30 diciembre, 2009

EL PERRO AHORCADO


Hay personas para las que, quizá, nunca significaste nada... pero para las que, seguro, a día de hoy, ya no significas nada.


Y conviene, por tu propia integridad y salud mental, que no pienses, ni abordes demasiado los instantes que dedicaste a su elogio e inquietud.


El mundo degusta sopas de aleta de tiburón desconociendo su verdadera procedencia.


Y sonríen... ellos... sí, confiados en ese mañana que, solo quizá, no se verá asolado por el apagón.


Y desconocen que, en el lugar más insospechado, el oro y la plata zigzaguean en una eventual carrera hacia el mar en el que las olas baten enfurecidas.


Los pescadores susurran una vieja anécdota que involucra la desaparición de un collar de perlas con el repentino descubrimiento de un galgo ahorcado, y abierto en canal, de las ramas de un nogal, en la sien izquierda de la vereda.


Nadie ahonda buscando una explicación para tan truculentos sucesos.


Ninguno se adentra en la boca del precipicio para inquietar a las criaturas del mal.


Silencios y susurros entrecortados.


Con puntualidad suiza, la vieja viuda acude al tercer banco de la fila de la iglesia, y rodeada de penumbra y memoria, bisbisea oraciones que se escapan por su mellada dentadura.


Ayer, como en un súbito olvido, del bolsillo izquierdo de su vestido negro, cayó al suelo un pañuelo blanco de encaje que la mujer pareció no apreciar.


Cuando el párroco repasaba la iglesia antes de cerrar sus puertas en la noche, tomó el pañuelo del suelo y, horrorizado, comprobó que estaba marcado con el triple seis.


Por la cristalera del altar mayor, con un pavoroso ruido de quebranto, un murciélago accedía al templo, revoloteando entre los confesionarios y las capillas.


Un viajero se arrebuja entre las sucias e inhóspitas sábanas de la cama de la posada que alquiló.


El pueblo es frío y silencioso, como una pista de hielo natural en mitad de la tundra, en mitad de ninguna parte.


Ha colocado, con mimo, un puñal bajo los cojines que le sirven de almohada, para que su sueño sea más tranquilo, para que su vigilia parezca más segura.


Las gárgolas del edificio sonríen entre ellas, inquiriendo al galgo para que acceda por la ventana del huésped y le arranque, a dentelladas, hasta el último hálito de vida.


Mientras, los pescadores ultiman los aparejos para su cotidiano afanar, rememorando las historias y aventuras de aquel ballenero... pero con la mente puesta en la inquietud que les provoca la imagen de un perro flaco ahorcado y bamboleante a merced del soplo del viento.

MIS GAVIOTAS


Por algún detalle, más o menos mágico, las golondrinas vuelan, capicúas, hacia tu ventana.

Todo parece ocurrir con normalidad mientras Cuenca se pega un tiro esperando que la policía descubra quién decapitó a esa mujer cuya cabeza descansa en el lavabo.

Mientras las palabras no dichas hieren y asolan como los misiles del día de Navidad, los estadios cerrados aplauden el ondear de las banderas que las hinchadas dejaron en la platea.

El escapista ha olvidado sus mejores trucos y su hombro dislocado le recuerda, con insoportables pinchazos, que el calendario ya no habla de primaveras de paseos por jardines floridos.

Has escrito con silencio y lágrimas la ruta de la que no cabe retorno, has abierto la puerta a los fantasmas que, en perfecta estantigua, han caminado sobre las velas de las tartas de cumpleaños que aún restaban por soplar.

El aprendiz de soñador relata en su cuaderno la historia escondida de las cajas de pizza individuales que se lanzan a la basura tras la noche de un viernes de programas de televisión.

Las gaviotas picotean las enredaderas del barrio pescador.

El viento ha firmado un armisticio en su guerra contra el sol.

Los billetes de tren que guardo en mi cartera son para fechas ya pasadas... y mi memoria no alcanza a recordar haber visitado los destinos que señalan.

Mis amigos me informan que el cielo se abrió sobre Nazareth.

Y mis mapas están escritos en un idioma que jamás supe traducir.

Hace varios siglos que decidí que estaba viviendo fuera de mi propio siglo (que es cualquier siglo).

Sobre mi escritorio hay contratos que no voy a firmar. Sellos de lugares recónditos y ajenos. Un puñal antiguo.

Y un charco de lágrimas del que las gaviotas discuten su propiedad.

23 diciembre, 2009

QUERER, DESEO Y ESPERANZA DEL AHORA


Quisiera conseguir que la oscuridad penetre mi lenguaje.

Desearía que las palabras confundieran mi sentimiento.

Esperaría obtener una respuesta del viento.

Ahora que mis labios se perfuman con aceites regalados.


Quisiera dormir al lado del cuerpo que deseo.

Desearía escuchar su respiración entrecortada por el frío.

Esperaría sus impuntualidades como agujas que alfiletearían mi existir.

Ahora que mis puños se aprietan porque no te tengo.


Quisiera descansar en un lecho de pétalos de flores secas y regaladas.

Desearía sentir el pulso de tu corazón acelerado en mi pecho.

Esperaría los siglos que me robaron los vampiros para acudir a tu presencia.

Ahora que mis miedos pasean por las calles empapadas de hojas caídas.


Quisiera obligar a que el Destino mezclase de nuevo los naipes.

Desearía que, por una vez, en esta historia mi mano fuera la ganadora.

Esperaría que las musas me visitaran para dedicarte la palabra más bella.

Ahora que la noche me golpea con sus rigores y soledades.


Quisiera recordar todos los instantes vividos.

Desearía que los relojes se detuvieran en esos segundos compartidos.

Esperaría otro vuelo si tus mensajes anunciaran tu llegada.

Ahora que una palabra tuya puede resquebrajar mi entereza.


Quisiera que escuchases estas palabras susurradas en tu oído.

Desearía que la brillantez de tu pelo me perteneciese.

Esperaría agotar las reservas de mi elegancia, en esta plaza de armas.

Ahora que las canciones de R. se repiten una y otra vez.

Ahora que Beltrán Leyva descansa en Culiacán.

18 diciembre, 2009

MORDISCOS


El mendigo apura el bocadillo mordisqueado que un inquieto arquitecto dejó a medias en la bandeja del restaurante de comida rápida.

La ciudad está cubierta de nieve.

El viento sopla racheado e impide que los paraguas mantengan su rectitud.

En Rhode Island, el guitarrista está sellando con el diablo el pacto de la eterna juventud, mientras la sangre corre por su brazo y desanuda la goma elástica que le oprime el antebrazo.

En el suelo, desparramados, sin orden, varios libros de poesía subrayados y con anotaciones marginales...

También los restos de una manzana que se oxidan y aventuran un pésimo final.

Tres púas negras, un folio de cuadros garabateado hasta su mitad, el naufragio de una canción.

En Londres, hoy se cumple el sexto mes sin llover.

Las máscaras duermen en los baúles de Venecia.

Las cadenas, signo del embargo, atenazan los postigos de las puertas de los cabarets de Amsterdam.

El mendigo, tranquilo, absorto, flotando en una nube de ansiolíticos y alcohol, recita, en voz baja, la letra de un himno militar (extranjero).

Los viejos del lugar fueron los únicos que entendieron que, antes de encontrar el tesoro escondido, convenía comenzar la búsqueda de los planos que los descubrían.

En los aeropuertos, los bebés entonan una sinfonía de llantos acompasada que los viajero, atentos a los paneles, confunden con el hilo musical.

Las recepcionistas de los hoteles ya no anuncian las maravillas de la estancia.

Los taxistas eligen la ruta más corta para cubrir el trayecto solicitado.

La nieve ha cubierto la ciudad, pero los niños no corrieron hasta sus plazas para construir diabólicos muñecos, rematados con sombreros y aderezados con escobas y bufandas.

Todo es ajeno desde que escribiste una nota de despedida y la trenzaste, con filigrana y astucia, a los ribetes de la almohada.

A la guía de viajes se le cayeron varias páginas... y, sospechosamente, las fotografías se despegaron del álbum.

Alguien me refirió que, en Londres, había salido el sol...

Y yo prefiero arrancarme la realidad a mordiscos, robados de un emparedado obsoleto y olvidado.

15 diciembre, 2009

TIRADA DE DADOS


Toute penseé émte un Coup de Dés. Stéphane Mallarmé.


Es curioso, jamás pensé que el sonido de los dados provocara este enorme temblor.

Los poliedros coquetean con el viento, mientras ululan un tintineo cargado de achaques azarosos...

Y pavor.

El viejo Stephane se ha revuelto en su tumba, arañando con los dientes el fieltro que recubre su más eterna morada.

¿Qué pensar cuando, de antemano, la suma será insuficiente para seguir (que no siempre es continuar hacia adelante)?

Más de cien años después, el filósofo hojea el texto de las entrevistas concedidas... Y mataría por haber guardado el más sepulcral de los silencios. Y, se sorprende, porque reconoce, en los más íntimo de su pensamiento, un, hasta ahora, velado instinto asesino.

Los dados siempre rebotan... para caer, para posarse, para pasar.

Viví un día en el que tuvieron cobijo las cuatro estaciones... y sobreviví.

Encumbré al altar de la especialidad lo anecdótico... y desmayé, presa de la desesperación de tu ausencia.

De fondo, y aunque pudiera resultar utópico, los duendes agitan un gigantesco cubilete de dados con puntos erosionados y gastados...

Como las líneas que el agotamiento y el ansia perfilaron en el arco de mis ojos.

No creo en el futuro que me empeñé en detallar entre metáforas y circunloquios... pero mataré, como el filósofo, por superar todos los obstáculos, por remontar la corriente del río, por resquebrajar los confines de lo previamente asentado.

Desconfiaba del batir de esos dados que, entre púrpura y escarlata, motivaron un mañana sin noticias de ayer.

Cuando los cubos descendían por la pendiente del arco iris de color, algún avión tomaba tierra en la tierra del azar...

Y los pensamientos florecían.

Y las rosas se secaban sin morir.

Y los dados ahogaban mi suerte en el mar de un archipiélago en el que los colores del arco iris bailaban un bello minué con los copos de nieve.

12 diciembre, 2009

EL JUEGO DEL ESCONDITE


He pronunciado un conjuro entre las tapas ajadas del libro que no voy a leer, entre el polvo pegajoso e histórico de esta antigua librería...

Hoy no voy a soltar mis cartas encima del tapete.

Hoy no dejaré que leas lo que has aprendido a creer.


Ayer naufragué en un antediluviano café de tertulias prestadas y meretrices de lujo, del delta de Venus ausente, de sueños edulcorados con calientes bocados de pecado.

Ayer visité labios albicelestes y recorrí oscuridades iluminadas por las luces de los camiones de basura.

Cuando el whisky abandonó mi sangre y el concierto comenzó en las debilitadas sienes, sospeché que mis mayores sueños dormirían el letargo de la ilusión de poder leer en la misa de mi funeral.


La brújula de mis principios señala un norte cuyo rumbo desearía poder emprender con firmeza.

El mapa se ha quedado doblado, dejando ver una trinchera de distancia y epitafios en la ciudad de luces y vientos helados.


Yo, que esperaba que mis palabras bruñesen en tu piel algo más que arrugas y avatares temporales.

Yo, que me pierdo entre las voces de la madrugada y el tintineo de los hielos de las copas de balón vacías de licor.

Yo, que fui incapaz de releer el poema que me iluminó sobre la amargura.


Desde hace demasiado tiempo, siempre que quepa medida lógica en estos asuntos, la imagen de un viejo desharapado, que espera tumbado en la hamaca de su jardín amartillando una pistola, ronda mi cabeza.

Alerta, pero no nervioso, espera su oportunidad... y continúa haciéndolo, obviando los relojes y los calendarios.

La última vez me entregó una nota manuscrita que todavía no me atreví a abrir.


Ahora reposa en las tapas del libro que, como una condena, me repite que jamás tendré el espíritu envalentonado para concluirlo.

Y creo que la nota me aconsejaba terminar, al menos, un poema sin hablar de ti.


Pero, como dicen por ahí, soy habitual perdedor de apuestas y consejos.

ARMISTICIO


Para bien o para mal, esta fría noche, las palabras brotan con fluidez y honestidad.

He resquebrajado la cartulina de las fotografías de viajes pretéritos.

He olvidado los cánticos de antiguas sirenas.

Para bien o para mal, el viento que sopla en esta inquieta madrugada tan solo me habla de ti.


El teléfono avisa de llamadas que he evitado con disimulo.

El buzón de correo electrónico sobrepasa los límites de capacidad con mensajes que no voy a leer.

He firmado un armisticio con mi integridad.

He asesinado a los pequeños especímenes verdes que poblaban mi escritorio.


Y he vuelto a divagar.

He retornado a composiciones que dormían en el vacío de los archivos escondidos de la vieja computadora.


La mujer que anuncia el tiempo atmosférico refiere, con sonrisa artificial, una aluvión de borrascas.

La Bolsa de Nueva York caerá varios puntos durante la próxima semana.

Pero todas las noticias son irrelevantes cuando sueño tu cara dormida en mis hombros.

Las hecatombes mundiales ocupan apenas un suelto al imaginar tu sonrisa entre apertura y cierre de puertas acristaladas.


Me arrepentiré, un segundo después de teclear su publicación, de haber permitido que estas palabras vean la luz.

Y las tormentas golpearán mi interior pensando que hubiera sido más oportuno reformular mis agasajos.


Hoy he vuelto a divagar.

Para bien o para mal.

En esta fría noche.

06 diciembre, 2009

EL ANILLO


Acudí a un viejo anticuario que me miró con aire desconfiado.

La tienda, convenientemente oscura e iluminada apenas con una viuda bombilla colgada del techo, crujía al sentir el peso de mis pasos en su enmaderado suelo.

- Me permite unos minutos -pregunté con entonación descreída.

El viejo se impulsó con las manos en los brazos de la tumbona, colocó sus lentes y extrajo un pañuelo de tela del bolsillo derecho de su chaleco.

- Iba a cerrar ahora mismo, joven- repuso.

- Confíe en mí, serán solo unos minutos. Tengo algo que me gustaría que estudiara; me dijeron que era usted el anticuario más prestigioso de toda la ciudad.

El hombre agradeció la alabanza.

- No crea, joven, es oficio, nada más.

Era la segunda ocasión en la que utilizaba el tratamiento y creí advertir que en el mismo existía un indudable interés de distancia.

- Le seré franco, vengo buscando una historia...- comencé.

- Aquí, joven, vendemos antigüedades, no relatos -matizó con una sequedad excesiva.

Extraje el anillo del interior de mi chaqueta y lo coloqué, con mimo, sobre un pañuelo de terciopelo violeta.

- Podrá observar que se trata de una pieza única. El método de engastado de las piedras es, salvo que su mejor y más autorizado criterio me corrija, tan antiguo que ya ha caído en desuso en la joyería moderna.

El hombre avanzó con solemnidad, como atraído por la joya, e hizo un leve gesto, solicitando permiso para poder tocarlo, antes de sonreír casi imperceptiblemente.

- En lo técnico, lleva razón, joven.

- ¿Sabría decirme de qué lugar proviene el anillo?

El anticuario volvió a su escritorio, se colocó un anteojo de aumento y dejó que el silencio se apoderase de la situación.

- Usted dijo que venía buscando una historia, ¿verdad?.

Asentí, inquieto, y llevando mi mano a la barbilla.

- Temo que no le podré ser de demasiada ayuda.

- Lógicamente le satisfaré el precio que usted considere por este encargo, si es eso lo que le preocupa. Por el amor de Dios, no sea modesto...

Volvió a depositar, con sumo cuidado, el anillo sobre el terciopelo violeta y se colocó las mangas de su camisa blanca, que antes reposaban enrrolladas en sus codos, abotonándose...

- Mi muy joven amigo, usted y yo sabemos que su propósito no puede cumplirse.

El mensaje era ambiguo y enigmático.

- Guárdelo, por favor, y déjeme reposar. Soy un hombre viejo que ya no desea verse envuelto en este tipo de aventuras.

El hombre me dio la espalda y se concentró en arreglar una preciosa y antiquísima bicicleta de hierro forjado.

- Discúlpeme si le importuné.

Giré mis talones y me dispuse a marchar.

Caminé hasta la puerta, la entreabrí y el tintineo de la campana de la entrada casi ahogó la voz del anticuario.

- Usted busca la historia antigua de un viejo anillo para anudarla a su deseo, a su propósito, a su sueño...

El hombre monologaba sin separar la vista de su reparación.

- Y, ¿sabe algo, joven?

Dudé en responder.

- Si algún día quiere conocer la historia pasada de ese anillo, haga como con la futura...

Golpeó la mesa con fiereza.

- Trate de escribirla. Vívala...


IRREALIDAD


Imagina que el agua que cae en la calle no moja.

Imagina que no llueve.

Vive en la irrealidad.

Tras varias noches sin dormir, el músico entendió concluida su obra maestra y dedicó todas las composiciones a la mujer perdida.

La recuperó, haciendo uso de temas que, sin embargo, no habían sido inspirados por su existencia.

Y la volvió a perder, envuelto en volutas de denso humo y naufragando en las revueltas olas del licor.

Viviendo, en todo momento, en la irrealidad.

El sonido de la comunicación se cortó, de repente, pero no casualmente.

El repetitivo y monótono pitido constituía toda (y única) respuesta.

Supuso que jamás escucharía su voz de nuevo.

Y entonces percibió que las palabras escuchadas no eran del tono pasado.

Y escuchó una irrealidad, una vaga sensación de impotencia.

Cuando penetraba con violencia al monstruo, su mente caminaba por las hojas del informe que se había negado a suscribir.

Curiosamente, una larga gota de sangre del monstruo recorría su blanquecina pierna derecha.

Y el orgasmo le sorprendió tarareando una vieja canción de Tom Waits.

Una música que provenía de las más dudosas dunas de la irrealidad.

La película comenzó tras el trailer de un documental sobre el fervor religioso en Sevilla.

Un brazo rodeó su cuello y acarició, muy lentamente, la parte interior de su femenino brazo, moteado de lunares.

Y buscó los labios con los suyos, besando la irrealidad, saboreando la fresca ternura de lo onírico.

Dejó que la repentina conversación fluyera entre los comensales, sin participar, aislándose de los vericuetos legales esgrimidos por unos y otros.

Dirigió su mirada a los negros ojos, inanes, del gigantesco carabinero que esperaba ser pasto de la voracidad de los hombres de empresa.

Le preguntó sobre la respuesta y no encontró más que silencio e incomprensión.

Y todo era irrealidad.

Se imaginó vestido con las ropas de algunas de sus compañeras (de mesa)...

Apresada la espalada entre las férreas correas del sujetador.

Rememoró la película de Ed Wood...

Y recuperó el sabor de la irrealidad.

El estúpido dolor, insoportable, que genera la visión imaginada de un abrazo, de madrugada, compartido entre sábanas extrañas.

04 diciembre, 2009

SUCIA MADRUGADA


Puede que el sueño me venciera.

Puede que, si el insomnio me derrotó, sea porque tu rostro me persigue.

Puede que no sirva de nada.

Pero mis palabras volvieron a inspirarse pensando en ti...

En esta sucia madrugada.

03 diciembre, 2009

RECORTE DE PESADILLAS


Desconozco si alguno de ustedes escuchó el sonido del pánico.

Hay voces de extrarradio que ajustan su tono al propio del terror.

Mi viejo caballero medieval rompió su escudo, al errar, desconcertado, por un mundo desolado por la falta de honestidad.

Un escritor, presa del odio ante el olvido de las musas, arrancó las páginas de su último poemario, mientras el diario de la mañana crepitaba en el fuego de la hoguera avivado por su propio existir.

El ejecutivo de alto prestigio y reconocimiento maldijo la inoportuna llamada que provocó que dejara olvidada su antediluviana agenda de bolsillo en la chaqueta de ayer.

Hace varios años, el perfumero de la esquina decidió que aquella era una noche tan apropiada como cualquier otra para ingerir, masivamente, el contenido de las probetas con su última, y póstuma, creación.

Ya nunca llueve a gusto de todos.

De hecho, ya nunca llueve.

El azar que gobierna el Mundo continúa jugándose en mesas para las que, desafortunadamente, nunca me cursan la preceptiva invitación.

Y, sin embargo, sonrío al percatarme del estúpido hecho de que me mantengo preocupado cuando la dependiente de la joyería no me despide al marcharme.

A lo lejos, escucho el sonido de trompetas que anuncian alguna debacle, presumiblemente, ajena.

Del recuerdo que guardo de mis últimas pesadillas, empatizo, en mayor medida, con el grupo de novias zombies que corren tras un aterrorizado sapo.

Por alguna insondable razón que ni me atrevo a presumir, hoy mi almohada olía a ti.

A lo lejos, como suele ser habitual, el sonido del pánico parecía una celestial orquesta de trompetas que afinaban en do sostenido.

¿Recuerdas cómo acababa aquella canción que consideraste que nos unió para siempre?

Sorprendentemente, ha comenzado a llover.

30 noviembre, 2009

LA VOZ


Les mintió.

Durante mucho tiempo.

Pero ellos no quisieron poner en duda sus palabras.

O, al menos, confiaron en esa aterciopelada voz que, noche tras noches, les acompañaba mientras conducían.

Todos, de un modo un otro, dudaban, pero mantenían su temor escondido, en lo más profundo, dejando que las charlas fluyeran sobre la bondad del espíritu de ese sonido que cada noche, irremediablemente, refería esas bellísimas historias por la emisora.

Les mintió.

Ahora, los reportajes construidos a posteriori hablarán de estafa, de engaño, de la creencia inusitada del ser humano en las historias de hadas, en aquellas confabulaciones que podrían servir para una película del sábado por la tarde (acompañada de la inevitable somnolencia y la manta de invierno).

Pero ellos, ésos que esconden su valentía en las iniciales del pie de firma, también mienten, porque, en su fuero interno, desconocen cómo pudieron dejar escapar la noticia antes de que estallara con estrépito. Y, en este momento, tan solo conocen el camino de la estrategia estilística, el manido recurso de vaticinar lo ya sucedido.

Ahora, las autopistas se han vaciado de camiones, porque sus conductores prefieren no recordar las interminables noches acompañados y, por el contrario, rumian la tristeza y el rencor del engaño en las literas de la cabina de su camión o entre las piernas de alguna meretriz previamente acordada.

Les mintió. Sí. Maldita sea.

Durante mucho tiempo, esa voz contaba, con prodigios cadencia, historias de tiempos pasados que concluían, inalterablemente, en un mensaje de apoyo y paz que hacía que la ruta nocturna se adivinara menos dura, más transitable, más humana.

El rigor de la soledad es insoportable cuando el único color es el de las luces que golpea en la frente.

Les mintió. No lo olviden. A todos.

Algunos pavonean, rodeados de botellines vacíos de cerveza, que no fueron engañados o, en su caso, que lo hicieron a sabiendas de que había gato encerrado.

Como siempre, todos mienten.

Ninguno dudó, aquella noche en la que la nieve pigmentaba de blanco las calzadas, que si la voz reclamaba una aportación económica para un viejo enfermo de Teherán, aquejado de la dolencia más insospechada y desconocida, era para un fin completamente legítimo y loable.

Nadie dudó. No les crean.

Ninguno sintió resquemor al comprobar la extraña numeración de la cuenta corriente facilitada.

Ninguno.

Ahora, todos mienten.

Como la voz.

29 noviembre, 2009

ÓRDAGOS


Esta noche, con el repentino reencuentro con el frío, he visto a las parejas pasear, abrazadas, sentado al velador de esta cafetería que conocí en mis años de Universidad.

No me pareció irracional buscar una luz al fondo de la calle y, sin embargo, las farolas estaban, todas, fundidas.

Un duende vestido de verde anunció la llegada del invierno y, sonriendo, mintió sobre el contenido de mis sentimientos.

Años antes, aguardé en la parada hasta que el autobús urbano se detuvo, empapando mis pantalones al pisar el charco lleno de barro.

Las primeras luces brillaban en las largas avenidas que repetían, descarnadamente, tu nombre entre las nubes.

Los niños tiraban de las mangas de sus padres ante los iluminados escaparates que ofrecían un cúmulo inabarcable de juguetes.

Madrid es una inhóspita habitación de hospital a la que no llegan las curas diarias.

Diez años atrás, en esta misma cafetería, arriesgué mi asignación semanal en una jugada de naipes que, de antemano, sabía que no iba a funcionar.

Hoy, diez años después, aún continúo manteniendo esa postura arrogante y desconfiada ante la realidad, esa pose de ganador del que, sin embargo, conoce que su mano será ampliamente vencida.

El mismo mendigo de una década atrás mantiene su caja de cartón en el suelo implorando caridad.

Y, como en la canción, deseo que no me llames cariño, porque la caridad es una actuación que, en el fondo, derrota al amor.

He dejado un billete en la mesa y he salido a caminar.

Sin rumbo fijo.

Esperando una palabra, una decisión que, sin lugar a dudas, no va a llegar.

Y, en todo caso, como en aquel órdago de la pretérita partida de cartas, mi rostro quiere denotar seguridad y confianza ante el horror de una posible negativa.

23 noviembre, 2009

EXTRACTOS


De las notas extraídas del diario de S.

La mancha en el empeine izquierdo parecía una gota de sangre que discurriera, lentamente, buscando el suelo.

Desde cerca, a escasos centímetros, podía observarse que era un tatuaje ínfimo, cortante, desgarrador... Aparentemente inofensivo.

Como ella.

En cualquier caso, B. conocía de sobra el efecto que aquel minúsculo borrón, ese estigma imaginario, causaba en esos instantes en los que el espacio desaparece ante el empuje de la pasión.


Del testimonio de JR.

Entiéndanme.

Yo no soy un hombre especialmente fetichista.

Bueno, hasta conocerla, no lo era.

Fue aquella visión...

Inesperada.

No sé... Nadie desnuda a una mujer y espera encontrar algo negro tan cerca de los dedos de sus pies.

El efecto fue inmediato... pero no sería capaz de explicárselo con palabras.

Desde entonces, he encontrado muchos tatuajes en el cuerpo de otras mujeres...

Y, quizá, eso sea lo importante.

En otras mujeres.


De la carta enviada por F. a M.

No parece una chica normal.

El resto nos desprendemos de nuestras chanclas y camisetas y nos tumbamos en las toallas, al sol, disfrutando del rumor de las olas en la playa.

Ella no...

Jamás se quitó sus zapatillas. Aunque todas le decíamos que en la arena era mucho más cómodo caminar descalza.

Se quedaba arrodillada, extendía su toalla, sacaba un libro y leía... ajena a todo.

Días después fue aquel horrible asesinato.


Noticia aparecida en el diario ***. Edición especial de la tarde (extracto)

El cuerpo de la joven apareció maniatado, arrodillado de cara al cabecero de la cama.

En las sábanas, se hallaron restos de semen.

Aunque no se ha podido conocer el texto íntegro, en la pared de la habitación se hallaba escrita una frase con caracteres cirílicos.

La Policía investiga los móviles del suceso, si bien las primeras pesquisas apuntan a un crimen pasional.


Letra de la canción **** del grupo **** (estribillo)

Ella era su reencarnación.

Su más fiel servidora.

Cantaba con la armonía de las sirenas.

Suspiraba con el aliento de los ángeles.

Me miró a los ojos.

Detuve mi visión en su pie.

Y todo sucedió.

Y todo sucedió...

De repente, todo sucedió...


Mensaje de texto enviado por *** a su hermano ***, a las 5 de la madrugada del día *** de noviembre de ***. De imposible recepción por un repentino error en el servicio de entrega.

No m kreers. La h vist. B. Es indudab. Tengo panik. M miró. Eso estb ayí. No era B. Xo tenía que ser B.


Informe de autopsia del Sr. ***. Páginas 4 a 5 (resumen).

Varón. Caucásico. 30 años de edad. Complexión fuerte.

Inexistencia de globo ocular derecho. Causa posible: Extirpación violenta.

Heridas inciso-contusas (en número de 29) en región dorso-lumbar.

Inexistencia del órgano reproductor masculino (pene y testículo derecho). Causa posible: Extirpación violenta.

Inexistencia de falanges segunda y tercera del dedo anular del pie izquierdo. Causa posible. Sección violenta.

No se advierten otras especialidades anatómicas.

Posible causa del deceso: Shock repentino. Aceleración del ritmo cardiovascular. Explosión del corazón (órgano) por motivo desconocido y científicamente inexplicable.


Susurros, en la noche, escuchados en el bosque de ***. Origen desconocido.

Yo ya no soy yo...

Crece.

He sentido el miedo.

Tu conjuro no funcionó.

Ellos han muerto.

Yo siento, ya, tu presencia.

Ven...

Ven a mí...

Yo ya no era yo...


Poema inconcluso. Encontrado en la habitación del Hotel ***, habitación número ***. Villa de ***.

Retornas.

Frágil, leve, sensual.

Siento la turgencia de tu efigie acercarse.

El aleve y vívido espíritu interior.

Violetas, ese perfume...

Y desnudas tus pies,

mientras me siento morir...

y matar...

22 noviembre, 2009

LAS OTRAS CREENCIAS


Conviene confiar en que *** esté viva... A pesar de las noticias de los diarios.

O, cuanto menos, conviene creer que lo está, que el agua no encharcó sus pulmones y que su corazón se sobrepuso a la falta de oxígeno.

Sea como fuere, ahora que los pájaros aletean entre las ramas nervudas de los árboles, el amargo sabor de la decepción mantiene su regusto en mis papilas (y en las pupilas).

Y sé, con el dolor de lo inevitable, que el sol de estos domingos que no compartimos no lucirá en futuros momentos.

Pero leo, como hace años, como aquellos atardeceres en los que desconocía el verdadero significado de "nosotros", al lado de la ventana, arrancando cierta luminiscencia a una tarde que acude con los primeros vientos racheados.

Conviene confiar en el futuro.

Acallar las palabras de ésos que avanzaron sin seguridad en sus pasos.

Conviene hacerlo...

O es irremediable, quizá.

En Beirut, una mujer escribe un poema diletante.

En Beijing, el asesino de las últimas noches engulle una hamburguesa pidiendo un sobre más de mostaza, con la mayor educación, a la camarera que le atiende.

En Lisboa, una anciana avanza de rodillas, intentando ascender la calle, mientras el tranvía pasa, obviándola, con su sonoro avance...

He sellado algunas cartas que no enviaré.

He roto cuatro poemas que escribí rememorando tu sonrisa.

He borrado de la memoria externa todos los archivos que contenían tu nombre y tus palabras.

He hecho todo eso... y he escuchado cinco veces la misma canción, hasta que el vecino golpeó en la puerta para quejarse del volumen.

Ahogué un grito en mitad de la noche y reprimí, con todas mis fuerzas, el aliento que me incitaba a escuchar tu voz.

He ojeado mis antiguas carpetas, intentando recuperar una frase de Panero sobre el inconveniente de haber nacido... y me sorprendí concluyendo que, a buen seguro, esa entrevista era de Cioran.

En la amalgama de padeceres, recibí tu envío... y, como en el resto de ocasiones pretéritas, formulé una súplica desatendida.

Sí, conviene confiar en que *** permanezca viva.

Continuar avivando la llama de la esperanza.

Protegerla del daño que podrían causarle los rayos de un sol inesperado de invierno que deja paso al cortante frío del viento de la tarde crepuscular.

Conviene confiar en que el agua continúe cayendo...


PROBABILIDADES


Puede que la lluvia que escuchas tras los cristales no sea para ti...

Puede que el viento que ulula en la noche no resulte de tu predicamento...

Puede que, entre las luces estroboscópicas, adivines rostros relevantes, que no son nada...

Puede que los mensajes que recibes en tu teléfono móvil no signifiquen lo más mínimo...

Puede que no entiendas su preocupaciones cuando habla, entrecortada, en el rumor de la noche...

Puede, incluso, que sus cuitas motiven tu desesperación e incomodad... Puede...

Puede que susurres su nombre, velado, mientras importunas tu sueño en continuas y ansiosas revueltas...

Puede que desesperes imaginando su cuerpo tendido junto a esa pesada losa que es la insalvable habitualidad...

Puede que odies el calor dejado entre las sábanas por ese bulto que, tiempo ha, dejó de ser acogedor...

Puede que escribas en la madrugada para ahogar tus fantasmas en un océano de literaturas...

Puede que, mañana, al despertar, preguntes sobre tu ataque de integridad en la oscuridad tumultuaria de la música...

Puede que solo mantengas una esperanza vana...

Pero esa esperanza, aún pudiendo habitar en el mundo de la mera expectativa, alienta tu desgastado aguante...

Puede, sí, puede, que hasta el amanecer futuro...

Puede que hasta que tus ojos enseñoreen la ceguera...

Puede que hasta el instante en el que tu corazón sea incapaz de bombear el incontrolable, y continuo, torrente de amor.

15 noviembre, 2009

LOS PUÑALES DE TATIANA


A los efectos relevantes, si es que los hubiere, referiré que los hechos que a continuación relato no pueden ser fijados de una manera certera en el tiempo.

Si mi intuición y memoria no yerra, conocí a Tatiana L. (perdonen que haya inventado su nombre y enmascarado su apellido en una inicial ficticia) unos días más tarde de la victoria en el Campeonato del Mundo de Ciclismo de cierto deportista que, años después, me confesó haber ganado aquella competición gracias al consumo de sustancias prohibidas.

Se preguntarán cómo recuerdo el evento deportivo y olvido la fecha del calendario. Aparte de cierta rareza que mis más allegadas no dejan de celebrar (y que por no abotargarles resumiré en conectar los hechos de la vida cotidiana con sus coetáneos deportivos), la aparición de Tatiana coincidió con un episodio de queja vecinal tras el griterío y celebración de la referida victoria (guardo, por insustancial, el lanzamiento de cierta señal de tráfico por la ventana del inmueble y los evidentes estragos y confusión que motivó tal coyuntura).

Cometí el gravísimo error de enamorarme de T.L., tras nuestra segunda cita.

Usted concederá que las razones del corazón campan con holgura e indisciplina por lares dejados de la rectitud y la cordura.

Quizá concluya, no exento de razón, que caer en los avatares de una dama recién conocida es conducta temeraria.

Le aplaudo.

Hace unos quince años me concedieron un accésit en un premio literario por un ensayo con título "Enamorarse debería estar prohibido". El acta del jurado manifestaba la riqueza de las imágenes en él contenidas, especialmente el juego de la brillantez y las sensaciones, justificando su imposibilidad de victoria en el tratamiento cuasi misógino (?) del amor.

De la experiencia con T.L., podría haberse redactado un apéndice a dicho ensayo que multiplicara por mil su extensión y profundidad.

Huelga decir que, con Tatiana, como con cualquier mujer, de nada sirve lo previamente aprendido.

La primera vez que besé a T., en el cálido recoveco de una calle iluminada con luces anaranjadas, adiviné un bulto o presencia en su cintura, y, concluyendo que no podía tratarse del hueso de la cadera, naufragué en la disquisición de la longitud de la hoja de la navaja cuya empuñadura me saludaba.

El resto de la historia con T. puede resumirse en palabras breves y nada exageradas: pasión, desazón, nostalgias, ausencias, miedo y desolación.

A las anteriores sensaciones, pero el ejercicio lo reservo para ustedes, han de unirse estas otras: insomnio, locura, apariciones, retraimiento, aspiraciones y derrumbe.

Aderécenlo, si gustan, con el efecto conjugado del cansancio, el alcohol, el pesar de sus desapariciones, el puñal que clavan los celos y las imágenes soñadas de su cuerpo en otros brazos.

T. se marchó una noche de invierno.

Hoy sus ojos me visitan de nuevo.

He tratado de recuperar aquel adolescente ensayo, pero la memoria del ordenador no responde a mis peticiones.

Nada aprendí con el tiempo, salvo a reconocer la presencia de los puñales que anuncian tu propio, pero inevitable, final.

POR TI

Puede que aún sigas sin creer mi grito en esta madrugada.
Y es que nada tiene sentido sin ti.
Ahora que reprimí mis deseos de lanzar este mensaje a tu teléfono móvil.
Todo pierde encuadre cuando estás lejos.
En esta noche en la que escuché tu voz compartida en el oceáno febril de gargantas enfervorecidas.
El universo se enceguece mientras permaneces lejos.
Y la cortina de agua, suave, leve, me reveló que estaba lagrimeando por tu ausencia.
Y que mi vida carecería de sentido sin ti...
Cuando quiera que leas esta parte de mi corazón que se retrató, blanco sobre negro, continuaré asegurando que viviré, moriré y mataré por ti.

14 noviembre, 2009

LA NOTA


"Hauser miente...Se escapó y...En la frontera de Baviera...sobre el río...Me llamo MLO".


Hace mucho tiempo encontré a Kaspar Hauser.

Quizá sería más correcto decir el espíritu de KH, pero la rectitud importará poco en esta breve confesión.

Desde ese momento, guardé las dos líneas inspiradas al halo de su presencia en el bolsillo interior de mi chaqueta, a la espera de un nuevo manantial creativo... que parecía esquilmado.

No existen enigmas que resistan el paso del tiempo... y la erosión de la credulidad.

Acaricio el delgado tallo de la copa de vino blanco que me sirvieron con generosidad, y mientras la conversación deambula por parajes que me resultan ajenos, mi mente solo evoca tu rostro, tu sonrisa, tus ojos mirando el miedo a sus ojos...

Varias horas antes, con la alegría de un explorador que descubre el tesoro que buscaba cuando ya había perdido toda fe en el encuentro, el secreto de un asesinato se me reveló de súbito. Y, con una mezcla de repentina clarividencia y sobresalto, recité, para mí, las rimas de un epitafio.

Anoche, cuando retumbaban en mi corazón las vertiginosas corrientes de tu tristeza, me revolví en la cama para revelar mi más profunda verdad... Y palpé hacia los lados, y el milagro se obró, haciendo que la materia tornara en silencio, en soledad, en nada...

Cuando las horas refieren ser de una noche (y no de un día determinado), continúo escudriñando los vocablos para que adoptes con seriedad mi más íntima revelación.

Hace muchos años, en la plaza de Unschlitt, los vecinos de Nüremberg desconfiaban del aspecto de Kaspar.

Alguien, pasado el tiempo, asesinó al hombre que pretendía desvelar la verdadera de identidad de KH.

Y, como en las más oscuras intrigas, los secretos campan libremente ante los ojos de esos ciegos que confabulan abiertamente mientras aceptan, sin remisión, una inexistente ceguera.

Pero, en el terror de la incertidumbre, tu mirada de miedo sigue hiriendo mi miedo a mirar.
"Yo no fui. Juro que yo no lo hice".

08 noviembre, 2009

EL RELOJ DE ARENA


He girado el reloj de arena y los primeros granos han comenzado a caer, depositándose, lentamente, configurando un leve suelo sobre el cristal.

El tiempo lucha contra mi convicción y el lugar que estrangula el discurrir de la arena se antoja como las manos que aprietan, con el vigor de lo cotidiano, de lo aceptado por pretérito, el halo mágico de las preferencias, el impulso fértil y grácil de la novedad.

Fue el viejo relojero, aquel andrajoso y decrépito que falleció entre los vapores del alcohol medicinal que ingería rebajado con apenas un dedo de agua y dejando tras de sí una leyenda de avaricia y opulencia desaprovechada, el que, cierta noche de verano, me regaló el reloj.

Con un guiño, y susurrando palabras casi incomprensibles, me espetó: "Reserva su condena para el momento de la elección suprema".

Y tendió el fardo que envolvía la simple pieza hacia mí, con una sonrisa que hubiese helado la sangre de cualquiera más precavido.

Ahora el reloj va desgranando una cuenta atrás, silente pero imparable, esperando que una brillante mano, enjoyada, detenga su letanía de medición.

Sobre la mesa, colocadas en guardia pretoriana, unas cuantas cuartillas que albergan reflexiones nocturnas y, quizá no por casualidad, desparramados por encima, otros trozos más pequeños y de tamaños disímiles que recogen signos de interrogación.

La luz artificial molesta mis castigados ojos y desvío la atención del reloj.

Sobre la estantería, una fotografía en la que una pareja sonríe, ajena al temporal que las nubes anuncian al fondo, cerniéndose sobre su confiada presencia.

El reloj continúa su avance.

Y las palabras del ebrio relojero no paran de repetirse en el oído de mi memoria.

Como si de un repentino golpe se tratara, mis ojos perciben el suave y límpido influjo de un delicado violeta adornado en blanco... subyugante.

Y el relojero sonríe desde el lugar que el Supremo le reservara, atendiendo la gravedad de la situación, y satisfecho, en definitiva, de que su mensaje haya sido respetado.

El resto cae fuera de su mano.

El resto pende de la mano de la brillantez.

DESMAYO


Ella ha servido las copas, con sumo cuidado, y, según dicta el protocolo, se ha alejado rápidamente, disipándose del preferente lugar que, en ese momento, concita todas las miradas.

Se siente encorsetada en la indumentaria de gala y maldice el dinero que ha gastado, continúa pensando que estúpidamente, en acudir a la peluquería esa misma mañana.

Las luces se apagan de repente...

Conoce perfectamente el ritual. A continuación, un chorro de fuerte luz blanca se disparará, en forma de círculo, sobre ellos, la música comenzará a atronar, levantarán sus copas, sonreirán, pedirán con una leve inclinación a los laterales el formal permiso paterno, beberán, lanzarán sus copas hacia atrás, el sonido del vidrio al hacerse pedazos, y se fundirán en un beso que desprenderá amor y que será jaleado por todos los invitados.

Se ha situado en uno de los rincones más apartados, al amparo de la oscuridad.

Está casi segura de que no ha sido capaz de atraer su atención.

Y recuerda aquellas noches, tan cercanas, en las que, al abrigo de algunas estrellas cómplices, permitían que sus cuerpos se descubrieran, con la rapidez y el temor que solo conocen los proscritos.

Y, luego, las palabras de imposibilidad y el pesado yugo de las responsabilidades contraídas. Esa maldita cantinela...

El fogonazo de luz y el terremoto melódico.

Quiere disimular una lágrima, pero no puede evitar que ruede de sus ojos hasta la barbilla y se precipite al suelo.

Ha cogido una copa sobrante, y justo cuando él reclama la anuencia paternal, se la lleva a la boca, destrozándola con los dientes y mezclando sangre y burbujas doradas.

Mientras, el resto levantan las copas y ella pelea por sostener el cortante dolor de sus labios ensangrentados.

Desea encontrar su mirada, el último secreto... pero él no recaba el recoveco de su visión.

Y tras escuchar el crujir del vidrio, ella rompe la copa en su frente...

Y se deja desmayar de dolor.

EL SUEÑO DE SÍSIFO (LA AGONÍA DE CELAN)


Como Celan, abandonado a su insalvable fin, en el arrullo de las aguas, voluntariamente acogidas del Sena.

Y, mañana, a las ocho, aunque no logres entenderlo, continuarán siendo las ocho.

Escucho tus "te quiero" y sostengo el impulso de imaginarlos en tu boca dirigidos a cierta, pero real, otredad.

Como Celan, mitigada, episódicamente, la consciencia por la pérdida de oxígeno, acunado en las corrientes del río.

Los maniquíes, desprovistos de ropa en el almacén, me retan con su mirada a una espiral de locura y desasosiego que firmaré sin reparar en las condiciones reguladas en letra pequeña.

El calendario futuro habla de deseos y restricciones... Con el viento, las vicisitudes del alejamiento convierten las noches en una impecable cárcel de lúgubres imaginaciones.

Como Celan, asumiendo un Destino inequívoco, perdiendo las referencias vitales de un existir adverso.

Soñé con postales que, sin embargo, habías resquebrajado sin piedad.

Evadí el tempus fugit hasta que la consciencia golpeó mi irrealidad, como un vendaval que barre la cotidianidad , el ilusionante empuje de la batalla.

Como Celan, sumiso ante el final.

Algunas norias continúan girando, acariciando el cielo y transmitiendo, en susurros entrecortados, los más bellos poemas que había imaginado recitarte mientras dormías al cobijo de mi pecho.

Mientras los animales corretean y cruzan, malhumorados y desorientados por las luces, las carreteras secundarias que transito sobrio (que es ebrio de recuerdo y nostalgia).

Como Celan, yerto, inane, a expensas del balanceo del agua.

Un leve movimiento me avisa de tu llegada.

Recuerdo el pasado, imagino el presente (en las postrimerías de mi última exhalación solo pediría perdón por lo no hecho).

Como Celan, convencido.

El viento entrecorta esta noche de noviembre en la que el calor de mis abrazos no encuentra el temblor de tu aterido cuerpo.

Y la paciencia comulga con el verbo persistir.

¿Dónde duerme Sísifo?

01 noviembre, 2009

PELDAÑOS


Hay pulseras olvidadas en los peldaños de escaleras públicas.

El eco de los amores escondidos rebota en las paredes de los subterráneos.

En los peldaños de la prisión en la que confinaron al poeta, existen gotas de sangre de una amante (aún) enamorada.

Las sábanas del último suicida cuelgan de los ventanales de una anónima lavandería de Wisconsin.

Y nadie, sin embargo, sospecha el secreto que esconden entre sus pliegues.

Un viejo caminante relata sus múltiples visiones en los variopintos lugares en los que sus pasos se detuvieron.

En el túnel que da acceso a la plaza escondida de Zagreb, sintió una punzada en su corazón y encomendó su futuro al deseo.

Esa tarde todavía no la conocía (aunque ella ya existía... porque siempre había existido, a pesar de desconocida).

Esa misma e indescriptible sensación le abordó, una noche, en la que pretendía llegar sano al puerto de Vigo.

Una presencia, inhumana, exhaló un fétido aliento en su cara y, desde entonces, no ha vuelto a conciliar el sueño con tranquilidad.

Aquella madrugada, ella reposaba, seguramente, en el infame abrazo que ahoga sin apretar.

Camino despacio, muy despacio, permitiendo que las suelas de mis zapatos resbalen en los peldaños, como si pudieran acariciarlos y tomar sentido de sus vivencias.

Descubro, entonces, en el hueco que corre perpendicular al suelo, una cinta negra que acogió su pelo.

Y mi mente recuerda la oscuridad y humedad de Zagreb, la sensación de infortunio y soledad de aquella nocturnidad gallega de brujas existentes.

Tropiezo...

Y los peldaños me asaetean, como si el deseo fuese un irremediable compañero, como si las pulseras no fueran más que simples, pero insalvables, esposas.

27 octubre, 2009

VERSOS PODRIDOS


De un estúpido (e iletrado, puesto que, en ocasiones, no es redundante) escuché que el verso nos acabó pudriendo a todos.

Y, en el fragor del ataque, tan solo estimé adecuado preguntar si la podredumbre lo era por dentro (interior).

A lo que el sujeto prefirió no responder y, asumo, tomarme por enajenado. No le culpo.

Curiosamente, en el mini-bar del hotel hay botellas de licor vacías que no recuerdo haber ingerido.

En ocasiones, y siendo la casualidad un concepto variable, los reproches y lamentos son acogidos por inocentes que se postulan como presuntos causantes del daño.

Me vacuné ante las ardillas, incluso previendo que su veneno no inoculara en mi interior maldad alguna.

Reparé, no sin cierta extrañeza, que el vidrio que protegía la ilustración del héroe cansado se había quebrado y, con inocencia, inquirí acerca del tiempo en que el fracaso había tenido lugar.

En el bolsillo interior de mi antigua maleta, una vieja y arrugada estampa se me reveló igual de protectora.

El pulso se acelera cuando uno se reconoce en las historias ajenas relatadas por voces demasiado cercanas y amistosas.

El último poema que quiero escribir constará de una sola palabra o, si me apuran, de una única letra... Y será suficiente e integral, revelador en su nimiedad.

Los paneles de salidas de los aeropuertos continúan enviándome un mensaje que atiné a descifrar.

Las ardillas seguirán saltando ahí fuera...

Pero mis desvelos cuadran mejor con la imperfecta presencia sublime que transmiten tus sonrisas.

Ahora que ya no imploro perdón por mis debilidades, que me estrello contra la fuerza del inmovilismo...

Sí, en este huracán en el que la lluvia nos separa y las ardillas imploran nuestra perdición.

Ahora, que leo mis versos podridos y no me arrepiento de maldecir.

LA LEJANÍA DE NEPTUNO (ACELERADA MISCELÁNEA DE LOCURA Y DOLOR)


¿Percibieron que el timbre de los teléfonos que suenan al otro lado de la línea siempre lo hace de un modo distorsionado?

Imploren, quizá, a la belleza de las sombras.

El amor se escapa en conversaciones interrumpidas (epitafio mal recordado de la lápida de algún suicida enamorado).

Descuiden las retóricas inquisiciones respecto de la (mi) lucidez mental.

La rareza es apasionante (y temible... igual, a iguales partes).

Neptuno no se hallaba tan lejos.

Nunca duele a gusto todos.

La espera... esa meretriz...

Buenas noches (sin farmacia... y casi sin aguante).

ps: traduzcan, si desean: ¿son útiles las confesiones que la honestidad roba al Destino?

BULTO NEGRO. PÉTALO BLANCO.


Un bulto negro corretea por el parquet, estimulando, con su juguetear, los crujidos de la madera (entarimada).

Hay rayos de luz que se introducen por las transparentes cortinas que cubren las ventanas.

El bulto negro camina mis piernas y me transmite su calor, apenas acercando su masa a mi cuerpo desnudo.

El tejido negro del chaise-longue se encuentra cubierto por una especie de forro verde y áspero que, tras pocos minutos, me inocula un más que insoportable picor.

La madrugada parece haber traído, consigo, un repentino vendaval que azota las banderas publicitarias que cuelgan de las modernistas farolas.

El bulto negro me observa, y desafiante, se encrespa ante mí, dirigiéndome una mirada de crudeza y revancha.

Con inusitada rapidez, y el alcohol rebotando en mis sienes, me encamino al espejo y el reflejo me resulta tan desconocido como perturbador.

En el suelo, una pluma roja, sola, descolocada, inerte, yerta...

Reitero mi contemplación y la desnudez se me antoja indefensa y abordada... como los bajíos que navegan sufriendo el ataque las tropas enemigas.

Algo reposa dentro del bolsillo de atrás de mis pantalones... Y mi memoria pretende olvidar, pero el golpeo de la sangre bajo mi ojo izquierdo me trae, de nuevo, la sensación del boxeador para el que el árbitro ya contó hasta nueve...

Todas las calles están asfaltadas y el riego funciona adecuadamente en los parques y jardines... Nadie sospecha de la inmisericorde particularidad del derrumbe de esta mañana de domingo.

El bulto negro juguetea con una pelota de papel de aluminio, intentando descubrir su níveo contenido.

Y, en el ínterin, una rosa pierde sus pétalos, desflorándose en el jarrón y permitiendo la caída libre de la blanca lámina de belleza.

En el espejo, y antes de vestir mi desafortunada desnudez, continúa reflejado una identidad que me conduce al equívoco... pero no a la reflexión.

Y el bulto negro, con su inquietante presencia, pasea, lentamente, su lomo entre mis ateridas piernas.

Recojo el pétalo blanco. Deposito un suave beso y mis manos se pierden en el teclado del teléfono...

Su voz es más calmada que en la víspera.

Y mi espíritu se tranquiliza, mientras el bulto negro se lame las heridas de una contienda pretérita.