Acudí a un viejo anticuario que me miró con aire desconfiado.
La tienda, convenientemente oscura e iluminada apenas con una viuda bombilla colgada del techo, crujía al sentir el peso de mis pasos en su enmaderado suelo.
- Me permite unos minutos -pregunté con entonación descreída.
El viejo se impulsó con las manos en los brazos de la tumbona, colocó sus lentes y extrajo un pañuelo de tela del bolsillo derecho de su chaleco.
- Iba a cerrar ahora mismo, joven- repuso.
- Confíe en mí, serán solo unos minutos. Tengo algo que me gustaría que estudiara; me dijeron que era usted el anticuario más prestigioso de toda la ciudad.
El hombre agradeció la alabanza.
- No crea, joven, es oficio, nada más.
Era la segunda ocasión en la que utilizaba el tratamiento y creí advertir que en el mismo existía un indudable interés de distancia.
- Le seré franco, vengo buscando una historia...- comencé.
- Aquí, joven, vendemos antigüedades, no relatos -matizó con una sequedad excesiva.
Extraje el anillo del interior de mi chaqueta y lo coloqué, con mimo, sobre un pañuelo de terciopelo violeta.
- Podrá observar que se trata de una pieza única. El método de engastado de las piedras es, salvo que su mejor y más autorizado criterio me corrija, tan antiguo que ya ha caído en desuso en la joyería moderna.
El hombre avanzó con solemnidad, como atraído por la joya, e hizo un leve gesto, solicitando permiso para poder tocarlo, antes de sonreír casi imperceptiblemente.
- En lo técnico, lleva razón, joven.
- ¿Sabría decirme de qué lugar proviene el anillo?
El anticuario volvió a su escritorio, se colocó un anteojo de aumento y dejó que el silencio se apoderase de la situación.
- Usted dijo que venía buscando una historia, ¿verdad?.
Asentí, inquieto, y llevando mi mano a la barbilla.
- Temo que no le podré ser de demasiada ayuda.
- Lógicamente le satisfaré el precio que usted considere por este encargo, si es eso lo que le preocupa. Por el amor de Dios, no sea modesto...
Volvió a depositar, con sumo cuidado, el anillo sobre el terciopelo violeta y se colocó las mangas de su camisa blanca, que antes reposaban enrrolladas en sus codos, abotonándose...
- Mi muy joven amigo, usted y yo sabemos que su propósito no puede cumplirse.
El mensaje era ambiguo y enigmático.
- Guárdelo, por favor, y déjeme reposar. Soy un hombre viejo que ya no desea verse envuelto en este tipo de aventuras.
El hombre me dio la espalda y se concentró en arreglar una preciosa y antiquísima bicicleta de hierro forjado.
- Discúlpeme si le importuné.
Giré mis talones y me dispuse a marchar.
Caminé hasta la puerta, la entreabrí y el tintineo de la campana de la entrada casi ahogó la voz del anticuario.
- Usted busca la historia antigua de un viejo anillo para anudarla a su deseo, a su propósito, a su sueño...
El hombre monologaba sin separar la vista de su reparación.
- Y, ¿sabe algo, joven?
Dudé en responder.
- Si algún día quiere conocer la historia pasada de ese anillo, haga como con la futura...
Golpeó la mesa con fiereza.
- Trate de escribirla. Vívala...
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