29 mayo, 2011

A-S

Después de adentrarnos en una travesía santa, camino despacio y tus ojos permanecen alertas.
Inquieto el timbre de una tienda de antigüedades y tu rostro torna en preocupación.
Son más de las diez de la noche y una mujer vestida de negro nos saluda y nos descubre una escalera de caracol con peldaños de madera.
Nuestros pasos quiebran el silencio de la noche en la gruta de adornos orientales.
Huele a aromas desconocidos.
Cierro los ojos y repaso un calendario que solo se ha colgado en mi mente.
Vuelvo a mirarte y siento cierto nerviosismo, como el del primer día, cuando tengo que dirigir mis primeras palabras.
Me he quedado fijo en tu mirada de ojos verdes y directos... y mis palabras pierden vigor en el discurso que olvidé memorizar.
La vela baila a un son mágico y secreto que nos revela la milenaria cultura que nos acoge entre paredes y en cada resquicio del bazar.
El tiempo se ha parado en el mundo real... puede que lo hiciera mucho años ha.
El reflejo de la luz en tu pelo me devuelve, tornasolado, un cúmulo de bellos colores que el más preciosista pintor quisiera en su paleta.
El reloj avanza, con parsimonia y orden, y yo ya reflejé en palabras más de lo que mis gestos podrán transmitir en su vida.
Todo lo demás nos es ajeno.
Porque nada importa... menos tú.
Y los relojes continúan sin caminar.

26 mayo, 2011

LA RAZÓN DEL NO

¿Duelen los teléfonos al ser colgados?
¿Mueren las comunicaciones con ese pitido infinito?
¿Quién niega un "no"?

TORMENTAS DE NIEVE



Me sorprendió comprobar que los cordones de los zapatos se hallaran atados.



Corrijo.



Me aterró.



Medité y asumí la presencia de pequeños habitantes que jugueteaban con mi tranquilidad gracias a sus bromas y maniobras.



Aquella noche había nevado sin parar.



Las cabecera de las ediciones digitales de los periódicos referían un magnicidio tan doloroso como esperado.



En mi despensa, el café se había agotado varios días antes y las alarmas de mi sistema nervioso no cesaban de sonar.



Los cordones estaban anudados y mi memoria no fallaba cuando repetía el mecánico gesto de la noche anterior que deshacía el bucle previo.



Tres semanas antes, en la misma penumbra en la que ahora se encuentra esta habitación, con voz firme y decidida, dijiste que te marchabas para siempre jamás.



Recogiste todo, excepto una vela perfumada que compramos en el mercado de _______, en el que, posiblemente tú ya supieras que constituiría nuestro último viaje.



La cera de la vela, ya consumida, se amontona, deforme y obesa, sobre la madera de una mesa en la que estaban grabadas nuestras iniciales.



He pensado salir a la nieve, caminar varios pasos, ver mis huellas en la inmaculada blancura y dejarme caer, como si hubiese sido abatido sorpresivamente.



El reloj ha sonado en un número impar de campanadas.



He intentado introducir mis pies en los zapatos, pero éstos no ceden a la presión de la lazada.



Desistí de mi aventura exterior.



Fantaseo sobre la posibilidad de que tu espíritu me habite y se divierta atando mis zapatos... en noches de tormentas de nieve.

22 mayo, 2011

LA SIESTA




Yo no olvidaré, jamás, la primera vez que dormí con una mujer.




Ella, que ya era una mujer de verdad, con sus veintidós años y algún dolor intrigándole en las entrañas, posiblemente no lo recuerde. A buen seguro, ni le otorgó la más mínima relevancia.




Yo tenía ocho años, una sensación de asfixiante calor y unos horribles calzoncillos blancos, clásicos y estúpidos, como casi toda la ropa interior masculina.




Ella también tenía un sujetador blanco y unas minúsculas bragas de ese mismo color, con encajes en un rosa que a mí me recordaba el color de los chicles al estar muy mordidos.




Aquella tarde, tapados con una sábana azul, ella me pidió que cerrase los ojos hasta que despertase.




Entonces se bajó sus bragas (yo, lógicamente, incumplí mi trato) y recibí como en una sacudida eléctrica la desnudez de su bajo vientre en mi pecho.




Poco después, esa corriente se dispersó hacia abajo, buscando mis piernas y sentí el crecimiento de un miembro que, hasta la fecha, actuaba un papel secundario en toda la película de mi vida.




Supongo que ella, con esa ventaja que conceden los años y una situación de parentela lo suficientemente distante, adivinó mi treta y, en silencio, aprovechó para bajar mis calzoncillos mientras me susurraba al oído que iba a sudar demasiado.




Cuando me desprendía de mis estúpidos calzones, notó la tremenda erección que habitaba mi entrepierna y no pudo evitar una sonrisa.




Después, con sigilo, se dio media vuelta y durmió, enrocada en su inabarcable y limpia espalda, el resto de la tarde.




Yo no dormí nada.




Guardaba cada detalle en mi memoria como si, al levantarme, fuera a pintar todo en un lienzo.




Jamás supe reflejar ninguna sensación en un dibujo o una pintura.




Y todo lo demás lo dejé relegado a esta memoria que hoy aflora al teclado de este desvencijado ordenador portátil.

17 mayo, 2011

EL INTERROGATORIO

Dígame.
Él era un sujeto muy extraño.
Leía siempre mientras los demás dormíamos.
Siempre con su libro entre las manos, incluso cuando todos nos marchábamos a buscar refugio en las copas y en los cuerpos (en esos otros cuerpos).
Incluso no era extraño encontrarle amparado bajo el cobijo de una exigua luz, ensimismado y en un mundo inalterable a las injerencias externas.

Prosiga.
Bueno.
Se rumoreaba que consultaba los horóscopos... y que creía en ellos.
Los más veteranos nos informaron de que odiaba ser despertado en los escasos momentos en los que el descanso le arrebataba de la perpetua vigilia en la que parecía sumido.
Cuando abrieron aquella lata de hojalata, encontraron un cúmulo de sobres enviados, franqueados con sellos de varias décadas pasadas.
Algunos le envidiaban, otros le temían, muchos sentían miedo a mantener un enfrentamiento dialéctico con él... todos, absolutamente todos, coincidían en algo, era un hombre raro, un ser especial.

Usted cree...
¿... Si sería capaz de acabar con su propia vida...?
Esa pregunta es tan obvia que hace desembocar la respuesta en los terrenos más pantanosos y dubitativos.
El escenario del crimen, al menos así nos lo relató el entrenador, estaba compuesto por un libro abierto, impoluto, sin dobleces, ni marcas, en las esquinas de sus páginas, y un balón de fútbol.
Sí, claro, sí pudo ser él...
También es dable pensar que se dejó escapar a ese cielo azul repleto de estrellas del último poema que no logró concluir...
Es bello afirmar esa creencia, ¿verdad?

L. vs Londres



Londres (L) ya había amanecido cuando me asesiné.



L. aún no había dormido.



Londres se recuperaba del empacho de un inesperado beef que se antojaba plato único de un menú desorbitado.



L. rimaba sus poemas con las letras de alguna canción alucinógeno de The Beatles.



Londres, esquiva en la lluvia de un escenario victoriano, merodeable entre las puertas de un río dubitativo.



L., ensimismada, contaba las luces parpadeantes que coronaban las alturas de una ciudad de envergadura propia de la mayor edad.



L. se enfrentaba a Londres en una contienda evitada.



Las memorias extraíbles de las cámaras fotográficas siempre mienten.



Londres susurraba una realidad paralela y desenfocada.



L. creaba su propio escenario apartado del percibido en general.



Londres fallecía entre las páginas de un manuscrito discutido de Lowry.



L. devoraba las historias más salvajes del hombre que desaconsejó a Fresán caer seducido entre los brazos del DF... y le indicó, como un subterfugio, como la antesala de la locura y el dolor, el plano coloreado de la líneas del suburbano de Londres.



L. ya no pelea... y reniega de unas palabras que son agradecimiento.



Londres no lucha, ya venció sus batallas.



L. se enfrenta a Londres... y no existe dilema, ni debate, ni pleito...

11 mayo, 2011

LA HERMANDAD DE LA SANGRE


Se miraron a los ojos. El hombre le preguntó. ¿A qué se dedica?
El otro se permitió unos segundos antes de contestar. Soy detective -le respondió. Salvaje -pensó en voz alta su interlocutor. Se vieron a los ojos y descubrieron algo que nacía. Varios años más tarde, el mismo día, fueron sepultados. Muy lejos el uno del otro. Cercanos como siameses.

LA CEGUERA DEL ÁGUILA

El mensaje resultaba evocador y comprometido, a iguales partes.
Tanto que (casi) se arrepintió en el momento justo de pulsar la tecla de envío.
A la salida del bar, en el cielo, las estrellas de Madrid se antojaban en eterna pelea con las de Buenos Aires y la larga y sinuosa subida de Gran Vía se hermanaba con la recta incansable de la Avenida de Santa Fe.
En la basura, un mendigo repasaba las viejas ediciones de una serie cinematográfica sobre fenómenos paranormales... los gatos le observaban con una mezcla indisimulada de desprecio y respeto.
Una vieja mujer se tapaba la cabeza con unas pesadas carpetas llenas de documentos y asaltaba a los escasos transeúntes inquiriéndoles sobre si podían cambiarles unas monedas (sin precisar la operación, ni su mecánica).
De la furgoneta que repartía las primeras ediciones de la mañana de los periódicos nacionales descendió un hombre mal afeitado que, entre dientes, tarareaba una ranchera de José Alfredo Jiménez.
Con una inevitable persistencia, atendía el aviso de recepción de mensajes de su dispositivo electrónico de localización que permanecía en el más completo reposo.
Imaginó que se suspendía en el aire, proyectándose sobre los edificios y obteniendo una privilegiada y panorámica visión de la ciudad.
Abrió los ojos.
Y todo era mentira.

07 mayo, 2011

WE´RE ALL GOING TO DIE

Cuando el hombre cayó muerto al suelo, Jonás quiso cambiar de nombre, de ciudad, de filiación y, hasta incluso, de sexo, justo en ese segundo en el que, todavía, el alma se escapa del físico ya inerte.
Cincuenta y seis peldaños (cuatro pisos).
Tres rellanos (descansillos).
Un corredor (excesivamente ancho).
La puerta de salida, previo franqueo de un torno giratorio (¿robado del control de acceso de algún estadio deportivo?).
Mientras configuraba mentalmente la ruta de salida, la alarma sonó.
Desde el auricular, tenso y apretado a su pabellón auricular, la orden dejaba lugar a dudas, escapada y ataque en retirada.
Jonás supo, en ese instante preciso, que llevándose el cadáver a sus espaldas, la cuentas pendientes no se iban a cerrar jamás.
-"Buenas noches" -dijo Jonás.
Y aseveró: "Vamos a morir todos".
Quizá, solo quizá, lo pronunció en inglés.

05 mayo, 2011

UN TREN



Sucedió tras la segunda parada.



Fue la mirada de la mujer que habitaba el asiento contiguo.



O, quizá, su repentino suspiro.



Ese particular sonido que principió, durante el trayecto, la inquietud de mi corazón.



Mientras, los niños preguntaban a sus padres sobre la velocidad del tren y el horario de llegada a sus destinos.



Sí, fue su mirada.



No cabe otra explicación.



Después susurró algo entre dientes antes de caer dormida.



Atravesamos el túnel.



Y desapareció.



Todo.



Su suspiro, sus susurros, su sueño.



Su mirada.



Y, por megafonía, se anunció el final del viaje.