29 marzo, 2009

EL DESVÁN


En mi desván, dormita un monstruo...

Es un animal tranquilo que ha ocupado la estancia inferior. Al amparo de la oscuridad del único habitáculo del hogar al que no llega la luz eléctrica, se mantiene como un rey en sus aposentos.

Anoche, de madrugada, después de haber sufrido un pequeño colapso físico (quizá debido a la mezcla indebida de sustancias), me refugié en el desván, buscando un silencio y quietud que intuía podía ser rápidamente quebrantado en las habitaciones de arriba.

Con el temblor y la incertidumbre corriendo aún por mi cuerpo, me senté en uno de los peldaños de la escalera y lo que, en principio, parecía mi propia respiración acelerada, pronto se descubrió como una presencia aneja (y no necesariamente ajena).

Vi como el monstruo adelantaba su rostro hacia mí, perturbado por el incordio de mi repentina visita.

Apenas nos dirigimos una mirada cómplice que nos iluminó el rostro. Agaché, entonces, mi cabeza entre las piernas, dejando que el pelo tapase toda mi faz.

El monstruo acercó una de sus garras a mis piernas y noté un frío glacial que, sin embargo, surtió en mí un indudable efecto reparador.

Entonces, como en un susurro humano, creí entender: "Te envidio. Tú aún tienes un desván en el que aislarte (o al menos convivir) con tu horror".
Cuando desperté, un mínimo rayo de luz se colaba por la rendija de la puerta... y el animal no estaba allí.

28 marzo, 2009

LETRAS DE TANGO


"Cuando la suerte que es grela, fayando, fayando, te largue parao; cuando estés bien en la vía, sin rumbo, desesperao; cuando no tengas ni fe, ni yerba de ayer, secándose al sol; cuando rajés los tamangos buscando ese mango, que te haga morfar. La indiferencia del Mundo que es sordo y es mudo, recién sentirás" (Enrique Santos Discépolo. Yira, yira).

Aníbal bebía licor con ese ritmo ajeno que olvida que el tiempo camina inexorablemente hasta algún tipo de final.

Las bailarinas fumaban tras el show y alzaban sus miradas en busca de algún millonario rezagado que prefiriese la nocturnidad al calor de un hogar repudiado.

Aníbal seguía bebiendo. Su sombrero, cuyo fieltro conoció la victoria de Argentina en el Mundial que disputó como local (bendito Mario Alberto), presidía la mesa.

"Doctor... Discúlpeme -le dijo el mozo. La casa va a cerrar".

Aníbal levantó su corpachón, a duras penas, se adecentó el sombrero y miró a las bailarinas (la debacle es inexorable en términos físicos, pero no siempre mentales). Sostuvo su porte y se despidió con un más que sentido: "Ahí va Aníbal, el genio del arrabal".

Pero Aníbal degustaba ese dolor intrínseco del que ha estado arriba, saboreando las mieles de la gloria, y cuando el declive presentó sus respetos al otrora victorioso, apuesta por la elegancia y la dignidad, sin abandonar la crudeza de una batalla que ya no está configurada para él.

En la tapia de enfrente del local, un hombre arrancaba los carteles anunciadores de los conciertos, para pegar los más actuales.

Antes de hacerlo, castigado por el engrudo y las capas de papel colocadas sobre él, apareció un viejo cartel, letras cuadradas de imprenta y una leyenda: "El genio del arrabal en Corrales Viejos". Aníbal detuvo al hombre y evocó aquella noche, que acabó dos días después.

Aníbal sintió presión sobre su brazo derecho, como un sobrio desplazamiento. Respetuoso pero firme.
Prefiero no aguantar para conocer el cartel que le taparía.
Deambuló por el barrio, un par de cuadras más, buscando un vaso de licor y una mesa en la que dejar que la vida continuase su curso.

26 marzo, 2009

PASEOS


Ayer desayuné con las fotografías de tu paseo, entre vacas, por la ciudad... junto a él.

Aprovechabais el dulce sol primaveral, que aún calienta sin molestar, para conquistar, entre las aceras, los restos de la jornada dominical.

Tu pelo continuaba mostrando su punto radiante como el ave fénix que, sabedor de su calidad, retorna al lugar que jamás deseó abandonar.

Incluso la complicidad de su mirada al despedirse es menos dolorosa que tu mano cuando acaricias los únicos nudos que su lacia melena podría presentar.

Pensé en contactar con el periodista que firmaba la noticia. Continúo sin comprender la razón por la que tituló la información con un vacío, y simplista, "Romántico paseo".

En el trayecto hasta Texas, además del disgusto de haber perdido una guitarra, me encontré con tu antiguo (y pretéritamente amado) novelista que, sonriendo (supongo que a él no le sorprendieron las imágenes), me recomendó unos tranquilizantes. "Conozco de tu miedo a volar" -dijo. Y se marchó a su asiento, varias filas atrás.

Después del concierto, consulté mi correo electrónico y encontré tu e-mail.

Al lanzarme sobre la cama del hotel, rebusqué en la maleta hasta encontrar el libro de E. M. Cioran, la edición que me regalaste la noche en que prometí no volver a envenenarme.

Dejé el libro en la mesilla de noche. Intenté dormir, pero fue en vano.

Las magdalenas de aquel desayuno me provocan, todavía, accesos de vómito.

25 marzo, 2009

GATOS

Por alguna dudosa razón, todos los recuerdos que atesoraba de aquella mujer se veían conjugados con un gato.

Era ciertamente estúpido... e inevitable.

El felino, como por arte de magia, aparecía junto a su melena rizada y rubia. Incluso cuando se presentaba la imagen del rostro de ella, inmaculado, terso, recién salido del agua fría del mar de aquella playa griega una noche de primavera, los ojos de la pequeña alimaña copaban toda su remembranza.

Ahora, bebiendo whisky en la terraza antediluviana de un bar con vistas al mar, dejaba que el alcohol arañase su garganta como las uñas del animal...

Y, con dificultad, trataba de recuperar, en su mente, las tardes en las que recorrieron las carreteras comarcales con un destartalado vehículo que perteneció a una generación ya olvidada del árbol genealógico.

Mientras los viejos del lugar paseaban con las manos entrelazadas a la espalda, él se desperezó y dejó varias monedas sobre el mármol de la mesa.

Visitó la iglesia del municipio y, cuando partía, adquirió una postal, con la imagen de un gato. Con trazo rápido y desgarbado escribió "vuelve". Más tarde, la lanzó al mar.

Después cerró los ojos. Dejó que una lágrima surcase su rostro y, repentinamente, sintió que algo se movía entre sus piernas.

No le sorprendió ver al Félido que, impertérrito, le dirigía su mirada más cruel.

22 marzo, 2009

8 SEGUNDOS (y mujeres subidas en estrellas)


Existen ocho segundos en los que un hombre es tremendamente vulnerable.

En ese breve lapso, los sentidos se relajan hasta límites insospechados y las defensas caen a un nivel ínfimo (o nulo).

Por expresiones vertidas durante esos ocho segundos, los designios del Mundo han modificado la senda que el Destino tenía previamente escrita para el devenir.

Cuando la habitual coraza del temblor se ha visto resquebrajada, sin piedad, la confianza y la realidad bailan tan unidas, mientras ese tiempo ridículo perdura, que es difícil separar una de otra.

Son apenas ocho segundos... ¿pensaron alguna vez que significan ocho segundos en una vida? ¿No sería más adecuado, incluso, atisbar la capitalidad de ese período en el momento inmediatamente anterior a la vida?

Existen mujeres que interpretan los sueños, otras que adoptaron el silencio como eterno amigo, algunas, incluso, dibujan paisajes mientras repiten el nombre del amado que el mar arrastró en su fiereza... Todas son conscientes de la perentoriedad de esos ochos segundos.

Tras el ímpetu animal del encuentro existen ocho segundos que son capaces de variar la posición de todas las brújulas.

Algunas mujeres han logrado inmiscuirse en esos segundos, sin necesidad de personificarse y participar en el acto previo.
Conocen esa realidad...y continúan su viaje por el espacio a lomos de una estrella de brillante iridiscencia.

21 marzo, 2009

EL PERFUME DEL RING


Moe pensaba que el combate le había dejado rotas, al menos, tres costillas.

Unos cuantos segundos antes, el veredicto del jurado había resultado, a los puntos, favorable al campeón que, además de retener el cinturón, se hacía con la suculenta bolsa pactada para el ganador de los doce asaltos.

A partir de ahí, todo se convertía en una extraña nebulosa.

El cuadrilátero se había llenado, repentinamente, de gente. Le sacaron los guantes en un doloroso forcejeo, había saludado y abrazado al campeón, esperó que el árbitro levantase la mano y soportó, a duras penas, el ensordecedor ambiente que reinaba en el pabellón. Las gotas de sudor le caían desde el cabello hasta el calzón, empapándole...

Su preparador le abrazaba, mientras le colocaba, de regreso al vestuario, la capucha del batín.

No sentía nada, a expensas de un terrible dolor que le nacía en los riñones y que acababa por morir en su magulladas manos.

El griterío de los aficionados era brutal. Algunos alargaban sus brazos para intentar tocarle y cada roce era como una lanza que se clavaba, sin piedad, en su maltrecho cuerpo.

"Has peleado como un campeón, Moe... como un jodido campeón. Estaban comprados. Pero tendremos una revancha, Moe, aquí, en el Madison, y esa noche... Moe, escúchame lo que te digo, chico, esa noche, el Mundo se rendirá a tus pies".

Al fondo del pasillo se atisbaba una luz que, por momentos, parecía empequeñecer.

En el vestuario, el olor a vaselina copaba todo el ambiente. Uno de los auxiliares le retiró las vendas de las muñecas y, tras acercarle el bidón de agua a los labios, le susurró al oído: "Moe, márchate esta noche al hospital y cuelga los guantes. Has recibido una paliza brutal y el maldito Mark no ha querido arrojar la toalla".

Sólo entonces Moe bajó la vista y observó, sin preocupación, que su calzón blanco, adornado con una cinta negra en el lateral izquierdo, se encontraba impregnado de sangre.

Se levantó de la silla y, tambaleándose, abrió la taquilla. Rebuscó entre los enseres y encendió su teléfono móvil.

"El teléfono al que usted llama ha sido apagado o no se encuentra con cobertura".

Sue se despegó de los brazos de Mike. Abandonó la cama y se ajustó, con rapidez, las bragas. Encendió el teléfono que tenía en su bolso. Tras varios segundos, una alerta le avisó de la recepción de un mensaje de texto. Lo leyó:

"Perdí. Quizá sea el momento de abandonar NY. Te quiero, preciosa".

19 marzo, 2009

MUÑECAS


Cerró su maleta, suspiró, y tras mirar al cielo en busca de una respuesta que, de antemano, conocía no le iba a ser proporcionada, encendió su reproductor de música portátil... Nick Cave.

El automóvil continuaba ascendiendo por la escarpada pendiente, con las ventanillas abiertas y el viento entrelazándose por su corta melena. La estación de radio anunciaba el single del nuevo disco de Tom Waits...

Cuando coronó el puerto, la tarde se empeñaba en aguantar su reinado frente a una noche que comenzaba a adueñarse, despiadamente, del protagonismo principal.

El único bar de la villa estaba prácticamente despoblado. La camarera limpiaba en su mandil el rostro de una antigua muñeca de porcelana.

Los labios rojos del juguete destacaban ante la pulcritud y limpidez del resto de la cara. Un rostro triste e inquietante, como el de casi todas las muñecas.
Tembló, y sólo la música del viejo Van Morrison, que suavemente llenaba el silencio reinante, le hizo cambiar la compostura.

"¿Podría decirme dónde está la carretera a ...?" - intentó preguntarle a la mujer.

"Sí, podría hacerlo... pero usted y yo conocemos que no llegará a su destino".

El hombre abandonó el lugar sin despedirse. Ensimismado.

Con lentitud, encendió el vehículo y comenzó la bajada del puerto.

No trazó la segunda curva.

Cuando, varios días después, un lugareño comentaba la noticia del desafortunado accidente en el bar, la mujer continuaba limpiando la cara de la muñeca.

Sus labios, quizá no tan sorprendentemente, habían perdido todo su color.

17 marzo, 2009

MIRADAS


Verde y violetas.

Esa mezcla de color tan específica que el lenguaje se olvidó (posiblemente de forma determinada y voluntaria) de dotarnos de una palabra adecuada para su definición.

Verde y violetas.

Moviéndose, rítmica y acompasadamente, como la gimnasta que completa su ejercicio digno de una mejor calificación. Dirigidos a cualquier lugar excepto a la mirada (fija) que le envían los propios...

Verde y violetas.

Cuando, repentinamente, parecen detenerse y esgrimir una lucha directa a la afrenta que se le antoja la inquisitiva (por prendada) visión del observador externo (al que han sorprendido completamente ensimismado).

Verde y violetas..

El tiempo siempre parece transcurrir de un modo distinto dependiendo de lo que suceda alrededor.

Verde y violetas.

Y, siguiendo una inmemorial (e insana) costumbre, continúo imaginando historias de las dueñas de aquellas expresiones de ojos.

Elucubraciones (en esta ocasión, verde y violetas) que se quiebran ante el estridente sonido que anuncia la llega del vagón a una nueva estación.

16 marzo, 2009

MIEDO


"¡Por piedad!, ¡Tengo miedo a quedarme con mi dolor a solas!" (G. A. Bécquer).

El crujido, inclemente en la madrugada, de los peldaños de madera de la escalera de acceso al hogar...

El terrible aullido de un animal (indefinido pero victorioso) durante una noche de tormenta (con amplísimo aparato eléctrico).

El descenso vertiginoso de la sangre que emana de una bolsa opaca, mientras un hombre tocado con sombrero callejea, lentamente, entre la nebulosa.

El sonido (mantenido) del silencio (si lo hay; sí, lo hay), durante tres segundos, en una conversación telefónica pretendidamente trascendental.

El hormigueo propagado por la vías del tren y sentido cerca de las sienes... mientras un pequeño jilguero se posa en tu hombro izquierdo.

El lento caminar, unido a una mirada esquiva y digna de compasión, de un niño que, con las ropas ajadas, parece ver más allá de lo vivido.

La estantigua (palabra más bella del lenguaje castellano según L.M. Panero) que, según el relato de un viejo amigo, adereza las noches junto al riachuelo del bosque.

La ansiedad que supura mientras se procede al rasgado del sobre y el desplegado del papel que contiene el resultado de las últimas pruebas de salud.

Y la respiración acelerada del cuerpo (desnudo) que dormita junto al tuyo... hasta que recupera su ritmo habitual.

La imagen de la espalda, acariciada por su melena, después de decir el adiós definitivo...

15 marzo, 2009

DEFINICIONES



Si piensa que es capaz de definir el horror es porque, aún, no lo ha conocido.


Siempre existe la posibilidad de modificar todo lo actuado... quizá casi siempre.

En todo caso, y como declaración de principios insoslayable ante cualquier (tipo) de creación, el comienzo de la misma ha de alzarse como un referente básico (un lugar al que volver si todo lo demás aparenta estar errado).

Hace unos años, no recuerdo exactamente cuántos (y mucho menos cómo), la vida me presentó el magisterio, la lucidez y la inspiración de Roberto Bolaño (que está en los cielos).

2666, obra póstuma e inacabada (o, cuanto menos, no corregida) del chileno afincado en Blanes, se mostró como el mejor acercamiento al que, pasados unos años, se ha convertido en el novelista de culto (de esa Literatura que, afortunadamente, huye de conceptos como el "best-seller") del concierto internacional.

Ávido e insaciable, como todos los que escuchan la voz de Bolaño, conocí las aventuras y la filosofía de Ulises Lima y Arturo Belano en la escenificación cumbre de la búsqueda del ideal, Los detectives salvajes (con diferencia el volumen que en más ocasiones he recomendado y, lo que no resulta baladí, más veces he regalado... La misión de apostolado supera lo religioso).

Según cuentan (mantendré con firmeza que resulta más apropiado no acercarse a los héroes que uno estima), RB fue un luchador metódico, revolucionario y de salud endeble.

Sus palabras (o las puestas en boca de sus personajes), según suele ser habitual, hablan más de él que cualquier otro tipo de documento o vivencia tercera.

Puede que muchos se pregunten cómo este Refugio (del horror) inicia su andadura trayendo a su cabecera al genio chileno... Imaginemos que, como todo escritor, RB visitaba con frecuencia esa delgada línea del abismo...

Sean buenos.