28 febrero, 2010

TARDE


Ni siquiera escuché sus palabras.

Obvié que, posiblemente, su voz no fuera suya.

Estimé adecuado entender que sus ojos habían de resultar los que me obnubilaron previamente.

El hombre de levita negra me susurró un poema que no supe entender.

El vendaval se escapó sin musitar un simple adiós.

Supe que ciertos sonidos no me avisarían de tu retorno.

Descubrí que el término no acaba con el cierre momentáneo.

Y me persuadí de que no sabía, ni siquiera, si eras mujer.

Deposité unos arrugados billetes en un mano que, poco después, avanzó por mi interior.

El temblor puede mezclarse con el frío entre las sábanas compartidas.

Las reservas, chilló la recepcionista, no se inventaron para ser quebradas.

El vacío...

El silencio...

El miedo...

Las lágrimas... y el viento.

La estrella de rock apuntó en su agenda una expresión desafortunada mía sobre el desamor...

Decidí que no cortaría mi pelo hasta que descubriera el significado del terror.

Todo se entromete en el terreno del mal cuando niegas, sonriendo con delicadeza.

Los violines hablan de la cercanía del calor de otros cuerpos...

La música no olvida, sin embargo, que la letra habla del primor de tus cabellos.

La loba reposaba mientras sus cachorros se amamantaban.

Y es demasiado tarde para meditar.

Siempre parecer ser excesivamente tarde.

Siempre...

23 febrero, 2010

EL VOLADIZO


El voladizo del señorial edificio se desplomó apenas tres minutos antes de mi llegada.

Recogí, como dudoso recuerdo, uno de los cascotes de piedra del ventanal frontal.

Lo miré y me recordó a las tardes de despedida, lluviosa y con lágrimas rondando nuestras miradas.

Las luces de la escalera de los bomberos profanaban la intimidad del hogar en precario.

Los pájaros evitaban, en su vuelo, la masa deforme de piedra sostenida y herrumbre...

Ellos también recordaban otras tardes repletas de evocaciones, promesas, que el tiempo se encargaría de quebrar, y de intercambio de fotografías...

Un corro de gente, cada vez más populoso e impertinente, comentaba respecto del dudoso equilibrio en el que se encontraba el gigante...

Los niños apretaban con fuerza las piernas de sus padres, con la confianza que, años más tarde, se convertiría en el mejor de los casos, en respeto y, en otros, en olvido y rencor.

El mendigo contemplaba con tranquilidad el advenimiento de la debacle.

Había dormido durante más de quince años bajo ese edificio y no hubiese visto con desagrado que esa parcial caída le hubiese arrastrado al cielo (o al infierno, que tanto daba...).

Yo acariciaba la piedra, irregular, con perfil dentado, sinuoso, con las oquedades y cumbres que revelan una historia indescriptible, aventurera, excesivamente atenta a esas mujeres que dejan dolor de corazón y prosa de las más agrias decepciones...

El sudor recorría mi espalda, a pesar de que el viento soplaba helado, peinando las gotas de lluvia.

Todo parecía pender de un hilo invisible, sensible, como el que sostiene el ingente peso de la araña que cuelga de él.

Todo el universo latía al ritmo binario de tu sí y tu no.

Ni siquiera la piedra me relataba otras historias distintas a las yo vividas... o soñadas.

Como es habitual, conforme el derrumbe se atisbaba más controlado, el populacho cejó en su empeño e interés.

Incluso los bomberos apagaron sus linternas.

El mendigo, infiel, eligió otro portal en el que reposar.

Guardé la piedra, con lentitud, en los bolsillos de mi chaqueta.

Una niña, perdida, me observaba ensimismada.

Fijamente negó con su cabeza.

Y dejé caer la piedra... estallando en una lluvia de pequeños fragmentos hasta el suelo.

22 febrero, 2010

LA HEROÍNA


Preparó todo con mimo.

Cuidó hasta el último detalle.

Las últimas gotas de Moët & Chandon todavía descendían por la comisura de sus labios recién pintados.

Quiso creer que esos segundos, una vez tomada la decisión, no serían tan angustiosos.

En su fuero interno, el dolor ya no importaba.

Visitó sus propias manos y advirtió un terrible color blanquecino, que anunciaba los inminentes efectos de la heroína.

Al fondo, en el ventanal, se veían aviones que despegaban y aterrizaban, mecidos por el viento.

Saludó por última vez a su perro que, inteligente, asumió que algo no terminaba de funcionar correctamente.

El mundo, se dijo, es injusto, los hombres siempre se despiden con una última erección.

Y sonrió.

Rebuscó entre su cajón, accionó el mecanismo, la habitación se llenó de un ruido constante, mecánico, como el de una turbina al girar, y cerró los ojos.

Colocó, en el reproductor musical, un viejo CD con el que le habían conquistado años atrás, demasiados años atrás.

Se situó frente a las ventanas, suspirando con tranquilidad y parsimonia.

Se encaramó al taburete y amarró la cuerda, asiéndola con fuerza y anudándola al gancho del techo.

Comprobó la longitud de su caída.

Rodeó, con un gesto circular, su cuello.

Tanteó el bolsillo trasero de sus pantalones vaqueros.

La carta seguía allí.

Saltó.

Al fondo, un avión se estrellaba en el aterrizaje.

21 febrero, 2010

LAS PROFECÍAS


La pitonisa me advierte que la maldad habitará nuestros encuentros.

Y desconfío sobre la referencia subyacente en ese "nuestros".

Los cristales de la bola se rompieron en un ataque de pánico insostenible...

Los teléfonos de citas nocturnos están desconectados o nadie atiende a las llamadas.

Puede que todo, en la vida y en los sueños, sean imágenes... reales o ficticias, imaginadas o vividas... o más que vívidas.

Las profecías aciertan cuando el mar está en calma y la tempestad se genera en un apartado rancho de la Patagonia en el que plantaría flores para despertarte con su olor todas las mañanas.

Imágenes...

Retazos de una irrealidad creíble.

Sospechaba que una versión acertada de tu definición, me colocaría en el medio de ninguna parte, que es el lugar ocupado por el espíritu del samurai que elude los enfrentamientos en busca del eterno Bushido.

En mi mente, resuena una bella voz que me señala la bondad del seguimiento de la advertencia de la futuróloga...

Pero...

Las imágenes se trastocan, en su lugar, todo se cubre con un indefinible perfume que arrastra un terrible picor a mi nariz.

Y todo ocurre a cámara lenta...

Con esa percepción insana que dejan las noches sin dormir, sin el calor de la mujer a la que se ama o ayunas de las canciones y el abrazo compartido de los más seguros hermanos.

La vieja que aguardaba a la salida de la Catedral oteó el horizonte.

Me tendió su mano y, aguantándola con firmeza, me regaló, en un susurro, un consejo furtivo.

Cuando fui a pagar, ella huyó.

Y dijo que había visto al diablo en mis ojos, corriendo despavorida calle abajo, intentando mantener su equilibrio entre las piedras redondeadas.

Cuando releí las profecías, todas las palabras habían sido borradas y, en su lugar, se dibujaba un sable samurai, en cuya hoja, reposaba una tierna y delicada mariposa.

Y desmayé.

VERSUS


Porque te escondes en la noche.

Y tu perfume anega de sensibilidad mis sentidos.

Porque encubres tus iniciales,

el aroma del enfrentamiento de las veladas nocturnas.

Porque ensordeces mis pasiones,

mientras los gatos caminan extraviados por las calles mojadas.

Porque entrecortas mis alocuciones,

y las salvas de artillería torpedean el lirismo acentuado.

Porque, como las resacas, palpitas en mis sienes,

al tiempo que la playa seca marida con ensoñaciones lúbricas.

Porque envías tus soldados al frente,

en un campo barrido por los silencios y los misterios.

Porque te adentras sin temor en las páginas,

postergados los motivos y sanadas las causas eximentes.

Porque los movimientos se tornan lentos y cadenciosos,

y ya nada importa más que el tiempo que los relojes olvidaron contar.

Porque he roto mis promesas y con mis más aferradas creencias,

arrugadas las hojas que cayeron del árbol y callaron a los profetas.

Porque abrazo el insomnio,

regalando términos y fértiles inicios a un interlocutor enervado.

Porque me hiciste olvidar...

Ahuyentando recuerdos y símiles de patio de colegio.

Porque sonríes.

Porque miras al infinito.

Porque callas y silencias.

Porque sostienes.

Por todo.


14 febrero, 2010

EL HELICÓPTERO


He abierto la botella de mayor graduación.

Con delicadeza, dejé que coloreara el vaso hasta cubrir el único hielo que reposaba, majestuoso, en el fondo.

En algún lugar de esta, u otra, ciudad, te desnudas... y tiemblo al imaginar la escena.

Mi terraza está siendo sobrevolada por un helicóptero, cuyas luces lanzan fogonazos en el cielo de hierro de la tarde.

Escucho ruidos extraños en la habitación de al lado, pero mi inquietud me impide imaginar.

El teléfono fijo no para de sonar. Sin embargo, las manos de la pereza me atenazan al mullido sillón en el que continúo bebiendo, y dibujando, las lejanas latitudes en las que te gustaría habitar.

Percibo, aunque creo que los gritos provienen de mi inconsciente, un nombre que no es el tuyo, seguido de un burdo piropo que aceptas sin protestar, sonriendo tibiamente.

El helicóptero continúa reinando por encima de mi cabeza.

Desconcentra mi lectura que, si he entendido bien, se desarrolla en un imaginario poblado de aborígenes ebrios y marginales que aplauden una serie de asesinatos en serie, el inicio del fin de su civilización.

Puede que hayas susurrado palabras de amor a cuerpos que ahora detestas.

Incluso, quiero creer que alguna vez hayas cedido a tus pasiones, habrás relatado el resquemor ardiente que siembran, a su alrededor, las cenizas del desamor.

El tenebrismo rompe el silencio y la quietud...

Las hélices pespuntean una imagen de terror.

El cronometro acaba con los segundos como el viento lo hace con las margaritas.

La niña ha arrancado de cuajo la cabeza de su bebé y destroza su ropa en mitad de la calle, ajena a la lluvia que se avecina.

Sé que no acabaré mi lectura... poco importa.

La explosión final se refleja en los cristales negros de las gafas de sol con las que leo.

Podría ser el fin.

Pero el helicóptero se mantiene en vuelo.

13 febrero, 2010

HORAS DE LA MADRUGADA


Todos sonríen cuando escuchan, por enésima vez, mi lamento...

Y, sin embargo, ni la piedad, ni la caridad me resultan aliadas...

Todos se extrañan de que, a pesar del influjo etílico, mis palabras sigan siendo para ti...

Y, en cualquier caso, ninguno se atreve a quebrar mi apenado soliloquio...

Todos los restos de la batalla del mini-bar me observan...

Y, como no podía ser de otra manera, el golpe en mis sienes revela algo más que dolor...

Hay mesas vacías.

Y todos sonríen...

En el cielo, las nubes dibujan interrogantes.

Y todos sonríen...

Y yo solo me pregunto porqué escribo a estas horas de la madrugada.
Y algunos sonríen...
Mientras otros tachan apuntes en mi agenda...
Sin piedad.


12 febrero, 2010


Tú, que aleteas como una bella mariposa de vuelo desmedido y violento, de alas grandes y de colorido vistoso.

Tú...

Tú, que apareces y te escondes, como la sombra del milenio...

Tú...

Tú, trazo indubitado de un poema de Swift.

Tú...

10 febrero, 2010

EN EL BOSQUE SILENTE


Hay lunas que fueron doblegadas... y alguien las llamó medias.

Existen bosques, entre los que los sueños caminan... sin diferenciar el sendero adecuado.

Y silencio...

Hay días de lluvia, que entorpecen y mitigan las sonrisas... asfixiando.

El vampiro recuerda episodios de libros que leyó en tiempos mortalmente inmemoriales.

Algunas flores desconocen los diversos sentidos de las frases lanzadas al aire.

Al aire del silencio...

Las páginas de las agendas pelean para lograr descuadrar.

Las miradas parecen extraviarse y, sin embargo, nunca están, al menos del todo, perdidas.

En el voladizo del edificio, alguien redactó el comienzo de un poema.

La señora de la limpieza decidió acabar con las reservas de sushi... y de vino.

Las camisas están arrugadas, como si la plancha no hubiera pasado por ellas.

El desconcierto comienza a las once de la noche.

Del bolsillo del abrigo sobresale el trazo azul y alegre que adorna una nota amarilla.

Los enigmas continúan siendo más atractivos que sus soluciones.

Si el fin del mundo fuera en un Buenos Aires pasto de las llamas, rezaría por observar la virulencia del fuego reflejado en tus ojos.

Cuando el joven ciclista, asfixiado tras coronar la cima más mítica, vociferó asesinos, estaba dando las gracias.

La niña de trenzas relee el cuento y continúa sin comprender porque la princesa tiene los pies pequeños.

Mientras, desde su ventana, media luna baña de luz un bosque silente.

08 febrero, 2010

LA FOTÓGRAFA


La fotógrafa me enseñó, en una solitaria campiña bañada de luz de luna y terror, sus retratos e imágenes, mientras perdía su lenguaje en historias inexplicables e imposibles de seguir.

La sangre salpica...y se confunde con el vino que corre, a borbotones, de la boca de una botella rota.

En el reflejo del espejo, un adolescente castigado por un purulento acné, fija sus ojos, con desmedida pasión, en las batallas que, en el pantalla del videojuego, libran dos durísimos y fieros combatientes.

Sobre la sábana escarlata hay manchas orgánicas blancas... pálidas y ondulantes.

Un hombre, detrás de una portería, señala con su mano hacia la izquierda, como indicando al jugador el lugar hacia el que debería golpear la pelota para conseguir un tanto.

La casa de muñecas arde en una tremenda pira incadescente mientras, al fondo, escondida tras las cortinas de una ventana la niña de trenzas rubia llora desconsolada.

Un pubis de mujer, desde una perspectiva en la que se hace complicado adivinar si no es el de la misma persona que ha disparado el objetivo.

Un rostro núbil, en esa delgada línea que confunde el sueño con la muerte.

El cigarrillo, escondido en el hueco de la mano, de un viejo que, con el gesto contrariado, presencia un entierro desde una prudente distancia.

Una mesa con dos copas alineadas... vacía.

El estudio desordenado de un pintor en el que, al fondo, dos cuerpos desnudos descansan en un camastro.

Una lágrima, y la estela que dejaba en la mejilla por la que descendía.

Los pétalos caídos al suelo de un ramo que comienza a marchitarse.

El deformado rostro de un boxeador tras haber recibido la cuenta de diez.

Interrumpió mi visionado.
Me habló de su maestro, de una apuesta, del miedo a envejecer, del arrepentimiento por las negativas, del pánico a dormir sola, del irremediable camino hacia la muerte... y de una puesta de sol que jamás supo fotografiar.

Desnortado, me encontré postrado ante sus rodillas, siendo fotografiado mientras la conocía sin reparos e impunemente.

Todo ocurrió así...

O, al menos, así lo recuerdo yo.

07 febrero, 2010

LAS CARTAS


Cuatro niñas, distintas, leen diferentes letras, asumiendo ser las destinatarias o, al menos, las inspiradoras de las mismas.


Extracto de declaraciones recogidas con motivo del suceso de las cartas recibidas con remitente D. en Bohemia:


* A: Si ella ha manifestado que no las envió, su palabra ha de quedar fuera de toda duda. Por mi parte, una vez conocida su postura, me limité a quemar el papel en el fuego de la chimenea.


* S: Creo que era su letra. Maldita sea, adviertan la dulzura con la que se contonean sus "eses". ¿De verdad me están diciendo que ésta no es la caligrafía de D.? Están todos locos, por el amor de Dios... Dejen de molestar a este anciano... Maldita sea, de nuevo, abandonen mi casa.


* Dr. O.W.: Como principal representante y portavoz de la DGN, primera empresa a nivel internacional de intermediación he de manifestar que mostramos nuestro más auténtico pesar por habernos visto involucrados en esta situación.

Desde DGN queremos transmitir las más sinceros disculpas a todos aquellos clientes que hayan podido sufrir algún tipo de alteración o perjuicio con motivo de la efectiva puesta en marcha de la encomienda contenida en la carta firmada por la presunta Sra. D.


* P: No puedo creer que se dejen engañar. Son suyas. Todas. Es ella. Incluso su negación final lo hace más revelador. Es ella, sí, en estado puro...


* D: Ocurrió así, como por casualidad. Recibí una carta en mi buzón y descubrí un trazo muy familiar. Advertí la firma y, siguiendo una costumbre muy antigua, postergué su lectura para el final del día. Luego, llegaron las noticias de los periódicos y me decidí a esconderla, sin leer, en una caja de madera que contiene recuerdos. Juraría que era obra de D. Lo juraría. Pero mi ánimo es incapaz de visitar el contenido de esa caja de madera. Es demasiado difícil para mí. Espero que sepan entenderlo. Espero que, cuanto menos, respeten mi decisión.


* SH: Las escribió aquí, mientras saboreaba uno de nuestros nuevos platos de cocina iraní. Recuerdo que lo acompañó con sendas botellas de vino. ¿Eh? Sí, creo que francés... Podría confirmárselo si lo desea. No, ¿cómo?... Sí, bueno, esa noche teníamos poca clientela, tenga en cuenta que era lunes... y, además, ella solicitó una mesa muy apartada.


* VD: El revuelo causado me parece intolerable... sea como fuere.


Puede que ustedes no otorguen importancia a la verdadera autoría de esos folios que recibieron.

Puede que su contenido difiera del que obra ante mis ojos, del que quedaba grabado en la carta que me fue enviada.


Puede, incluso, que ni esos cuatros ojos se formulen pregunta alguna.

EL SONIDO DE LAS CUMBRES


Me fue impuesta una pena que no aparecía en los manuales.

Conformé mis intereses con el Azar, en una diabólica composición a la que mi letrado defensor se permitió el lujo de no comparecer.

Aquella sentencia no la redactó su Señoría (togada).

Y la Policía ha dejado de perseguir mi pista, porque el único reproche que me imputarían sería no dejar de pensarte... y no mentir ni en las desaforadas conversaciones de barras de bar y nocturnidad.

El atractivo de lo marginal es su carácter incomprensible, paradójico, alejado de la normalidad de los formularios y los convencionalismos.

Por eso, los carteros caminan extrañados a mi buzón, añorando esas cartas con remites pespunteados de iniciales escarlatas y mayúsculas en bastardilla, de un pretendido anonimato... tras las que se advertía un inagotable manantial de episodios y aventuras.

La antediluviana capa negra que adquirí a un anticuario de Estambul reposa en el más apartado rincón de un ayuno vestidor.

Los diamantes robados adornan dedos y cuellos que jamás competirán en gracilidad y sutilidad con el cadencioso pisar de tus pies diminutos... mientras la torre de babel de tu cuerpo, que transmite mensajes velados, se dirige al reposo del apartamiento (que no es pieza, pero sí lugar).

Releo esas páginas selladas por una autoridad que me supera y advierto que el Fallo ya me ha provocado un estrepitoso equívoco.

Alterar el orden de las sílabas es algo más que un pecado venial.

Los silencios habitan los parajes del infortunio y la desesperación.

Hay cimas que, como las sirenas, chillan una cantinela que ambicionas recibir desde sus cumbres.

Pero la sentencia dictó alejamiento temporal y olvidé el juego del sistema de recursos.

Quedan las imágenes y los recuerdos, algunos empapados de agua llovida.

Y las ganas de gritar... en tu cumbre.

06 febrero, 2010

(SOLO) VIEJAS PREGUNTAS


"Por ejemplo, podría no haber dicho absolutamente nada de usted; me habría impedido entonces la felicidad de conocerla y, lo que es más importante aún que una felicidad, me habría impedido ponerme de ese modo a prueba. Por eso no se atrevió a ocultarme nada". Cartas a Milena. Franz Kafka.


¿Quién grita desde la ventana en esta fría madrugada?

Las imágenes se suceden a una velocidad de vértigo.

El manicomio colgó el cartel de cerrado.

El viento ha arrancado las señales de peligro.

¿Quién grita desde la ventana del infierno?

Nada impide amenazar con la peor de las tragedias.

El azar perfiló siluetas de terror en cada una de las seis caras del dado.

Cierto individuo inquiere, con una perturbadora mirada, la filiación del finado.

¿Quién grita al borde del precipicio?

Hubiese quemado todas las cartas enviadas.

El martillo debió golpear con mayor vigor la esfera del reloj.

El silencio y la lejanía son más certeros en su capacidad de herir que los puñales recién afilados.

¿Quién grita en la delgada línea de la vigilia?

La osadía de las revelaciones es... simple, y puramente, osadía.

Las desgastadas e inútiles tiras rotas duermen un reparador sueño de recuerdos y memorias.

Los cócteles se sirven con aromas florales.

¿Quién grita?

¿Quién vence sus temores?

¿Quién grita?

¿Quién baila una danza de temple siguiendo el estricto compás del diapasón?

¿Quién?

05 febrero, 2010

ALGUIEN


He mirado al cielo.

No sé aprehenderte.

Barajé las cartas

Dibujé mis iniciales asumidas en una misiva perdida (y anónima).

Ahora escucho canciones populares que hablan del devenir temporal.

Llueve.

También lo hacía durante esta mañana.

Y, sin embargo, mis letras edulcoraron mis sentimientos.

La luz se apagó mientras me afeitaba.

Todo sucede muy deprisa.

No obstante, recuerdo todos los segundos.

El resto es mentira.

Es curioso, las calles se bifurcan.

Y, bajo el paraguas, parece descabellado mirar hacia atrás.

Varios minutos antes me imaginé sonriendo.

Pero mis pies temblaban...

Y esa pretendida seguridad abrazaba al pánico...

Leí diez páginas de ese esperado libro que, sin embargo, arrastra una historia interior que le persigue y lo ensombrece.

Al unísono me parece recibir la entonación de una canción infantil.

¿Por qué no me preocupó girar la cabeza mientras caminaba sobre mojado?

Acaso los aviones no siguen volando.

Veinticuatro horas son solo un día.

Y tres minutos de escapismo significan, también, un día.

Cené con palillos orientales.

Y volví a casa sufriendo y causando estragos.

¿Alguien, maldita sea, sabría revelarme el significado de esos breves círculos consecutivos?

¿Alguien?

04 febrero, 2010

CORREO ELECTRÓNICO


------------------------------------------------------------------------------
Von: emc@hotmail.com
Gesendet: Samstag 14 Februar 2010 23:59:59 +0200
An: ???@gmail.com
Cc: emc@hotmail.com
Betreff: Nuestro San Valentín
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Pensé, guiado por esa irremediable sensación de fatalismo que me persigue durante los últimos días, que la conexión WI-FI del hotel del Baumgarten (distrito XIV de Viena) desde el que te escribo no funcionaría (quizá hubiese resultado mejor así).

Las gaviotas no vuelan por el inmaculado cielo de este suburbio de la Baja Viena, y, sin embargo, aún no he conseguido arrojar de mis oídos el estridente chillido de aquéllas que nos acompañaron la noche en la que volviste tu cara a mi horror.

Aturdido y completamente ebrio (continúo sin superar mi fobia a volar), llegué hasta este lugar en busca de la casa donde nació el artista que siempre te fascinó. Puedes considerarlo como una especie de homenaje o, simplemente, una marginalidad (mía) más.

Te sorprendería conocer que su casa fue derruida y que, en su lugar, levantaron un edificio antipático e impersonal de viviendas unifamiliares, el cual, a buen seguro, encontraría mejor acomodo en el infame asfalto de tu recurrente Madrid (la única ciudad capaz de actuar como la más adictiva y catastrófica de las drogas).

Mientras paseaba de vuelta hacia el hotel, me llamó la atención una figura que deambulaba por la acera lentamente. Era un hombre desaseado, cubierto por recios y sucios ropajes, y que acogía en su regazo a un gato maloliente. Su desaliño le hacía aparentar una edad más avanzada de la que realmente debiera tener.

Me miró a los ojos y tras un doloroso temblor, como en un quejumbroso crujido, me espetó: “deberías poder sobrevivir sin su amor”.

Hoy, o cuando quiera que leas esta (mi última) confesión, espero que seas muy feliz y que entiendas porque mi cuerpo duerme ahora el sueño final, mientras la sangre aún resbala por el brazo que acogió la mezcla de polvo blanco y marrón.

Si sirve de consuelo, en el baúl que guardaba mis viejos enseres, sí, aquel que dormía a cielo descubierto en la terraza, permanece escondida una lámina de Klimt, enmarcada, esperando ocupar el lugar en tu corazón que yo no acerté a llenar.

Tuyo (que lo fui).

S.

01 febrero, 2010

EL CUERPO AHOGADO




Permítanme que les narre una historia.

Les advierto, de antemano, que no tendrá un final al uso.

No encontrarán un desenlace que pudiera concluir o culminar la manida sucesión de planteamiento y nudo.

De hecho, el final de la historia no reviste, al menos por ahora, importancia alguna.

Es más, quizá ni lo que sucede en la misma secuencia es relevante, salvo, posiblemente, como contrapunto a lo que, por su causa, resulta imposible de acontecer.

Como suele ser habitual, los personajes (principales) se muestran ajenos a lo que podría suceder e, incluso, a lo que está ocurriendo unos cuantos metros más allá, fuera de su limitada, por humana percepción.

Obviamente, los secundarios ni tan siquiera se plantean la gravedad de lo que pasa.

Sin embargo, mientras viven (los principales), sus pensamientos no pueden apartarse de esa realidad que existe, pero se les escapa por momentos.

A. pasea junto a una mujer por una concurrida calle en la que las luces de los comercios le enceguecen.

Aunque sus palabras confluyen en la conversación con la de su acompañante, sus pensamientos visitan otros lugares.

B. intenta mantener una diatriba insostenible, y quizá excesivamente acelerada, sobre algún tema de rabiosa actualidad.

A pesar de imprimir todos sus esfuerzos, el hilo de la charla hace tiempo que le sobrepasó. En su interior, estima que algo le ronda la cabeza y la desequilibra.

A.no puede parar de pensar en B.

B. piensa en...

Bueno, ya saben, al igual que los designios divinos, los pensamientos de esas mujeres tan especiales son francamente inescrutables.

Los cuatro caminan.

En la piscina situada en el ático del hotel, un cuerpo permanece ahogado entre el agua congelada.

A. miente al responder una pregunta que, a bocajarro, le dispara la mujer que camina a su lado.

Y, sin embargo, en su fuero interno considera que está abrazando a la honestidad.

B. ha sonreído y, al instante, ha sentido como si un recuerdo la devolviera a otro escenario...

Piensa en barreras, en obstáculos, en imposibilidades... y en su pertinaz incapacidad para resolver sudokus. Es incierta, pero es una forma más poética de su recurrente práctica de plantear preguntas y eludir contestarlas.

A.comprueba su reloj.

B. lanza su mirada al cielo.

Pasean, separados, a buen seguro, por unos pocos edificios.

Es indiferente que en el ático de uno de ellos un cadáver congelado sonría con una mueca demoníaca.

Es domingo, los niños juegan con sus globos, encorsetados en abrigos y bufandas.

A. se despide de esa mujer.

B., tras lanzar un rápido adiós, enfila hacia su casa.

El rigor climático continúa haciendo añicos sus sueños.

A. desgarra una hoja manuscrita.

B. elude ciertos compromisos pendientes.

El hombre y la mujer que acompañaron a A. y B. estiman que tienen oportunidades.

A. y B. divagan, ensimismados, respecto de sus oportunidades.

En Madrid, la noche vuelve a presentar un viento frío.