adquirir sentido. Hasta que despierto... y mi boca se halla a escasos milímetros del suelo.

EL MANIFIESTO DE LAS RATAS


Todas las ratas del suburbano se reunieron en asamblea extraordinaria y adoptaron un unánime acuerdo que hoy me notificaron por vía postal.
Varias noches antes, resguardado en la cómplice oscuridad de sus túneles no transitados, evoqué la luna visitada por los colores flúor del óleo que pintaste.
Mis lamentos llenaron el espacio comprendido entre las vías, los andenes, las escaleras y hasta los recodos más inhóspitos del subterráneo.
En los antecedentes fácticos de su resolución, el colectivo animal narra, con todo lujos de detalles, las nefastas consecuencias provocadas para con la estabilidad emocional de sus congéneres por mi derrumbe escenificado en primera persona (la cursiva es del propio texto).
Con cierto estupor, contemplo que la sensibilidad de mis heridas ha sido perfecta y nítidamente transmitida en mi pretendido soliloquio, desconcertando la paz cotidiana de la camada de alimañas del tenebrismo.
El documento, que he leído pausadamente y subrayando sus aspectos fundamentales, ha caído de mis manos al llegar a su parte final, en la que las ratas, de modo coercitivo pero cortés, imploran que les evite un sufrimiento de tal cariz en lo sucesivo.
Lo refieren con una mezcla de compasión y caridad, pero advirtiendo de las medidas de potencial represión que actuarían en caso necesario.
Resulta curioso, su resolución es esperanzadora y señalan puntos en un futuro que, al menos desde esta perspectiva, distan bastante de ser reales.

13 junio, 2011

AQUELLOS BESOS


No es que aquellos besos no existieran (lo hicieron). Quizá, lo más correcto sería señalar que eran una especie de puente. Sí. El trasunto de unos golpes dirigidos a otros labios, no tan lejanos, más reales, prodigiosamente ausentes. La madrugada se colaba por las pequeñas rendijas de la persiana metálica de la churrería. Y, como suele ser habitual en estos casos, las gafas de sol reposaban, olvidadas, en el interior de algún cajón desordenado. La Historia aún no se contaba en el tercer milenio y la primavera entregaba su vara de mando a un verano que pretextaba languidez para acceder al reinado estacional. Primera parada. Aquel beso fue fortuito, sorpresivo y tumultuoso... casi fallido. Después, en cinco segundos, se sucedieron miles de miradas esquivadas, una procesión de interrogantes interiores y, por supuesto, algún sentido y hondo pesar. Las luces de neón de la cantina maltrataban unos ojos poco habituados a los reflejos estroboscópicos. En la calle, octubre preñaba de vientos los últimos coletazos de la prolongación de un verano malvado y mundano (mundial). Aquel beso, sin embargo, dejó abierta la senda a un rosario de pequeñas y desbordantes entregas... como relámpagos que, con rapidez y sagacidad, golpean y huyen, como la escapada de la cocina de un niño que roba parte de un pastel que no le pertenece. En los ladrillos de la pared de enfrente se imaginaba un mundo sin guerras (bélicas)... supongo.

08 junio, 2011

SU TIEMPO


Estaba tumbado en su casa. Sabía que todo podría haber sido distinto y que, sin embargo, no lo fue. No buscaba culpables. No era tiempo de ganadores. Quizá bebía, sin amargura, el pesado licor de la tristeza. Su mente era sobrevolada por ideas furtivas robadas a un poema inédito de Nabokov. El roce aterciopelado de las sábanas le adentraban en su particular calvario. No iba a amanecer. No era tiempo de ganadores. No había relojes que atestiguaran la sucesión cronológica. Ella habitaba universos paralelos, preñados de flores que explotaban de color con la llegada de la primavera. El suelo estaba húmedo y viscoso. Era sangre. En su brazo aún sentía el escozor de la goma arrastrando por su piel al ser desanudada. Ya ni siquiera se interesaba en saber dónde dormiría ella. De fondo, y aunque el reproductor musical estaba apagado, se escuchaba un tango de Cadímaco. No había lugar para las batallas. Nunca lo hay cuando éstas han sido perdidas. Quería pronunciar palabras pero sus razones se escapaban, rápida y vertiginosamente, por sus venas abiertas. No era tiempo de ganadores. De hecho, ya no había tiempo.

05 junio, 2011

EL SASTRE ASESINO



El sastre guardaba un afilado cuchillo junto a su metro de madera.
El instrumento (el métrico) se hallaba erosionado en sus laterales, redondeado por el paso del tiempo, conformando una especie de rara vara de avellano con la que el profesional señalaba a todos los lugares imaginables.
El arma (también de proporciones considerables) se encontraba disimulada junto con otros útiles del arte de la sastrería.
El timbre de la campana repiqueteó, mientras la puerta sonaba con un chirrido estridente.
El hombre pensó que había vuelto a olvidar la compra del aceite.
El cliente apenas saludó.
El sastre abrió el cajón levemente.
"Quiero que me tome las medidas".
Existe expresiones tan confusas, meditaba en silencio el sastre, que habrían de ser pronunciadas con mayor cautela.
El cuaderno, encima de la mesa se fue llenando de anotaciones y dibujos casi indescifrables.
"Lo necesito para un gran evento".
El sastre continuaba su trabajo, mientras por su cabeza daba vueltas una frase que aludía a que el único e inevitable gran evento es el último... y definitivo.
"Usted quizá no lo recuerde, pero su padre ya era mi sastre".
Pero el sastre sí lo recordaba.
Solo en ese momento el cliente percibió algo extraño en el ambiente.
El sol, del recién iniciado verano, se filtraba por las rendijas de una persiana desvencijada en exceso para un local abierto al público.
"Vendré a recogerlo en dos semanas"- ordenó el cliente.
El sastre apenas le dirigió su mirada.
Y apuntó en el libro pagado... aunque no había recibido ningún tipo de adelanto.

02 junio, 2011

LA NIÑA DEL BRAZO ENYESADO

Que la niña tuviera un brazo enyesado podría parecer, a primera vista, un azar del destino...
Pero su mirada, traviesa y de hielo, tranquila y pausada mientras el cielo se desplomaba sobre la cabeza de una ciudad aquejada por el temporal de sobredosis de velocidad, revelaba un avezado conocimiento del futuro... si es que éste existía.
El sonido de las sirenas se había convertido en la música de fondo del escenario urbano que se derrumbaba, debilitando el ensordecedor y herrumbroso clamor de los edificios al arrodillarse como el boxeador en trámite de cuenta de diez irremediable.
Y la niña, con su brazo enyesado, se sonreía en una mueca privada de la inocencia de la niñez.