06 diciembre, 2009

EL ANILLO


Acudí a un viejo anticuario que me miró con aire desconfiado.

La tienda, convenientemente oscura e iluminada apenas con una viuda bombilla colgada del techo, crujía al sentir el peso de mis pasos en su enmaderado suelo.

- Me permite unos minutos -pregunté con entonación descreída.

El viejo se impulsó con las manos en los brazos de la tumbona, colocó sus lentes y extrajo un pañuelo de tela del bolsillo derecho de su chaleco.

- Iba a cerrar ahora mismo, joven- repuso.

- Confíe en mí, serán solo unos minutos. Tengo algo que me gustaría que estudiara; me dijeron que era usted el anticuario más prestigioso de toda la ciudad.

El hombre agradeció la alabanza.

- No crea, joven, es oficio, nada más.

Era la segunda ocasión en la que utilizaba el tratamiento y creí advertir que en el mismo existía un indudable interés de distancia.

- Le seré franco, vengo buscando una historia...- comencé.

- Aquí, joven, vendemos antigüedades, no relatos -matizó con una sequedad excesiva.

Extraje el anillo del interior de mi chaqueta y lo coloqué, con mimo, sobre un pañuelo de terciopelo violeta.

- Podrá observar que se trata de una pieza única. El método de engastado de las piedras es, salvo que su mejor y más autorizado criterio me corrija, tan antiguo que ya ha caído en desuso en la joyería moderna.

El hombre avanzó con solemnidad, como atraído por la joya, e hizo un leve gesto, solicitando permiso para poder tocarlo, antes de sonreír casi imperceptiblemente.

- En lo técnico, lleva razón, joven.

- ¿Sabría decirme de qué lugar proviene el anillo?

El anticuario volvió a su escritorio, se colocó un anteojo de aumento y dejó que el silencio se apoderase de la situación.

- Usted dijo que venía buscando una historia, ¿verdad?.

Asentí, inquieto, y llevando mi mano a la barbilla.

- Temo que no le podré ser de demasiada ayuda.

- Lógicamente le satisfaré el precio que usted considere por este encargo, si es eso lo que le preocupa. Por el amor de Dios, no sea modesto...

Volvió a depositar, con sumo cuidado, el anillo sobre el terciopelo violeta y se colocó las mangas de su camisa blanca, que antes reposaban enrrolladas en sus codos, abotonándose...

- Mi muy joven amigo, usted y yo sabemos que su propósito no puede cumplirse.

El mensaje era ambiguo y enigmático.

- Guárdelo, por favor, y déjeme reposar. Soy un hombre viejo que ya no desea verse envuelto en este tipo de aventuras.

El hombre me dio la espalda y se concentró en arreglar una preciosa y antiquísima bicicleta de hierro forjado.

- Discúlpeme si le importuné.

Giré mis talones y me dispuse a marchar.

Caminé hasta la puerta, la entreabrí y el tintineo de la campana de la entrada casi ahogó la voz del anticuario.

- Usted busca la historia antigua de un viejo anillo para anudarla a su deseo, a su propósito, a su sueño...

El hombre monologaba sin separar la vista de su reparación.

- Y, ¿sabe algo, joven?

Dudé en responder.

- Si algún día quiere conocer la historia pasada de ese anillo, haga como con la futura...

Golpeó la mesa con fiereza.

- Trate de escribirla. Vívala...


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