03 diciembre, 2009

RECORTE DE PESADILLAS


Desconozco si alguno de ustedes escuchó el sonido del pánico.

Hay voces de extrarradio que ajustan su tono al propio del terror.

Mi viejo caballero medieval rompió su escudo, al errar, desconcertado, por un mundo desolado por la falta de honestidad.

Un escritor, presa del odio ante el olvido de las musas, arrancó las páginas de su último poemario, mientras el diario de la mañana crepitaba en el fuego de la hoguera avivado por su propio existir.

El ejecutivo de alto prestigio y reconocimiento maldijo la inoportuna llamada que provocó que dejara olvidada su antediluviana agenda de bolsillo en la chaqueta de ayer.

Hace varios años, el perfumero de la esquina decidió que aquella era una noche tan apropiada como cualquier otra para ingerir, masivamente, el contenido de las probetas con su última, y póstuma, creación.

Ya nunca llueve a gusto de todos.

De hecho, ya nunca llueve.

El azar que gobierna el Mundo continúa jugándose en mesas para las que, desafortunadamente, nunca me cursan la preceptiva invitación.

Y, sin embargo, sonrío al percatarme del estúpido hecho de que me mantengo preocupado cuando la dependiente de la joyería no me despide al marcharme.

A lo lejos, escucho el sonido de trompetas que anuncian alguna debacle, presumiblemente, ajena.

Del recuerdo que guardo de mis últimas pesadillas, empatizo, en mayor medida, con el grupo de novias zombies que corren tras un aterrorizado sapo.

Por alguna insondable razón que ni me atrevo a presumir, hoy mi almohada olía a ti.

A lo lejos, como suele ser habitual, el sonido del pánico parecía una celestial orquesta de trompetas que afinaban en do sostenido.

¿Recuerdas cómo acababa aquella canción que consideraste que nos unió para siempre?

Sorprendentemente, ha comenzado a llover.

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