30 diciembre, 2009

EL PERRO AHORCADO


Hay personas para las que, quizá, nunca significaste nada... pero para las que, seguro, a día de hoy, ya no significas nada.


Y conviene, por tu propia integridad y salud mental, que no pienses, ni abordes demasiado los instantes que dedicaste a su elogio e inquietud.


El mundo degusta sopas de aleta de tiburón desconociendo su verdadera procedencia.


Y sonríen... ellos... sí, confiados en ese mañana que, solo quizá, no se verá asolado por el apagón.


Y desconocen que, en el lugar más insospechado, el oro y la plata zigzaguean en una eventual carrera hacia el mar en el que las olas baten enfurecidas.


Los pescadores susurran una vieja anécdota que involucra la desaparición de un collar de perlas con el repentino descubrimiento de un galgo ahorcado, y abierto en canal, de las ramas de un nogal, en la sien izquierda de la vereda.


Nadie ahonda buscando una explicación para tan truculentos sucesos.


Ninguno se adentra en la boca del precipicio para inquietar a las criaturas del mal.


Silencios y susurros entrecortados.


Con puntualidad suiza, la vieja viuda acude al tercer banco de la fila de la iglesia, y rodeada de penumbra y memoria, bisbisea oraciones que se escapan por su mellada dentadura.


Ayer, como en un súbito olvido, del bolsillo izquierdo de su vestido negro, cayó al suelo un pañuelo blanco de encaje que la mujer pareció no apreciar.


Cuando el párroco repasaba la iglesia antes de cerrar sus puertas en la noche, tomó el pañuelo del suelo y, horrorizado, comprobó que estaba marcado con el triple seis.


Por la cristalera del altar mayor, con un pavoroso ruido de quebranto, un murciélago accedía al templo, revoloteando entre los confesionarios y las capillas.


Un viajero se arrebuja entre las sucias e inhóspitas sábanas de la cama de la posada que alquiló.


El pueblo es frío y silencioso, como una pista de hielo natural en mitad de la tundra, en mitad de ninguna parte.


Ha colocado, con mimo, un puñal bajo los cojines que le sirven de almohada, para que su sueño sea más tranquilo, para que su vigilia parezca más segura.


Las gárgolas del edificio sonríen entre ellas, inquiriendo al galgo para que acceda por la ventana del huésped y le arranque, a dentelladas, hasta el último hálito de vida.


Mientras, los pescadores ultiman los aparejos para su cotidiano afanar, rememorando las historias y aventuras de aquel ballenero... pero con la mente puesta en la inquietud que les provoca la imagen de un perro flaco ahorcado y bamboleante a merced del soplo del viento.

2 comentarios:

  1. Pues si. El refugio del horror. Con toda razón. Gran blog, enhorabuena por tus lineas y pensamientos. Desde ahora un seguidor de tus pensamientos.

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  2. Muchas gracias... y bienvenido al Refugio.

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