26 julio, 2010

LOS PAPELES


Nadie lo sabía, pero todo era mentira.


Por eso, día a día, con ilusiones renovadas, adquirían el diario y leían, con interés, la columna de aquel intrépido reportero.


Y, entrega a entrega, seguían sus andanzas por los más recónditos lugares del planeta, sintiendo como propias las aventuras y perfilando los avatares como si se jugasen en la ruleta de la propia existencia.


Pero todo era mentira.


Sin embargo, a todas luces, las historias resultaban lo suficientemente creíbles.


Con esa pizca de inverosimilitud que acontece en la realidad cotidiana y que separa la narración ficticia a la que se pretende dotar de precisión del devenir mundano y banal que, por su parte, admite las dosis más inesperadas de irracionalidad y magia.


La paradoja alcanzó cotas mayúsculas cierto día en el que, por estrictas motivaciones publicitarias, la columna tuvo que dejar paso a un faldón que refería las maravillas del nuevo automóvil de gama alta de la, autocalificada, marca más premiada de la historia.


La avalancha de correos electrónicos y cartas al director fue tal que, por vez primera, el propio Director del rotativo se vio en la obligación de tranquilizar a sus lectores, manifestando que había sido una ausencia debida a las paupérrimas ocasiones en las que el redactor venía transitando por Swazilandia.


Aquella comunicación engordó el mito.


Y los corrillos de gente en el trabajo aumentaban, en su cantidad, para abordar las peripecias y andanzas del escritor.


Hasta que un día, y fruto de un infortunado accidente de tráfico, el periodista falleció.


Y la realidad brotó al pie de su última (e inventada) crónica.


Decía algo así: "Nuestro compañero _______________ falleció, en la noche de ayer, cuando su vehículo se estrelló contra la fuente de la Plaza _________ de nuestra ciudad. Los miembros de la redacción rogamos una oración por su alma".

24 julio, 2010

INDETERMINACIÓN


Inclinas el cuello.

Miras a un lugar indeterminado.

El escenario que te acoge, curiosamente, no es indeterminado...

Pero para mí, sí.

Ya no derramo lágrimas.

Tan solo persevero en el sufrimiento individual y solitario.

El de los lobos que han sido atacados y regresan a su jauría...

Aunque solo a morir.

Ya ni siquiera sueño con números acertados.

Ni con las habitaciones de hotel con ventanales abiertos.

Hoy va a llover en Viena.

Mi espíritu adolece de mayores ilusiones.

Cuando las cartas están marcadas, no cabe la posibilidad de ganar.

La voz del canto de la ruptura no significó nada para ti.

Y te permitiste introducir tu bosquejo de humor en un bosque (el mío) de horror.

Alguien me preguntó por tu presencia.

Y yo, en silencio, le advertí sobre tus ausencias.

Indeterminadas.

En los lugares indeterminados para mí.

22 julio, 2010

IRREDUCTIBLE SENSACIÓN


¿Viste?

Las madrugadas no son tan frías.

Y allí lo serán.

Ellos elucubran sobre futuribles.

¿Verdad?
Pero nadie nos podrá arrancar nuestro sueño.

Miro al frente.

He olvidado mis gafas y la nebulosa es un concepto certero.

Pero siento tu sonrisa y tus ojos cerca de mí.

¿Un sol rodeado de franjas de cielo?

Todo eres tú.

Porque tú eres todo.

Hay llamadas que no voy a contestar.

Muchos discursos que no pronunciaré.

El doctor avisó de una doble visión, pero no evité esas lecturas prohibidas.

Me mordí la lengua, quizá como tú, para no expandir al viento nuestro secreto.

¿Verdad?

O la vista, congelada, de un sol rodeado de franjas de cielo.

20 julio, 2010

LA MESERA


Tenía ojos turquesas de los que derriban imperios y adornan a los generales vencedores (ésos que aún no conocen que su primera derrota ya ha llegado).

Tenía veintisiete años pero su historial refería episodios más propios de veintisiete vidas turbulentas y desgarradas (ésas que ocupan los temas de biografías de librerías escondidas).

Tenía pecados cometidos que aún no habían sido ni imaginados cuando Eva decidió arrancar el fruto del árbol prohibido (esas conductas que detienen corazones y asoman cuerpos a los precipicios).

Tenía canciones y poemas dedicados con la suficiencia con la que otros colecciones veladas en soledad tras invitaciones rechazadas (ésas que culmina con pesadas y dispares borracheras y exaltaciones impropias).

Tenía peligro en sus manos y verdad en cada palabra que salía por su boca (esas armas arrojadizas para las que el legislador penal olvidó tipificar sus acciones).

Tenía seguridad en que la vida es una y que conviene arriesgar un poco de cuero en cada embestida aunque el lance pueda resultar poco propicio (y sea resquebrajado por un espíritu pragmático y poco soñador).

Tenía un libro a medias de leer, un sueño que no deseaba realizar y un billete de avión para un destino que los mapas no mostraban.

Tenía miedo y sentía que los relojes se habían parado mucho tiempo atrás.

Tenía ojos turquesas y sangre ajena recorriendo sus labios.

EL CAUTIVO


Faltan unos años para que suceda.

Pero mis ojos ya lo han visto.

Es noche cerrada.

Pero en el interior del bar, la luz ni siquiera hubiera podido penetrar.

El camarero nos ha servido dos vasos bajos llenos, hasta sus bordes, de tequila.

Y, tras beberlos, los hemos apartado al extremo derecho de la mesa.

Junto a los otros doce.

Yo he intentado levantar mi mirada.

Reconozco en tus ojos aquella desafiante tonalidad, incluso ahora que manchas violáceas ensombrecen las comisuras de tus párpados.

El camarero no nos ha reconocido y nos observa con cierta indiferencia desde la defensa de su barra de mármol impecable.

He levantado el brazo derecho y, en apenas unos segundos, el sonido de los cristales ha anunciado la llegada de un nuevo golpe de alcohol.

Nadie queda en las mesas del bar.

Los periódicos de hoy son ya del día de ayer.

Y la radio se ha apagado.

Tú, imagino, permaneces en el silencio de la incomprensión.

Yo habito en el cautiverio de las heridas sin cicatrizar.

Y, como viejos enemigos, no sabemos aguantar los pulsos salvo en el más respetuoso, y beligerante, de los silencios.

Hemos vuelto a beber.

He reprimido un insano, y fugaz, deseo de besarte.

Tambaleándote, has buscado mis manos.

Y has roto tu vaso en ellas.

Mi sangre brota tranquila... como el silencio de mi arrebatado dolor.

Ninguno va a pronunciar palabra alguna.

Como en todos los años que restan para que esto suceda.

13 julio, 2010

LA LIBERTAD


Ella viajaba siempre con una maleta.

Vacía.

Es decir, no completamente inservible, pero casi...

Sin embargo, sin ella se sentía desnuda.

Vacía, podría decirse... de no ser porque la que realmente estaba vacía era esa valija.

Cierta noche, en la que caminaba por la arena de una playa arrastrando las ruedas de su inquebrantable compañera, un cangrejo se cruzó en su camino.

Era pequeño y caminaba hacia atrás.

La mujer se apartó el pelo de la cara y, con una genuflexión, se agachó para intentar atrapar al crustáceo.

El animal se escondió en la parte baja de la maleta, desapareciendo del abrazo que pretendía articular la errante dama.

Su amistad duró muchos años y el animal acompañaba a su recién conocida amiga en las peripecias y destinos más recónditos.

Ella respetaba que él se hospedase en los bajos de la maleta y se reconfortaba con el conocimiento de su sola presencia.

Sin mayores peticiones. Sin demostraciones de efusividad alguna.

Varios años después, posiblemente en Helsinki, el cangrejo comenzó a llorar y se desprendió del que había sido su refugio.

Echaba de menos la arena de su playa natal.

La mujer, alertada de la situación, sintió, por vez primera en su vida, la congoja de lo que se le antojaba como una pérdida irreparable.

Y, como despedida, pretendió abrazar al cangrejo.

Éste, en un movimiento rápido, huyó y la mujer jamás volvió a verlo.

Las voces más autorizadas juran que, en un acceso de pánico (algunos lo calificaron de amor), adquirió un cuchillo de larga y afilada hoja.

Esperó a la madrugada.

A que la luna bañara la playa.

Y deshizo en mil jirones la tela de su maleta.

Después comenzó a caminar en dirección al mar.

Hasta que se fundió con él.

Sin respirar.

11 julio, 2010

AHORA


A Ignacio Ara y a todos los que son capaces de vislumbrar el amargo sabor de la maldad.


Quise caminar, contigo, por calles paralelas de oro y plata.

Contigo.

Y, sin embargo, tú entregaste tus sonrisas a un cerebro mecanicista e integral.

Ahora, cuando mis huesos debieran volar al lugar de plata, mi corazón continúa bombeando a ritmos insanos y peligrosos.

Ahora.

Ahora ya nunca será contigo.


Las inquietudes se revelaron, posiblemente, menos dolorosas de lo esperado.

El viento permanecerá soplando, agitando con mimo la tela de las banderas.

Los estafadores se citan con sus propicias víctimas en plazas céntricas.

El viejo Ara reveló, en su lecho de muerte, su incomprensión respecto de aquella derrota en la plaza de toros, con el título Mundial en juego.

El dolor en sus costillas, permanecía.

Hoy (ahora), casi nadie recuerda aquella batalla.


Tuve que firmar un contrato para encerrar mi compromiso de visita a la otra plata.

La del río.

Aquélla en la que, si las premisas son acertadas, sellaré, con permiso de la eternidad, una promesa ineludible.

Eso será un futuro, que no depende de las palabras.

Que se envilece con las palabras.

Con mis palabras, ahora.


El sudor enseñoreaba mi frente.

Dibujé dos iniciales en un billete que jamás utilizaría.

Sonreí.

Y bebí un dudoso vaso de vodka y limón...

Ya no pensaba en términos de tiempo.

Y su llamada quebró el pesar y la empatía, cubierta de ánimos, de tu mensaje en la madrugada.

De tus palabras de ahora.

De un ahora que ya no es contigo.



06 julio, 2010

LA PÉRDIDA


Se sentó al ordenador e intentó recomponer sus ideas.

Sabía que todo sería en vano.

Pero deseaba demostrarse que sus ánimos le hacían ver más allá de los cinco días futuros siguientes.

Comenzó a recordar.

Sorprendentemente, cuando tenía casi escrita la primera frase, se le presentó la imagen de una agenda de tapas de plástico negra que aparecía, de un modo sorpresivo (y sorprendente), entre sus sábanas.

Quiso recordar.

Buscó una explicación.

Dibujó probabilidades.

Y se encontró, otra vez, con el vacío.

Dejó pasar unos minutos, tranquilo, escuchando las versiones de las rancheras de J. A. Jiménez.

Hasta que se entretuvo en un párrafo aleatorio del escrito de la noche anterior.

Sus líneas le llegaban a oleadas y sus dedos escribían al dictado de algún ser superior.

Encegueció su pensamiento...

Pasados unos minutos, y como recién salido de un estado de difícil definición, observó la pantalla y descubrió el texto, ese texto (escrito, esta vez, en una segunda toma... igual de real, igual de cruda).

Pulsó un botón de la pantalla con el puntero.

Y volvió a suceder.

La pantalla se coloreó de negro.

Miró al frente y adivinó un libro que ya había leído.

Accedió al portal de una red social, deseando llevar a cabo una actuación que no se atrevía a acometer.

Sentía el final muy cercano... e, inquieto, se apresuraba a saldar cuentas pendientes.

Faltó arrojo.

Abrió un documento en blanco y se prometió continuar escribiendo sin seguir ley alguna.

Hasta que amaneciera...

Quizá, uno de los últimos amaneceres...

04 julio, 2010

ALDO


Aldo vivía en un lugar apartado lejos de los bocinazos y del calor que despedía el asfalto en el mes de julio.

Aldo no era feliz.

Rara vez lo había sido.

Durante los últimos años se conformaba con esa reposada tranquilidad que le ofrecía disfrutar de un partido de fútbol en la televisión, con un whisky bien frío, o la reposada lectura de un libro de poesía o una novela en la butaca del jardín, durante la noche iluminada por el zigzagueante ondular de la llama de una vela.

Algo muy parecido a la felicidad y, por lo tanto, irremediablemente distinto.

Fue con la llegada del invierno que Aldo, aislado en su peculiar cárcel de grandes ventanales y vastas extensiones, comenzó a caminar por los senderos de la obsesión.

Primero fue el parpadeante fogonazo que adivinaba en el raso cielo de la madrugada.

Y transcurrió noches enteras ante una bóveda oscura y exenta de luminosidad.

Después advirtió la presencia de animales que velaban su sueño al lado de su cama.

Un buey, una mula, una serpiente de cascabel y un caballo. Y todos, sospechosamente, pretendían herirle, pero ninguno, quizá influidos por algún raro magnetismo, se atrevía a lanzarse ante su indefenso cuerpo que yacía bajo los ropajes.

Más tarde, en una visión que le acompañaría durante el resto de su vida, Aldo recordó el movimiento de una mujer desnuda que, con agilidad, abandonaba la cama y su pecho se movía con belleza y elegancia.

Se ensimismó.

Subió a su desván y comenzó, completamente poseído, a desembalar los paquetes que los empleados de la compañía de mudanzas habían apilado en una esquina.

En unos minutos, el suelo estaba repleto de lienzos, pinceles y óleos y, durante tres días consecutivos, con sus íntegras noches, pintó con denuedo e inspiración.

Hasta que desvaneció, fruto del desmayo y el agotamiento... del vacío.

Cuando despertó, tomó un bote de gasolina, roció la tabla y le prendió fuego.

Hizo dos llamadas de teléfono, ambas de muy corta duración, y se marchó.

Tras el vuelo, Aldo alquiló un coche y se dejó guiar hasta un pequeño acantilado, en el que esperó hasta que la muerte se avino a saludarle.

Hoy, cuando el agente inmobiliario se ha marchado después de estampar mi firma en el contrato, he descubierto, en el desván, una vieja nota manuscrita.

Y la frase que contiene serpentea por mi cabeza...

Como si quisiera asesinarme.

01 julio, 2010

LA EXPLOSIÓN


Hay vidrios hechos añicos en el suelo.

Los rompí yo.

Hay sangre descendiendo por mi brazo.

Es mía.

Se escucha el ruido acompasado de golpes en perfecta sintonía.

Son mis sienes.

El aire es atravesado por un fulgurante y denso olor a alcohol.

Proviene de mi garganta.

En el suelo, surcando un suelo de baldosas limpias, un reguero discontinuo de lágrimas.

Mis lágrimas.

Encima de la mesa, varias pelotas arrugadas de papel.

El papel de mi cuaderno de tapas adornadas con motivos florales.

He descubierto, encima de mi cama, manchas que generan estrías.

Manchas provocadas por mi interior.

Masas deformes y cascotes se anuncian como los restos del final.

El final de mi mundo.

Todo se rompe en el mundo... En mi mundo.