30 diciembre, 2009

MIS GAVIOTAS


Por algún detalle, más o menos mágico, las golondrinas vuelan, capicúas, hacia tu ventana.

Todo parece ocurrir con normalidad mientras Cuenca se pega un tiro esperando que la policía descubra quién decapitó a esa mujer cuya cabeza descansa en el lavabo.

Mientras las palabras no dichas hieren y asolan como los misiles del día de Navidad, los estadios cerrados aplauden el ondear de las banderas que las hinchadas dejaron en la platea.

El escapista ha olvidado sus mejores trucos y su hombro dislocado le recuerda, con insoportables pinchazos, que el calendario ya no habla de primaveras de paseos por jardines floridos.

Has escrito con silencio y lágrimas la ruta de la que no cabe retorno, has abierto la puerta a los fantasmas que, en perfecta estantigua, han caminado sobre las velas de las tartas de cumpleaños que aún restaban por soplar.

El aprendiz de soñador relata en su cuaderno la historia escondida de las cajas de pizza individuales que se lanzan a la basura tras la noche de un viernes de programas de televisión.

Las gaviotas picotean las enredaderas del barrio pescador.

El viento ha firmado un armisticio en su guerra contra el sol.

Los billetes de tren que guardo en mi cartera son para fechas ya pasadas... y mi memoria no alcanza a recordar haber visitado los destinos que señalan.

Mis amigos me informan que el cielo se abrió sobre Nazareth.

Y mis mapas están escritos en un idioma que jamás supe traducir.

Hace varios siglos que decidí que estaba viviendo fuera de mi propio siglo (que es cualquier siglo).

Sobre mi escritorio hay contratos que no voy a firmar. Sellos de lugares recónditos y ajenos. Un puñal antiguo.

Y un charco de lágrimas del que las gaviotas discuten su propiedad.

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